viernes, 21 de julio de 2017

1979. ETA asesina en Zumárraga y San Sebastián a los Policías Nacionales José María Pérez Rodríguez y Aureliano Calvo Val

El jueves 30 de agosto de 1979 la banda terrorista ETA asesinaba a dos Policías Nacionales con una diferencia de horas entre uno y otro, en Zumárraga y San Sebastián.

El Policía Nacional José María Pérez Rodríguez, resultaba muerto a primera hora de la mañana del día 30 de agosto al sufrir un atentado en la estación del ferrocarril de Zumárraga (Guipúzcoa), cuando en compañía de otros seis policías —todos vestidos de paisano— se dirigía a la comisaría de la localidad, procedente de San Sebastián, para relevar a otros compañeros. Los autores del atentado, cuatro jóvenes encapuchados, tendieron una emboscada a los siete agentes de Policía y efectuaron contra ellos unos sesenta disparos de metralleta, ocho de los cuales alcanzaron a la víctima. A pesar de que el atentado se dirigía contra todo el grupo, los demás policías resultaron ilesos al poder cubrirse en diferentes puntos del camino. El atentado ocurrió a las nueve de la mañana junto a la terminal de RENFE en la estación de la localidad guipuzcoana de Zumárraga, concretamente en el barrio de Artiz, a unos trescientos metros de la empresa Orbegozo y a unos trescientos cincuenta de la Comisaría de Policía. Momentos antes siete policías, vestidos de paisano, abandonaban el tren tranvía 4052 que, con salida a las siete y cinco de la mañana de Irún, habían tomado a las siete y media en San Sebastián. 

Policía José Mª Pérez Rodríguez

Como era costumbre, los policías realizaron el trayecto separados en grupos de dos y tres, y al llegar a Zumárraga fin de trayecto, el tranvía paró en la segunda vía de las cuatro con que contaba la estación. Una vez en el andén los miembros de la Policía Nacional, al igual que otros civiles, cruzaron las otras dos vías con el propósito de atajar en el trayecto que separaba la estación de las dependencias policiales y del barrio de Artíz. 

Aunque en grupo, los agentes caminaban a cierta distancia entre sí. El primero de ellos subió un pequeño desnivel que separaba la carretera de las vías férreas cuando se apercibió de que de la parte trasera de una furgoneta, al parecer marca Ebro, salían dos jóvenes vestidos con ropa oscura y la cabeza cubierta con capuchas, portando sendas metralletas. Inmediatamente el policía, según su propia versión, retrocedió sobre sus propios pasos, arrojándose tras el desnivel. En esos momentos los dos jóvenes armados y un tercero, que estaba parapetado en un camión allí estacionado, comenzaron a disparar de forma indiscriminada contra los servidores del orden. 

José María Pérez, que en esos momentos se disponía a subir el desnivel, fue alcanzado mortalmente por una ráfaga de metralleta en diferentes partes del cuerpo. Sus compañeros, que pudieron cubrirse de los disparos, repelieron la agresión infructuosamente con las pistolas reglamentarias que portaban. Segundos más tarde, los encapuchados se daban a la fuga a gran velocidad en una furgoneta, Ebro de color verde que se encontraba con el motor en marcha y con otro joven el volante, dirigiéndose hacia el centro de la localidad para tomar la calle Peñaprieta, de Villafranca de Urrechua (localidad colindante con Zumárraga). El vehículo, con el que se perpetró el atentado, había sido sustraído a- su propietario hacia las ocho de la mañana, y fue encontrado posteriormente a la comisión del delito, abandonado a unos tres kilómetros de Zumárraga.

Poco después de producirse el atentado, José María Pérez era trasladado a la clínica Orbegozo, distante unos trescientos metros del lugar del suceso. Los facultativos de ese centro únicamente pudieron testificar la defunción del Policía Nacional, quien presentaba ocho impactos de baja. Siete de estos impactos, que afectaron tórax, hipocondrio, muslo y mano, originaron orificios de entrada y salida, mientras que uno, el que le produjo la muerte instantánea, quedó alojado en el corazón. Hacia las once y media de la mañana, el cadáver del policía fue trasladado al cementerio de la localidad con el propósito de realizarle la autopsia. 

