miércoles, 26 de junio de 2019

Historia de los Museos de la Policía

Afortunadamente, de un tiempo a esta parte, se ha visto notablemente incrementado el interés por conservar vestigios de nuestro pasado corporativo, testigos vivos de hechos cuyo recuerdo se ha ido perdiendo en la nebuloso de los tiempos y que, sin embargo, siguen estando presentes en los museos y salas de honor abiertas en muchas Comisarias y Centros Policiales españoles o en las páginas de diferentes trabajos publicados que abordan tan interesante temática. 

Esa preocupación por descubrir y profundizar en el conocimiento de la historia de nuestro Cuerpo ha permitido que viejos objetos, que dormían plácidamente en recónditos almacenes o en olvidados rincones, y fotografías, perdidas en cualquier legajo oculto en una inaccesible estantería, recobren un hálito de vida, expuestos en vitrinas o colgadas en las paredes de esos espacios que consagramos como el mejor homenaje de recuerdo a nuestro glorioso pasado. 

La Escuela de Policía donde se ubicaba el Museo (Mundo Gráfico)

Sin embargo, esta tentación de conservar aquellos objetos que, en su día, constituyeron útiles para la comisión de delitos, muchos de ellos causantes de gran alarma social ente la población del momento en el que fueron ocupados, referencias a crímenes famosos resueltos hábilmente por la sagacidad investigativa o reseñas de famosos delincuentes, no es algo privativo de nuestro presente, antes bien, ha sido una preocupación que viene de atrás en el tiempo. 

Desde la creación de la primera Escuela de Policía, allá por 1908, y de forma más concreta desde marzo de 1925, cuando se dispone la reorganización de este Centro docente, con la publicación de su Reglamento, se dispuso la creación, en sus instalaciones, de una sala-museo asociada a la Escuela con el fin de servir, de una parte, como un elemento pedagógico más, capaz de transmitir al alumnado el conocimiento y la familiarización con medios que sirvieron para la perpetración de delitos de toda índole, y de otra, como el lugar de salvaguarda y conservación de una serie de testimonios del buen hacer policial a lo largo de los años, plasmado en los éxitos obtenidos tras largas y laboriosas investigaciones que contribuirían a crear el necesario orgullo de pertenencia al Cuerpo entre los nuevos incorporados.

Vista parcial de la Sala Museo (Mundo Gráfico)

Si bien, de la primera Escuela no tenemos datos que nos permitan aventurar hipótesis sobre la existencia de un museo vinculado al Centro, si poseemos alguno referido a la segunda época, la surgida como consecuencia del Real Decreto de 14 de junio de 1921 que reorganiza la Policía Gubernativa y que hace referencia expresa a la Escuela de Policía que ha de servir para la formación del personal del Cuerpo de Vigilancia. En este sentido señalar que el día anterior a que diese inicio la Dictadura del General Primo de Rivera (13 de septiembre de 1923), el periódico “La Voz” de Madrid del día 12, publica una amplia entrevista con el entonces Director General de Orden Público, Carlos Blanco Pérez, quien refiere la intención de crear un Museo Criminológico anejo a la Escuela de Policía, en el inmueble nº 10 de la madrileña calle de la Flor.

Desconocemos si este proyecto llegó de inmediato a hacerse realidad ya que, la Real Orden de 26 de febrero de 1925, relativa a la Escuela de Policía, hace mención, en su artículo 7º a que “El Sr. Subsecretario de la Gobernación queda autorizado para que, a propuesta del Director general de Seguridad, disponga que los funcionarios, tanto de Madrid como de provincias, visiten los Museos Criminológicos, prisiones, gabinetes fotográficos y, en general, todo aquello que contribuya a su mayor ilustración, pudiendo acordar para esto concurran a cursos de ampliación en la Escuela, cuando las necesidades del servicio lo permitan

Todo ello, nos hace presuponer que a esa fecha, tal Museo no existía, y que su creación, con fines pedagógico-educativos debió ser una de las prioridades del Centro, siquiera para evitar que el alumnado tuviera la necesidad de desplazarse fuera del mismo con esa finalidad.

