jueves, 22 de octubre de 2020

1906. El atentado de la Boda Real

La fecha del 31 de mayo de 1906 tendría que pasar a la historia únicamente por ser en la que contrajo nupcias S.M. el Rey D. Alfonso XIII con la Reina Dña. Victoria Eugenia. Sin embargo, no fue así. 

Madrid, acostumbrada a ser testigo de grandes aconteceres desde su conversión en Villa y Corte, se preparaba a conciencia, desde días antes, para los grandes fastos programados con motivo de la boda real y para las visitas de Estado que iba a recibir. 

El atentado de la Boda Real (internet)


Pese a ello, no todo era ambiente festivo. En estos días previos se distribuyeron por la Capital octavillas que amenazaban de muerte al Rey; realmente tales advertencias no se tuvieron en seria consideración, limitándose las fuerzas policiales a intensificar la vigilancia y control de forasteros y a adoptar determinadas medidas de seguridad de carácter extraordinario que resultarían insuficientes. 

El enlace nupcial se celebró en la iglesia de San Jerónimo. Una vez concluida la ceremonia, la regia comitiva se trasladó al Palacio de Oriente discurriendo por las calles Alarcón, Lealtad, Alfonso XII, Puerta de Alcalá, Alcalá, Puerta del Sol, Mayor, Bailén y Plaza de Armas. Fuerzas de la guarnición de Madrid cubrían carrera mientras que efectivos del Cuerpo de Seguridad prestaban servicio tras la línea de la Fuerza con el fin de colaborar en la contención de los miles de madrileños que se echaron a las calles para vitorear el paso de la real pareja. 

En la impresionante comitiva figuraban un total de cuarenta y una carrozas, unas de la Casa Real y otras de Grandes de España, todas ellas de incalculable valor. Cocheros, mayordomos, palafreneros, carreristas, picadores, etc., vestidos a la vieja usanza, junto con 400 caballos, formaban aquel magno cortejo. 

A las 14,15 horas, la comitiva real cruzó a la altura del nº 88 (hoy nº 84) de la madrileña calle Mayor con dirección a Palacio. En ese instante, desde una de las ventanas del inmueble, el anarquista Mateo Morral, arrojó, camuflada en un ramo de flores, una bomba “Orsini”, de activación por contacto, sobre la carroza que conducía a SS.MM. los Reyes de regreso a Palacio. 

El estruendo fue impresionante y la subsiguiente confusión aun mayor; el atentado produjo un total de 28 muertos e innumerables heridos, entre civiles y militares, tiñendo de luto una jornada festiva en la que el pueblo de Madrid se había volcado a la calle para ver el paso de los Reyes en jornada tan memorable. 

Soldados del Regimiento Wad Ras nº 50 que cubrían carrera en aquel tramo del itinerario; Guardias de Seguridad que prestaban servicio en el recorrido; madrileños que habían salido a la calle a festejar la boda del Rey, no hubo distingos en aquel atentado, el más grave sufrido en Madrid hasta entonces y tan solo comparable con el acaecido aquel trágico 11 de marzo de 2004 en que perdieron la vida 191 personas y otras 1.858 resultaron heridas. 

Como fuerza policial encargada de la seguridad de Madrid, los efectivos del Cuerpo de Seguridad, participaron activamente en el dispositivo establecido con motivo de los esponsales regios; además del servicio de carrera, cubierta, como estaba establecido, por personal de infantería detrás de las tropas de la Guarnición de Madrid, se sumó al dispositivo una Sección de Caballería que acompañaba a la comitiva y que, desde los primeros momentos de confusión, tras la explosión del artefacto, rodeó la carroza de respeto a la que fueron trasladados los Reyes escoltándola hasta el Palacio Real. 

Otra Sección de esta misma Unidad se encargó, junto con fuerzas de Marina y de la Guardia Civil, de acordonar la zona de la calle Mayor comprendida entre el Palacio de Capitanía General y el actual inmueble nº 84, por ser este el escenario de la perpetración del atentado. 

