Del boletín "Emblema" de febrero, tomamos este artículo de nuestro gran amigo y compañero el Comisario Ángel J. Alcázar Sempere.
Acabo de terminar de leer un libro sobre la conquista del Perú, editado por La Esfera de los Libros cuyo autor es Iván Vélez el cual lleva por subtítulo “En busca de fama y fortuna”. Hace no mucho tiempo, Vélez publicó otro libro con la misma editorial sobre la conquista de México y con el subtítulo “La Nueva España”.
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Monumento a Francisco Pizarro en Lima (Perú) |
Creo que los dos libros son buenos para conocer ambas epopeyas de nuestra HISTORIA. En referencia al último, al relativo al Perú, debo decir que no cansa, no embota y no confunde. Es asequible y breve, y, por lo tanto, puede ser un buen principio para los no iniciados en el tema.
Tengo que decir que todo lo referido al descubrimiento, conquista, exploración, pacificación, evangelización y civilización de lo que constituye Hispanoamérica siempre me ha cautivado, Más exacto sería decir que siempre me ha fascinado. Prácticamente todo lo que he leído hasta ahora de esta temática americana constituyen un conjunto de aventuras que son difíciles de igualar, realizadas generalmente por españoles que buscaban fama, gloria y riqueza a costa de sus vidas y hacienda. Pertenece a Hernán Cortés la frase dicha en una carta al Emperador Carlos I de España: “Tengo por mejor ser rico de fama que de bienes”.
¡Qué lástima que los que pueden decidir qué tipo de cine se ha de hacer en España sea tan catetos, sectarios y cobardones!
Pienso que tanto en España como en Hispanoamérica este proceso no se estudia adecuadamente en los colegios y en los centros de enseñanza. Vamos, que, o no se estudia, o se manipula, o se deforma intencionadamente.
Leyendo el excelente libro de Iván Vélez, uno no deja de sorprenderse tanto de la brutalidad como de la crueldad que se ejercía en aquella época en la que tantos acababan bastante mal, no siendo infrecuente “perder la cabeza” dicho en el sentido literal de la expresión.
Como es sabido, lo del Perú fue un encadenamiento de guerras fratricidas en las que estaban a la “orden del día” las conspiraciones, las traiciones, las rebeliones, los motines, las insurrecciones, los asesinatos, las venganzas y las discordias. Lo sabemos casi todo porque casi todo se escribía. Afortunadamente, hubo muchos cronistas que reflejaron mediante oportunos y prolijos escritos todas las tropelías y villanías que se cometían, pero que también plasmaban cantidad de cosas maravillosas que iban sucediendo al socaire del proceso. Los españoles lo escribimos todo. De hecho, nuestro mayor número de Premios Nobel lo son por la Literatura; de siete que se han otorgado a ilustres españoles, cinco lo son por saber juntar letras de manera excepcional.
En la primera quincena del mes de junio de 2010, tuve la suerte de poder viajar a Lima por motivos de trabajo, llamada por Francisco Pizarro y sus huestes la Ciudad de Los Reyes, por haber sido su fundación próxima al día de Reyes de 1535. El viaje era de una semana escasa y en cinco días tenía que impartir un seminario sobre Seguridad Ciudadana a miembros de la Policía Nacional peruana en la Escuela de Capacitación y Especialización Policial ubicada en la capital de la nación hermana. Todos los días, después de terminar el trabajo encomendado, me dedicaba a hacer turismo -hasta donde el cuerpo aguantaba- y siempre acompañado por peruanos, por aquello de cuidar de la seguridad personal del invitado, o tal vez por tenerlo vigilado. Muchas zonas de Lima son peligrosas, sobre todo si eres extranjero y los malos se dan cuenta de ello.