Vista parcial de la Sala-Museo (Mundo Gráfico)

Por lo que sabemos, a fecha del reportaje de "Mundo Gráfico", este Centro Policial se encontraba situado en un palacete de la madrileña avenida de la Moncloa, contando con un pequeño Museo Policial, recopilador de instrumentos, útiles, armas y otros objetos, ocupados a famosos delincuentes de aquellos años que los utilizaron para la perpetración de delitos, tanto contra las personas como contra la propiedad. Igualmente, acogió datos y referencias documentales sobre los servicios más relevantes prestados por la Policía, dejando así testimonio del trabajo realizado a lo largo de los años. 

Una colección que debió constituir todo un orgullo para la Escuela y, de manera especial, para su conservador, sin duda, integrante del cuadro de profesores del Centro docente. 

Es muy posible que aquella colección fuese la misma o al menos una parte de la que conservaba el Comisario Principal Antonio Viqueira Hinojosa, en la última planta de la vieja Escuela de Miguel Angel nº 5, donde, en 1979, realizamos nuestra formación policial. 

Allí, en aquel palacete del barrio de Chamberí, se custodiaba celosamente lo que más tarde, suponemos, fue el embrión del actual Museo Policial de la Escuela Nacional de Policía de Avila. 

Ahora, pasado el tiempo, cuarenta años exactamente, lamentamos no haber podido visitar aquellas instalaciones que permanecían cerradas y a las que, ignoramos la razón, nunca pudimos tener acceso. 

Cama en la que se ocultó parte del botín del atraco al Correo de Andalucía (Mundo Gráfico)

Pero volvamos al principio, al Museo de la Escuela de Policía de la avenida de la Moncloa, sin duda el primero con el que contó la Policía Española, aunque no se tratase de una dependencia abierta al público y, por lo tanto, no fuese un museo en el más amplio sentido de la acepción. 

Rebuscando datos aquí y allá para un mejor estudio de nuestra historia corporativa, nos hemos encontrado una serie de interesantes artículos, aparecidos en el semanario madrileño “Mundo Gráfico”, en sus ediciones correspondientes a los días 19 de junio, 26 de junio y 10 de julio de 1935, dedicados por entero al mejor conocimiento del funcionamiento de la Escuela de Policía. 

En el correspondiente al 26 de junio, el articulista, que firma como Felíu Dosart, realiza una visita al Museo Policial, acompañado por el entonces director de la Escuela, Adolfo de la Calle, y por el Conservador del Museo, Monasteriobide, quienes le muestran y describen algunos de los objetos conservados en aquella colección y que desconocemos si se han salvado de las vicisitudes, cambios de ubicación o el propio paso del tiempo, circunstancia esta que nos gustaría conocer. 

La descripción que nos hace el firmante del trabajo no deja lugar a dudas de que se trata tan solo de una Sala donde se conserva toda la colección; una espaciosa sala en la que se exponen vitrinas, fotografías, panoplias y una muestra, diversa y variopinta, de la delincuencia y su modus operandi, desde “espadillas” y palanquetas, hasta fotografías policiales de los más relevantes delincuentes de aquellos años. En definitiva, una colección criminológica más que histórica. 

Su finalidad, como hemos señalado, puramente didáctica, dirigida fundamentalmente al alumnado de la Escuela, nos hace suponer que nunca llegó a abrir sus puertas al público y que su primordial razón de existir, como asevera el articulista, era la de constituir “una magnífica lección viva y objetiva para los futuros agentes”. 

Colección de útiles expuestos en la Museo (Mundo Gráfico)

Todo parece indicar, a tenor de lo que leemos en el texto publicado en “Mundo Gráfico”, que, en esta sala, se conservaban distintas piezas de convicción, con un gran valor pedagógico al permitir al alumnado, con su observación y estudio, conocer las técnicas, los modus operandi y los útiles e instrumentos, empleados por los delincuentes para alcanzar sus objetivos en las diferentes especialidades delictivas. 

Además de esto, como veremos, en esta Sala se conservaban algunas piezas directamente relacionadas con hechos que marcaron la historia criminal de España, especialmente en el primer tercio del pasado siglo XX y que, caso de haberse perdido, serían, a día de hoy, irreemplazables. 

El texto del trabajo, al que hemos tenido acceso, nos permite recorrer, imaginariamente, la Sala de aquel que creemos primer Museo con el que contó la Policía Española y cuya visita resulta especialmente interesante. 

