domingo, 17 de enero de 2021

Crónica negra de La Coruña. Capítulo 2º. El crimen de la Alemana

Nueva entrega de la "Crónica negra de La Coruña", original de nuestra buena amiga y colaboradora Mª Jesús Herrero García.

La mañana del lunes 26 de julio de 1909, mientras los periódicos dedicaban sus primeras páginas a comentar la visita a Santiago de SS. MM. Los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, comenzó a circular en La Coruña la noticia de un sangriento hecho ocurrido el día anterior. Consuelo Bregua Blanco, una joven de 28 años de exótica belleza, muy conocida entre sus vecinos, aparecía muerta en su habitación del número 4 de la travesía del Curro. Tenía dos heridas de bala, una en la sien derecha y otra en la parte superior derecha del cuello. La encontraron sentada en un sofá, con la cabeza inclinada hacia un lado y los brazos colgando. 

La Alemana y sus asesino (prensa de la época)


Ésta es su historia. 

Desde que tenía 13 años, Consuelo mantuvo relaciones con el joven José Munz Strick, hijo de una respetable familia alemana afincada en La Coruña. 

Las relaciones de Consuelo y José pronto se hicieron famosas, pues, aparte la belleza de ella, a la que pronto se conoció como la Alemana, mantenían frecuentes peleas en las que tuvieron, a veces, que intervenir los agentes de la autoridad. 

En 1901, Consuelo fue al baile de Piñata del Teatro Principal, especialmente peinada para concurrir a un premio. Pero Munz, celoso, se oponía a que se luciera en concursos, y en el pasillo del coliseo se encontraron ambos, teniendo una pelea, en el transcurso de la cual, el joven, blandiendo una botella, la estrelló en la cabeza de Consuelo que, bañada en sangre, tuvo que ser conducida al hospital, conservando desde entonces diversas cicatrices en su cara. A pesar de ello, el alemán siguió teniendo relaciones con ella. Hubo un tiempo en que Munz se cansó y se fue a América en un barco en el que estuvo trabajando como camarero. 

Consuelo se dedicó entonces a la prostitución, siendo conocida como «cocota». Cuando Munz volvió de Sudamérica se reconcilió con Consuelo y vivieron maritalmente. 

A las siete de la mañana del día de Santiago, fue descubierto el cadáver. César Pardo, un niño de 9 años, sobrino de Consuelo, que vivía en el piso de abajo y dormía muchas noches en casa de su tía, subió a verla. Vio a Consuelo tumbada sobre un sofá y la creyó dormida. Cogió un bastón y bajó a jugar con él a la calle. Su madre salió entonces para el hotel en donde trabajaba como cocinera, y al verle le dijo que subiese el bastón. Así lo hizo y al verla de nuevo tumbada en el sillón comenzó a llamarla, viendo entonces que tenía la cara ensangrentada. Llorando salió de la casa y fue a llamar a su madre al hotel para decírselo. 

Caído junto al cadáver de Consuelo, había un papel con unas letras supuestamente escritas por esta, en las que decía que estaba cansada de la vida y que se iba a suicidar. Al pie de una mesita de noche se hallaba un revólver Smith. 

Cuantas personas conocían a la Alemana la juzgaban incapaz de haberse suicidado. Aun el día anterior, recuerdan, había estado enseñando a unas amigas una blusa que pensaba estrenar el día de la romería de La Graña. 

A pesar de la carta encontrada, el juez Rodríguez Rey dio orden de detener a José Munz, siendo hallado en casa de sus padres durmiendo. En sus declaraciones ante el juez, Munz negó que él hubiese cometido crimen alguno y que el revólver hallado en la habitación no era de su propiedad. 

Parece que hubo algún vecino que a las diez y media de la noche de autos, oyó dos ruidos sordos en la calle y que, asomado a la ventana, no vio nada anormal. También en el dintel de la puerta de la calle donde vivía Consuelo, había unas manchas de sangre, como si alguien hubiese puesto sobre la pared unos dedos ensangrentados. 

Un niño de 12 años, Juanito Méndez, vecino del número 3 de la travesía del Curro, declaraba que a las seis de la tarde del día 24 Consuelo le encargó fuese a buscar a una tienda una botella de cerveza y un cuartillo de vino. Cuando subió a dejárselo vio a Consuelo con Munz. Ambos estaban sentados en el sofá y con la cara seria. Manuel García, baulero que tenía su taller en la casa contigua y que se había quedado el día 24 trabajando hasta tarde, vio entrar también a Munz en la casa de Consuelo. 

Una de las declaraciones más extensa fue la de la madre de la víctima, Manuela Blanco Rial, de 67 años, que estaba sirviendo hacía mes y medio como cocinera del balneario de Carballo. Dijo que su hija nunca usó revólver y que le tenía verdadero pánico a las armas de fuego. 

A pesar de la nota de suicidio, «en la calle circulaban rumores nada favorables a José Munz». La autopsia y los informes de los forenses no fueron concluyentes. Había entre ellos división de opiniones acerca de si existía alguna posibilidad de que la propia mujer se disparase dos veces. Se reconstruyó el suceso con «un maniquí sentado en una silla», que se vistió con «la chambra blanca que perteneció a Consuelo», aún con las marcas de un fogonazo «extraño y sospechoso». 

Pasaron casi tres años hasta el juicio. Las declaraciones de los testigos fueron poco favorables a Munz. La defensa estaba a cargo de un joven abogado coruñés que con el paso del tiempo sería ministro y presidente del Gobierno de la segunda República española: Santiago Casares Quiroga, Casaritos para sus íntimos. 

También compareció el prestigioso médico Rodríguez Martínez el popular «médico Rodríguez». Fue contundente. Indignado con las conclusiones de otros colegas, dijo: «Se han traído a este proceso, me parece a mí, una porción de alharacas para la galería. Aquí hacía falta justicia; aquí hacía falta despertar la conciencia pública adormecida por el matonismo local que tan bien estudió en una luminosa memoria el señor Casares; porque en La Coruña se dan muchos crímenes pasionales, de esos que se llaman pasionales, y que consisten en matar mujeres». Y, apoyándose en las pruebas, sentenció: «No hay tal suicidio». 

El jurado le hizo caso. Al oír el veredicto, Munz se levantó nervioso, excitado y gritó: «Juro que soy inocente ante Dios, si es que hay un Dios. Es un crimen que el público comete conmigo». 

«Se condena a José Munz Strick como autor de un delito de homicidio, a la pena de 15 años de reclusión temporal y 2.000 pesetas de indemnización a la familia de la víctima con indemnización y costas». 

La duda, no obstante, siguió planeando sobre el Alemán, aunque, según la norma básica del derecho, in dubio, pro reo.

Mª Jesús Herrero García.

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