Del boletín "Emblema" de diciembre, tomamos esta artículo de nuestro gran amigo Carlos Fernández Barallobre.
A las siete y media de la tarde de 22 de junio de 1977, tenía lugar el hallazgo del cadáver del industrial vizcaíno JAVIER DE YBARRA Y BERGÉ, en la zona del alto vizcaíno de Barazar, Javier de Ybarra había sido secuestrado el 20 de mayo de 1977, en su domicilio de Neguri (Guecho), por un comando de la organización terrorista ETA, compuesto por cuatro terroristas, disfrazados de enfermeros y con las cabezas tapadas con unas capuchas negras, que accedieron al domicilio del industrial. Tras esgrimir varias ametralladoras redujeron a los sirvientes de servicio y a cuatro de los hijos de Javier de Ybarra, que se hallaban en la casa. Se dirigieron al cuarto de baño, donde en ese instante se encontraba Javier, de donde lo llevaron a su habitación. Allí Javier de Ibarra se vistió. Se despidió de sus hijos con tranquilidad diciéndoles: “No os preocupéis por mí. Lo más que estos van a poder hacer es pegarme un tiro y, en ese caso, iré a reunirme con vuestra madre en el cielo". Javier de Ybarra había sido varias veces conminado por la banda a pagar el llamado “impuesto revolucionario”, a lo que se había negado sistemáticamente. Ibarra había recibido numerosos mensajes telefónicos de la banda a los que él de forma gallarda despreciaba llamándoles “majaderos”.
Javier de Ibarra |
Javier de Ybarra fue arrancado de su casa y trasladado a un Seat 124 camuflado de ambulancia. Los otros miembros del comando esposaron a los hijos y al personal del servicio y les taparon la boca para que no pudieran pedir socorro.
Cinco días más tarde de su secuestro, los hijos de Javier de Ybarra recibieron la primera comunicación por parte de ETA, fechada el 22 de mayo y donde pedían mil millones de pesetas como rescate "a la oligarquía de los Ybarra", decía textualmente el comunicado. En caso de no hacerlo efectivo, Javier de Ybarra sería "ejecutado". Un comunicante anónimo llamó en nombre de ETA a Radio Popular de San Sebastián, reivindicando el secuestro de industrial.
El día 24, el hijo mayor del secuestrado y portavoz de la familia viajaba a Madrid y se entrevistaba con el ministro de la Gobernación, señor Martín Villa. Ese mismo día, la Guardia Civil encontró uno de los vehículos utilizados en' el secuestro y que el comando había preparado camuflado como una ambulancia.
En esos días, era detenido en Hendaya por miembros de la Gendarmería francesa, el etarra Miguel Ángel Apalategui, alias “Apala”, que iba acompañado, en un coche, de José. Martínez de la Puente y Gurbindo Lizárraga. Apala, llevaba encima un documento relacionado con el secuestro de Javier de Ybarra. Algunos refugiados vascos ya habían acusado a Apala de ser el organizador del comando de ETA, rama político-militar, autor del secuestro.
El día 30 de mayo, la familia recibió una primera carta autógrafa de Javier de Ibarra, enviada a través del Tribunal Tutelar de Menores y de la que solo se dio a conocer una parte de la misma. Acompañando a la carta de Javier iba un comunicado de ETA, en el que volvía a exigir para su liberación mil millones de pesetas.
La familia intentó por todos los medios reunir el astronómico precio del rescate, algo que resultaría inútil, según relatarían posteriormente alguno de sus hijos, que se quejarían amargamente de como los bancos de Vizcaya y Bilbao, les volvieron la espalda, dando instrucciones para que no se pagara ningún dinero. Incluso acusaron a Emilio Ybarra, consejero delegado del Bilbao, sobrino de Javier, quien llegó a afirmar “que a un secuestrado no se le podía dar un crédito” Lograrían reunir solamente 50 millones de las antiguas pesetas, cantidad a todas luces insuficiente para pagar la extorsión de la malvada ETA.