No poseemos una descripción pormenorizada de la Sala que nos permita conocer sus medidas, salvo por la referencia de que te trataba de una pieza espaciosa; tampoco conocemos el número aproximado de objetos que se conservaban en ella, sin embargo, sí la descripción o, al menos la referencia, a los más interesantes. 

Tal vez, una de las piezas más destacadas de aquella colección, fuese el revolver ocupado al anarquista Sancho Alegre, tras atentar, en la mañana del 13 de abril de 1913, contra el Rey D. Alfonso XIII, en la madrileña calle de Alcalá, a su regreso de presidir la Jura de Bandera de los Reclutas de aquel llamamiento. 

La detención del terrorista autor del atentado, en la que destacaron el Guardia de Seguridad Vicente Canaleda y el Agente del Cuerpo de Vigilancia Rafael Guijarro Cuenca, fue uno de los servicios más brillantes prestados, por aquellas fechas, por el personal de los Cuerpos integrantes de la Policía Gubernativa toda vez que, merced a su rápida intervención, frustraron el regicidio que, a buen seguro, se habría perpetrado. 

Se trata, por tanto, de una pieza de un gran valor histórico, ya que aquel suceso a punto estuvo de cambiar el rumbo de la Historia de España, caso de haber logrado el terrorista su objetivo final. 

También, aquella sala, conservaba recuerdos de otro de los hechos que conmocionó a España entera en el mes de abril de 1924, el asalto al Tren Expreso de Andalucía que se cometió la noche del 11 de abril de aquel año y que costó la vida dos ambulantes del Servicio de Correos que viajaban en el vagón postal. 

El Museo conservaba, además de una serie de testimonios gráficos y documentales de aquel criminal hecho, parte de la cama donde se suicidó Antonio Teruel, uno de los asesinos, en su casa de Madrid, antes de ser detenido por la Policía. 

La particularidad de esta cama, descartado el aspecto morboso, del todo ajeno al interés policial, radica en que, dentro de sus barrotes huecos, el delincuente ocultó una parte del botín, alhajas y metálico, por valor de 200.000 pts. de la época, recuperados tras acceder a su domicilio. 

Sin duda, aunque el articulista no lo menciona, la Sala-museo, guardaba algún vestigio de otros crímenes, igualmente espeluznantes, que sacudieron el Madrid de la época como el caso del cometido por el Capitán Sánchez en 1913 o el perpetrado por Don Nilo en 1916, que también deberían estar presentes en esta colección por constituir dos éxitos policiales que merecían ser conocidos por el personal de nuevo ingreso. 

Junto a estas evocaciones de éxitos policiales plasmadas en el esclarecimiento de los crímenes que conmocionaron a España y la detención de sus autores, el Museo conservaba también una colección de útiles para reventar cajas fuertes y cometer toda clase de delitos contra la propiedad, utilizados por dos peligrosos “espadistas”, Fernando Marco Valle “el Fernandet” y Rufino García Aranda “el Rufino”, que actuaban en Madrid a finales de la década de los años 20 y principios de los 30 del pasado siglo. 

“El Fernadet”, era un individuo que había llegado a Madrid, procedente de Barcelona, a principios de julio de 1929, instalándose en una pensión del número 43 de la calle San Bernardo, desde la que planeó el robo en una tienda de tejidos establecida en el número 37 de la calle Preciados. 

Finalmente, tras pergeñar su plan, a las once de la noche del 13 de agosto de aquel 1929, “Fernadet” logró penetrar al interior de la tienda practicando un butrón de unos 40 cm., utilizando para ello un berbiquí, sustrayendo, una vez en su interior, varias piezas de género. 

Iniciadas las gestiones, el Comisario jefe de la Brigada de Servicios Especiales, Manuel Martín, ordenó a personal de su Unidad que realizasen las averiguaciones pertinentes para esclarecer el hecho, logrando finalmente la detención de “el Fernandet” y la recuperación de los efectos sustraídos, así como de los útiles empleados para la comisión del robo. 

