jueves, 15 de abril de 2021

Hoy, sigue presente

Hoy recordamos a los Policías Nacionales Antonio Gómez Osuna y Francisco Espina Vargas, asesinados por un comando de ETA, el día 15 de abril de 1988 en Vitoria.

A la una y cuarto de la tarde del 15 de abril de 1988, dos miembros de ETA asesinaban a tiros en Vitoria a Antonio Gómez Osuna y Francisco Espina Vargas, miembros de una patrulla motorizada del Cuerpo Nacional de Policía.

Policía Antonio Gómez Osuna


El atentado en el que perdieron la vida los Policías Nacionales se produjo cuando los dos agentes, se encontraban identificando a unos jóvenes sospechosos de estar relacionados con el tráfico de drogas.

Policía Francisco Espina Vargas


Mientras los agentes llamaban por su radioteléfono para comprobar la identidad de algunas de las personas que estaban identificando, tres terroristas salieron del Bar Adurzabal, armados con pistolas, e hicieron fuego con sus armas contra los policías, en presencia de numerosas personas que transitaban por el lugar. Según varios testigos presenciales, los agresores atentaron primero contra uno de los policías y, posteriormente, dispararon contra el segundo, que intentó resguardarse entre dos coches aparcados en la misma calle. Francisco Espina recibió tres impactos en el pecho y fue rematado en el suelo. Ninguno de los dos Policías tuvo tiempo de hacer uso de su arma reglamentaria.

Una de las balas disparadas rebotó en una pared y alcanzó a un joven que se encontraba sentado en unas escaleras, produciéndole una herida en un hombro.

Cometido el atentado, los tres miembros del comando, que actuaron a cara descubierta, huyeron a pie hasta la Iglesia de San Cristóbal, situada a unos cien metros de lugar de los hechos, donde un cuarto etarra les esperaba a bordo de un coche Talbot 150 de color blanco. El vehículo había sido robado previamente por la fuerza, dejando a su propietario dentro durante la comisión del atentado. Antes de emprender la huida, obligaron al dueño del coche a apearse. El vehículo fue encontrado poco después en la calle San Antonio, según informó el Gobierno Civil de Álava.

Aunque se indicó que los policías podían haber sido atraídos al lugar por una llamada telefónica que anunciaba que había unos jóvenes drogándose, fuentes oficiales negaron ese extremo. Según medios policiales, la presencia de patrullas en aquella calle era habitual, dado que en ella se encontraban algunos bares que solían ser frecuentados por delincuentes muy conocidos de Vitoria. Por esta razón, eran habituales las pequeñas operaciones de control como la que estaban realizando los dos agentes asesinados. Uno de ellos, además, residía en una vivienda próxima al lugar donde se produjo el atentado. Los dos policías fueron conducidos urgentemente a la Casa de Socorro, en primer lugar, y al Hospital de Santiago, posteriormente, pero cuando llegaron a este centro sanitario habían fallecido. Ambos presentaban impactos de bala en la cabeza, con pérdida de masa encefálica.

Según el parte médico, Francisco presentaba varias heridas por arma de fuego, una con orificio de entrada en el globo ocular izquierdo y tres más en tórax y abdomen. Antonio, por su parte, presentaba tres impactos de bala en la región craneofacial y otros tres en la región torácica. La persona herida en el atentado fue ingresada en el mismo hospital, donde se diagnosticó que su estado era menos grave.

Francisco Espina Vargas iba a cumplir 30 años el día 17 del próximo mes de mayo, era natural de la localidad sevillana de Coria del Río, estaba casado y tenía dos hijos. El segundo policía muerto, Antonio Gómez Osuna, de 32 años, había nacido en Puebla del Río, también en la provincia de Sevilla, estaba casado y tenía una hija. Los dos policías, que estaban destinados en Vascongadas desde hacía siete años, habían pedido el traslado a su provincia de origen hacía algunos meses, pero todavía no les había sido concedido.

Tras el atentado, fuerzas de la Seguridad del Estado se personaron en el lugar de los hechos. Efectivos policiales hallaron bajo un coche varios casquillos 9 milímetros FF Parabellum, munición utilizada habitualmente por ETA.