Calle Mayor de Madrid, a la izquierda el primer monumento a las víctimas del atentado (Pasión por Madrid)


En cuanto a las bajas que este hecho ocasionó al Cuerpo de Seguridad destaca el fallecimiento, de resultas de las heridas, del Guardia nº 493, Tomás Oviedo, y las heridas gravísimas sufridas por el Primer Teniente Jacinto Monjas Martín, de resultas de las que fallecería el 31 de octubre de 1907, así como las graves que sufrió otro Guardia del servicio de cordón policial, el corneta Agustín Chueca. 

Cabe destacar, igualmente, la actuación del Guardia Jesús Gutiérrez quien, tras la comisión del atentado, localizó en el pretil de los Consejos, envuelta entre trapos y papeles, una segunda bomba compuesta por 250 gramos de dinamita y pólvora, así como una importante cantidad de metralla con cerca de 90 proyectiles, trozos de hierro y cabezas de clavos. El Guardia se hizo cargo del artefacto que fue conducido para su análisis al Parque de Artillería. 

Dada la colocación de esta segunda bomba se especuló con la posibilidad de que estuviera lista para estallar en el instante en que lo hizo la que arrojó Mateo Morral y así coger a la carroza regía entre dos fuegos. Esta nueva hipótesis, generada tras el hallazgo de la segunda bomba, podría descartar la de que el atentado fuese tan solo obra de dos anarquistas actuando en solitario -uno el autor material del hecho y el otro el encargado de fabricar el artefacto-, obedeciendo la acción a un plan perfectamente articulado en el que pudieron intervenir más terroristas, prueba de ello es que finalmente se practicaron varias detenciones entre los miembros de un grupo libertario que se hacía llamar "el de Mayor" e incluso la del periodista José Naskens, director del periódico anti monárquico "el Motín" -la cabecera ya lo dice todo-, quien ayudó a Mateo Morral en su huida de la calle Mayor. 

Finalmente, Mateo Morral Roca, se trasladó a Torrejón de Ardoz, con el fin de dirigirse por vía férrea a Barcelona; sin embargo, antes de alcanzar su objetivo, fue identificado por un Guarda Jurado quien procedió a su detención y traslado al Cuartel de la Guardia Civil. Durante la conducción, Mateo Morral asesinó al Guarda y posteriormente se suicidó. 

El cadáver de este asesino miserable fue conducido al Ayuntamiento de Torrejón con el fin de realizarle la autopsia, teniendo que recurrir a varias parejas de la Guardia Civil para evitar que el pueblo, encorajinado por los sucesos de Madrid, destrozase su cadáver. 

A día de hoy, con la maligna pretensión de tratar de lavar la imagen de este criminal, algunos especulan sobre posibles teorías de una gran conspiración, motivo por el cual, con el fin de taparle la boca a Mateo Morral, lo asesinaron mientras era conducido al Cuartel de Torrejón. Algo que, evidentemente pudo haber sucedido si tenemos en cuenta que los más interesados en que no hablase eran, precisamente, los propios anarquistas y otros grupos políticos desafectos a la monarquía que pudieron estar detrás de este regicidio frustrado y que también estuvieron en la oscura sombra de otros hechos de parecidas características a lo largo de nuestra historia reciente. 

Un dato final que pone de manifiesto lo malvado y miserable de los dirigentes del Frente Popular, durante la Guerra Civil, fue el hecho de que el Ayuntamiento de Madrid ordenase el derribo del primer monumento erigido en recuerdo de las víctimas de aquel brutal atentado y bautizase la calle Mayor con el nombre del terrorista asesino Mateo Morral e incluso, la hoy rotulada con el nombre de San Cristóbal, llegó a denominarse travesía de Mateo Morral, toda una afrenta a los 28 muertos y un centenar de heridos que dejó aquel salvaje atentado que tuvieron que esperar a 1963 para que se les recordase a través del monumento que hoy se alza en su memoria en el lugar donde se encontraba el anterior. 

Eugenio Fernández Barallobre.

(Artículo publicado en "El Correo de España") 

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