La última comunicación que la familia de Javier de Ybarra, tuvo de él, fue por medio de una carta recibida el 10 de junio donde les decía sus hijos: “Queridos hijos: nuevamente puedo escribiros y lo hago después de haber sabido de vosotros y tantas cosas más por los periódicos, que comenzaron a llegar aquí cuando os escribí mi carta anterior. Lamento causar tantas molestias y agradezco el interés mostrado por personas y entidades, por la situación especial en que me encuentro. Con mi gratitud para todos, deseo referirme a la preciosa carta que me ha escrito Antonio Oriol, que ha publicado la prensa. En mi soledad me refugio en la oración y me auxilian mucho los dos únicos libros que me traje conmigo. Confiemos en la Sagrada Familia... a la que sabéis la gran devoción que tengo, en la seguridad de que todo ha de resolverse como mejor convenga al bien de nuestras almas. No os preocupéis por mí. Yo estoy en las manos de Dios, perdono a los que me prendieron y pido perdón a quienes haya podido ofender y ofrezco mi vida por la conversión de los pecadores y por el encuentro de las almas con su divino redentor. Con intenso cariño, os bendice y abraza vuestro padre, Javier”.
El 13 de junio la familia Ybarra recibió un ultimátum de la banda, de que o pagaban el rescate el 15 de junio, fecha que luego se amplió hasta el 18 de ese mismo mes, o Javier de Ybarra seria asesinado. El 20 de junio se recibió un comunicado en Radio Popular de San Sebastián en el que se indicaba dónde había sido depositado el cadáver de Javier de Ybarra.
La operación de búsqueda del cuerpo del señor Ybarra se había iniciado alrededor de las seis del 22 de junio, tras recibirse por correo en un buzón de San Sebastián un nuevo mensaje de ETA insistiendo en que el cadáver de Javier de Ybarra se hallaba en el lugar indicado en su mensaje del día 20, y que si no lo habían encontrado era porque no habían sabido buscarlo bien la primera vez.
El cuerpo sin vida de Javier de Ybarra fue hallado a unos veinticinco metros del caserío de Recarte, un refugio de montañeros. Este caserío se encontraba al final del camino forestal que en el comunicado de ETA del lunes 20 de junio se señalaba como pista para encontrar el cuerpo de Javier de Ybarra, que fue hallado envuelto en unos plásticos y cubierto por ramas de árboles para ocultarlo. Presentaba un disparo en la cabeza. En sus manos tenía un Misal y un Rosario.
El entonces comandante de la Guardia Civil, Guillermo Ostos, que participó en la búsqueda en el Alto de Barazar, recordaría posteriormente el hallazgo del cadáver, tal y como relataría en el libro de José Díaz Herrera “Los mitos del Nacionalismo Vasco” publicado por editorial Planeta en 2005. Decía así: ‘El cuerpo, con un tiro en la cabeza, estaba metido dentro de una bolsa de plástico enganchado a un clavo, con los brazos atados a la espalda, los ojos vendados’. Durante el cautiverio había perdido 22 kilos y toda su ropa olía a orina y a excrementos. Al hacerle la autopsia el doctor Toledo, forense del Hospital de Basurto, determinó que tenía las paredes intestinales pegadas, síntoma evidente de que los terroristas casi no le habían dado de comer durante su confinamiento. Tenía además el cuerpo llagado, señal inequívoca de que estuvo todo el tiempo tumbado o metido en un saco sin poder moverse”.
Javier de Ibarra fue brutalmente torturado, ensañándose con él aquellos hijos de puta de etarras, movidos por un incomprensible odio y rencor.
La familia al conocer el asesinato hizo publica una nota, leída por su hijo Enrique, que decía: “Ante la dolorosa muerte de mi padre, quiero dar testimonio de la fe viva que mantuvo a lo largo de toda su vida. Que su ejemplo de hombre honesto y trabajador, sirva para que de una vez por todas termine la violencia en todos sus formas.> El espíritu de su fe nos mantiene viva la imagen de nuestra padre, hombre que tanto hizo por Euskal Erria y por España”
La capilla ardiente se instaló en el piso superior de la residencia del señor Ybarra, en Neguri, por la que, desde primeras horas de la mañana, desfilaron numerosas personalidades, para testimoniar su pésame por la muerte de Javier de Ybarra, así como personas, fundamentalmente vecinos del barrio de Neguri. Allí se celebró una misa por el alma del señor Ybarra.