Policía Aureliano Calvo Val

La capilla ardiente quedó instalada por la tarde en el Hospital Militar de San Sebastián. Como consecuencia del tiroteo, que afortunadamente no afectó a ninguna de las numerosas personas que se encontraban en el lugar, las unidades del tranvía procedente de Irún y en el que viajaban los policías atacados, resultaron alcanzadas por 30 impactos de bala. Asimismo, un autobús de servicio público discrecional, fue alcanzado por algunos Impactos. La Policía informó que en el lugar del atentado fueron recogidos 64 casquillos 9 milímetros’ “Parabellum” marca FN.

Doce horas después del atentado de Zumárraga, en la tarde del 30 de agosto era encontrado en San Sebastián el cadáver del Policía Nacional Aureliano Calvo Val dentro del taxi con el que trabajaba en sus horas libres. Un bedel del colegio de San Jorge dio la voz de alarma al comprobar que un hombre estaba muerto dentro de un taxi aparcado en las inmediaciones del colegio ingles en la avenida de Tolosa. Otra vecina ya había comunicado a la Policía que le resultaba sospechoso un vehículo taxi que se encontraba con el motor muy acelerado y sin embargo no se movía. Hasta el lugar se desplazaron efectivos de la Policía Nacional que encontraron sin vida el cuerpo de Aureliano Calvo que presentaba varios impactos de bala y se encontraba totalmente desangrado. Todos los disparos habían sido efectuados desde detrás. Aureliano había salido de casa a las seis de la tarde del 30 de agosto y no regresó jamás.

Los taxistas donostiarras efectuaron al día siguiente un paro como protesta por el asesinato que costó la vida a Aureliano. A día de hoy no se sabe por qué ETA acabó con la vida de Aureliano.

De nuevo a hora intempestiva, y a escondidas, ocho y media de la mañana, se celebraron en el Hospital Militar de San Sebastián, donde habían sido instalada la capilla ardiente, los funerales por las almas de los Policías Nacionales José María Pérez y Aureliano Calvo. A la ceremonia religiosa asistieron los familiares de los policías asesinados, el Gobernador Civil, Gobernador Militar, Comandante de Marina de San Sebastián, diversas autoridades civiles y militares y numerosos compañeros de los policías caídos. No se permitió acceder al hospital a ninguna otra persona.

En su Homilía el Capellán de la Policía Nacional pido por el alma de los Policías asesinados que según sus palabras, “habían dado un ejemplo de generosidad en defensa del orden público”. 

Una vez finalizado el funeral los féretros de los dos policías, cubiertos ambos con la Bandera Nacional, fueron trasladados a hombros de sus compañeros hasta dos furgones funerarios que los trasladarían, el de José María Pérez al aeropuerto de Fuenterrabía con destino a Sevilla y el otro, el de Aureliano Calvo, a la localidad burgalesa de Quintana de Valdelucio. 

Los restos mortales del policía nacional José María Pérez llegaron a bordo de un avión militar al aeropuerto de Sevilla donde eran esperados por los padres, familiares, amigos, así como por el gobernador civil de la provincia y otras autoridades civiles, militares y policiales. El féretro del malogrado policía fue traslado al cementerio de San Juan de Aznalfarache donde recibió cristiana sepultura. 

Por su parte todo el pueblo de Quintana de Valdelucio y primeras autoridades burgalesas, acompañaron a la familia de Aureliano Calvo, que sería inhumado en el cementerio de su pueblo natal. 

José María Pérez Rodríguez tenía 25 años, estaba soltero y era natural de Gilena, en la provincia de Sevilla.

Aureliano Calvo Val, de 38 años, había nacido en Quintana de Valdelucio (Burgos). Estaba casado con Carmen Ibarlucea, y tenía tres hijos: dos niñas de 12 y 3 años, y un niño de 6 meses. 

De acuerdo con el Real Decreto 1404/2000, con fecha 19 de julio de 2000, se les concedió a ambos Policías Nacionales la Gran Cruz de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo a título póstumo. Además, en resolución fechada el 18 de marzo de 2005 (Real Decreto 308/2005), el Ministerio del Interior les concedía también el ascenso de empleo, con carácter honorífico y a título póstumo.

Carlos Fernández Barallobre.

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