Después de llevarme a ver el Palacio de Gobierno situado en el mismo lugar (Plaza de Armas) dónde Pizarro ordenó construir uno para él, del cual no queda nada por haber sido destruido por varios terremotos, pasamos por una plaza no muy grande, la cual es aledaña a dicho Palacio, y lugar donde había estado la estatua de Francisco Pizarro por espacio de más de cincuenta años, concretamente desde el mes de julio del año 1952. La Plaza se llamaba de Francisco Pizarro. Fue en el mes de enero del año 1935 en que, con motivo del cuarto centenario de la fundación de la ciudad, colocaron por primera vez en el atrio de la Catedral la famosa estatua. Pregunté dónde estaba ahora y me contestaron que la habían llevado hace pocos años a un parque llamado de la Muralla, a orillas del rio Rímac. Quise ver la estatua en ese parque, así que les dije si podíamos ir a verla. Me pareció notar que se miraban algo contrariados, o quizá, sorprendidos por mi petición, pues no estaba prevista en su recorrido turístico.
Una vez en el parque y frente a la estatua que se encontraba a ras de suelo y sin ningún tipo de pedestal, tuve la certeza de que intencionadamente la habían escondido, es decir, la habían movido del sitio preferente que tenía antes, para ocultarla, sin atreverse -de momento- a meterla en algún almacén municipal, del Estado o, ¡vaya usted a saber! Allí la habían colocado en el mes de octubre del año 2004. La verdad es que me sentó fatal ver allí, medio escondida, la estatua de un arquetipo de conquistador español, el cual dominó, no sin enormes dificultades, el Imperio más grande de América y uno de los más extensos sobre la Tierra, todo ello a costa de muchísimas penalidades y desventuras. Digo que me sentó mal, sobre todo porque la Plaza de Armas se había remozado hacia no mucho tiempo a cuenta de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), ósea, a cuenta de todos los españoles. La plaza de Armas o también llamada Mayor, estaba radiante, pintada y en inmejorables condiciones. En algún sitio de la Plaza un cartelito, poco visible, daba cuenta de ello.
Como resulta que soy como soy, no pude por menos de decirles que ese último traslado no me parecía bien. ¡Caramba, soy español y para mí Francisco Pizarro es un héroe patrio! La verdad es que no se lo tomaron a mal. Me quedé algo sorprendido, pues por los gestos que en la contestación me dio el más caracterizado, me pareció que él tampoco estaba muy de acuerdo con su actual emplazamiento. Se justificaron achacándolo a la presión ejercida por los movimientos indigenistas que en los últimos años estaban tomando cierto auge de carácter social y cultural.
Ya vemos que la situación de la estatua ecuestre del fundador de Lima, entre otras cosas, va a peor. No me extrañaría nada que con el tiempo las autoridades de turno la acaben quitando de la vista pública. ¡Allá los peruanos con sus complejos que les hace, al parecer, no haber asumido algunos, aún, su identidad actual!
Al día siguiente, después de terminar las clases, solicité a mis anfitriones subir al cerro de San Cristóbal, lugar dónde Pizarro colocó una cruz de madera al poco de fundar la ciudad. La que existe hoy en día es de hierro y cemento. Me dijeron que los restos de madera de la cruz que puso Pizarro se encontraban dentro de la base de ésta. La actual cruz es mucho más grande que la primigenia. Hoy en día este lugar es un centro de peregrinación.
Voy concluyendo, el libro de la conquista del Perú merece la pena leerlo. Proporciona una idea cabal de la gesta realizada en esa parte de Suramérica por aquellos recios, valientes y codiciosos españoles, y lo hace sin bordear los puntos oscuros o mezquinos que, casi, toda obra humana tiene.
Ángel J. Alcázar Sempere.
Nota de redacción: El autor del artículo nos remite información sobre el hecho de que la estatua del insigne don Francisco Pizarro ha sido repuesta, en fechas recientes, a un emplazamiento preferente en la ciudad de Lima, asistiendo al acto la Presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso, circunstancia de la que, como españoles, nos sentimos especialmente orgullosos.
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