La capilla ardiente fue instalada a las siete de la tarde en el Gobierno Civil de Álava por donde desfilaron múltiples personalidades y vitorianos anónimos, que quisieron testimoniar su pésame a las fuerzas de la Policía Nacional. A primer ahora de la mañana el Obispo de Vitoria, Monseñor Larrauri, dirigió el rezo de un responso por el alma de los dos policías asesinados

El funeral por los dos policías asesinados se inició a las once de la mañana del día siguiente en la iglesia de San Miguel, con presencia de numerosas autoridades civiles y militares. Cientos de personas abarrotaron el templo, teniendo que permanecer una gran parte de los asistentes en el exterior. En la homilía, el párroco de la iglesia de San Miguel, Félix Uriarte, acusó de “falsos redentores”a aquellos que truncan vidas por balas asesinas”. El sacerdote, que hizo un llamamiento para que retirasen su apoyo a la violencia quienes la respaldaban, concluyó la homilía diciendo que “así no se puede construir una casa habitable para nadie”.

A la salida del acto religioso, sonó el Himno Nacional y los asistentes despidieron los féretros de los dos policías, que iban cubiertos con la Bandera Nacional, con emocionados gritos de viva a España, viva la Policía y una gran salva de aplausos, mientras algunas personas, entre las que se encontraban numerosos familiares de policías abuchearon, increparon a las autoridades e intentaron hacerse con los féretros, algo que fue evitado con mucho tacto y cariño por compañeros de las víctimas.

Los restos mortales de los agentes Francisco Espina Vargas y Antonio Gómez Osuna llegaron al aeropuerto de Sevilla a bordo de un Aviocar del Ejército del Aire que provenía del aeropuerto de Fuenterrabía. Numerosas autoridades, entre las que se encontraban el presidente de la Junta de Andalucía José Rodríguez de la Borbolla; Delegado del Gobierno en Andalucía, Alfonso Garrido; Gobernador Militar de Sevilla; Jefe Superior de Policía de Sevilla, Enrique Mora Morandeira; alcaldes de Sevilla, Brenes y San Juan de Aznalfarache; compañeros Policías Nacionales, Guardias civiles, amigos y familiares de las víctimas, acudieron a recibirles y acompañarles posteriormente a las localidades sevillanas de La Puebla del Río y Brenes, donde recibieron sepultura.

A la llegada de los dos féretros, que venían acompañados por las viudas e hijos de los policías asesinados, otros familiares, que esperaban en el aeropuerto, rompieron a llorar desconsoladamente. Varios familiares y amigos de las victimas increparon con dureza al presidente de la Junta de Andalucía y al delegado del Gobierno diciendo en alta voz:” Esto es un crimen, Dios mío y no hacéis nada por evitarlo, y el ministro, que parece un cura presidiendo tantos funerales de policías, ¡que nos den a nosotros diez o veinte etarras y verán que hacemos con ellos”.

Los féretros de Francisco Espina Vargas y Antonio Gómez Osuna, envueltos en la Bandera Nacional, fueron trasladados desde el avión militar a hombros de compañeros hasta dos furgones funerarios que formaron parte de las dos comitivas automovilísticas que acompañaron a los ataúdes cubiertos de numerosa coronas de flores hasta las localidades de Brenes y San Juan de Aznalfarache donde fueron cristianamente sepultados. El Jefe Superior de Policía de Sevilla, Enrique Mora, señalaría a los medios de información “que una vez más la Policía siente dolor por haber perdido dos hombres, dos bajas más, pero el ánimo de la Policía está intacto y seguiremos luchando en la medida de nuestras fuerzas por España contra el terrorismo”.

¡¡Dulce et decorum est pro patria mori!!

1 comentario:

  1. Juan Carlos Arruti Azpitarte y Ramón Aldasoro Magunacelaya fueron condenados como autores materiales del hecho.
    No pudieron ser condenados Juan María Oyarbide y Manuel Urionabarrenetxea, por resultar muertos en septiembre de 1989 en un enfrentamiento con la Guardia Civil.

    El matrimonio formado por Miren Gotzone López de Luzuriaga e Ignacio Fernández de Larrinoa dieron cobijo a los cuatro asesinos tras cometer el atentado y fueron condenados por encubridores.

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