En cuanto a Rufino García Aranda, alias “el Rufino”, conocido “espadista”, fue detenido a finales de noviembre de 1933, tras cometer un robo con fuerza en el palacete del Conde de Velayos, sito en el número 32 de la calle Espronceda de Madrid, sustrayendo una valiosa vajilla de oro y una cubertería de plata. 

Practicada la detención, la prensa de la época relata que, además de recuperar los efectos sustraídos, ocultos en el domicilio del delincuente, se le ocupó “un curioso aparato -señalan los medios de comunicación- que sirve para forzar puertas y cajas de caudales” y junto a esto, palanquetas, berbiquís y otros objetos que creemos eran los que estaban expuestos en el Museo Policial. 

Junto a todos estos efectos, incautados a delincuentes, la Sala conservaba toda clase de medios empleados para llevar a cabo los timos más en boga en aquellos años. Desde el de la “máquina” o la “química”, simulando la impresión de billetes falsos o la fabricación de moneda, hasta el de las “barras de oro”, una burda imitación de un lingote del preciado metal, sin olvidar el de las “misas”; toda una gama de medios usados por aquellos ingeniosos timadores del Madrid del primer tercio del siglo pasado que tantos quebraderos de cabeza dieron a la Policía. 

Incluso, el Museo, guardaba celosamente en su colección, otras curiosidades referidas al mundo de la delincuencia. Tal es el caso de dos tubos metálicos, ocupados a un conocido carterista que, pese a ser detenido en numerosas ocasiones, no se le había podido probar hecho delictivo alguno ni tampoco recuperar nada de lo sustraído. 

En una ocasión, en un cacheo rutinario, verificado sobre este individuo, se le mandó hacer una flexión, momento en que del recto intestinal se precipitó uno de los tubos donde llevaba oculto, debidamente enrollado, una parte del botín. 

Igualmente, el periodista refiere que, en una de las vitrinas de la Sala, se conservan objetos intervenidos a dos de las “mecheras” más conocidas de Madrid, “la Tulli” y “la Matilde”, ambas detenidas en numerosas ocasiones. 

Incluso, en aquella sala, se exponía una baraja muy historiada, empleada por la conocida “Doña As”, una tal María Hernández, una embaucadora que se dedicaba a estafar a las gentes que acudían a que les adivinase el porvenir por medio de la cartomancia. 

En resumen, un conjunto de vestigios vinculados a nuestra historia policial reciente que ayudaron a mejorar la formación teórico-práctica de muchas generaciones de Policías que descubrieron, en aquella Sala-Museo, una parte de la realidad del trabajo que tendrían que asumir una vez concluida su fase formativa. 

Echamos en falta, eso sí, la voluntad de comenzar a gestionar, ya por aquellas fechas, como hicieron otras Instituciones, un verdadero Museo Policial nacional que sirviese para mostrar al público la realidad de su Policía, plasmada en los muchos éxitos alcanzados por sus integrantes a lo largo de su ya dilatada historia. Una ocasión que se perdió y que, pese al tiempo pasado, si hacemos excepción del Museo de Avila y de alguno más, como el de la Jefatura Superior de La Coruña, todo ha seguido la misma línea, la de creación de pequeñas Salas de honor en las que, cada Jefatura, cada Comisaría, muestra un poco de su historia. 

Sin duda, un comienzo, pero creemos firmemente que podríamos hacer mucho más, despertando la sensibilidad de muchos Policías que amamos nuestra historia y que deseamos que se proyecte al conocimiento del gran público, de esa sociedad, la española, a la que servimos sin regatear esfuerzos. 

Como epílogo, señalaremos que desconocemos si aquella colección ha llegado hasta nuestros días y, de ser así, si se conserva en el Museo Policial de la Escuela Nacional de Avila ya que, caso de haberse perdido, sería irreemplazable. 

Bibliografía: 

Gaceta BOE 
“Policía Española. Notas e imágenes”. Camino del Olmo y Cabo Meseguer. Fundación Policía Española. 
Hemeroteca “Mundo Gráfico” 
Hemeroteca “El Siglo Futuro” 
Hemeroteca “Heraldo de Madrid” 
Hemeroteca “La Libertad” 
Otras fuentes 

José Eugenio Fernández Barallobre, 
Inspector del C.N.P. 

(Artículo publicado en la revista "Policía")









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