Banderas nacionales de gran tamaño, con crespones negros, habían sido colocadas en balcones y ventanas de numerosas viviendas y chalets en la zona de las Arenas y de Neguri.
A las seis de la tarde del día siguiente, a la iglesia de San Ignacio, en Neguri, absolutamente repleta de público, que también se apiñaba en la explanada circundante, llegaba el furgón que contenía el cuerpo sin vida del señor Ybarra, precedido de los hijos del industrial y otros familiares.
Concelebraron la Misa varios sacerdotes de la iglesia de San Ignacio, seguida con viva emoción por vecinos, amigos y familiares del asesinado, cuyas hijas, en varias ocasiones, no pudieron contener las lágrimas.
Se encontraban también junto al altar Antonio María de Oriol y Urquíjo, presidente del Consejo de Estado; el director general de la Guardia Civil, teniente general Ibáñez Freire, los gobernadores civil y militar de Vizcaya y otras personalidades civiles y militares.
Finalizada la Misa, y tras los responsos por el alma del señor de Ybarra, los familiares y amigos siguieron al féretro hasta el cementerio de Derio, donde recibiría cristiana sepultura.
Al salir de la iglesia, muchos de los presentes, que llevaban banderas nacionales, entonaron el “Cara al Sol” y dieron gritos contra ETA, el terrorismo y vivas a España.
Javier de Ybarra y Berge había nacido en Bilbao el 2 de julio de 1913. Estaba viudo de Teresa de Ybarra y Villabaso y era padre de once hijos. Participó en la guerra de liberación española, a las órdenes del general Alonso Vega, y era caballero mutilado, a cuyo cuerpo pertenecía, del cual era teniente coronel de Infantería desde el 13 de mayo de 1972.
El señor de Ybarra era licenciado en Derecho en las universidades de Deusto y Salamanca. Había sido presidente de la Diputación de Vizcaya entre los años 1947-50; alcalde del Ayuntamiento de Bilbao, desde 1963 a 1969; procurador en Cortes en las legislaturas II, III, VI, VII, VIII y IX, así como Consejero Nacional del Movimiento en las legislaturas VI, VII y IX. Académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.
Era consejero delegado de los diarios “El Correo Español-El Pueblo Vasco” de Bilbao, el "Diario Vasco” de San Sebastián, y consejero del “Banco de Vizcaya”, en representación del cual era presidente de la sociedad “Babcock Wilcox”, y consejero de “Iberduero” y de “Cementos Hontoria”. Asimismo, era presidente del Tribunal Tutelar de Menores de Bilbao, Entre las distinciones que había recibido estaban la «Gran Cruz del Mérito Naval», «Caballero de la Orden de San Juan de Malta», placa de la Orden de San Gregorio y otras condecoraciones. Había publicado diferentes libros, entre ellos, “Mi diario de la guerra de España 1936-1939”; “Torres de Vizcaya” y “Catálogo de monumentos de Vizcaya”.
Su secuestro, tortura y asesinato han quedado impunes. A día de hoy los soplones que sembraron el odio y ayudaban a la banda a cometer sus crímenes, están en las instituciones, siendo ahora unos socios fiables del indigno, ladrón y asesino gobierno, presidido por un mal nacido, traidor a España, profanador de tumbas, cobarde y además “chorizo”.
Aquel atroz secuestro y posterior asesinato instalaría el miedo en una considerable parte de la sociedad vasca, que huiría de su tierra, dando inicio a una limpieza étnica, un éxodo de incalculables proporciones, aun no estudiado a fondo por escritores, periodistas o historiadores, que cambió la españolidad de esas magníficas provincias vascongadas.
Carlos Fernández Barallobre.
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