Del boletín "Emblema" tomamos su editorial correspondiente al mes de noviembre.
Parafraseando al poeta Rodrigo Caro, habría que decir: “Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo España famosa”, habida cuenta de la grave situación, en todos los órdenes, que estamos atravesando
Sí los casos de corrupción nos cercan por todas partes; sí la pérdida de prestigio a nivel internacional está dejando la credibilidad nacional por los suelos; sí nuestro futuro, al menos a corto plazo, está en manos de un delincuente fugado de la Justicia; ahora nos encontramos que una individua, condenada en su día, por la Audiencia Nacional, a un año de prisión y otro de inhabilitación para la práctica de su profesión –el periodismo– por un delito de enaltecimiento de la banda terrorista ETA, se permite, públicamente, dictarnos las normas de conducta política.
Es vergonzoso que una individua de esta catadura moral, aquella de los titulares referidos a la liberación de Ortega Lara o al vil asesinato de Miguel Ángel Blanco, en la cloaca mediática proetarra de “Eguin”, acuse a nadie de fascistas cuando, precisamente, los más fascistas son aquellos de cuyas filas salió esta individua.
Convendría recordarle a esta individua que el partido al que representa se jacta de homenajear públicamente a etarras, integra a individuos que fueron miembros de la banda en sus listas electorales y jamás lo hemos oído condenar los desórdenes provocados por la llamada “kal borroka”, ni ningún otro tipo de alteración del orden protagonizado por elementos de la ultraizquierda.
También conviene recordarle a esta miserable individua que la banda terrorista ETA, en sus años de actividad, se llevó por delante la vida de 188 policías nacionales –Cuerpo General de Policía, Policía Armada, Cuerpo Superior de Policía, Policía Nacional y Cuerpo Nacional de Policía-; 203 Guardias Civiles; 98 Militares de los tres Ejércitos y de diferentes graduaciones; 183 civiles, entre los que se cuentan niños de corta edad y miembros de diferentes partidos, entre ellos el PSOE y el PP; así como otros miembros de distintos Cuerpos policiales.
Este es el triste y siniestro balance que respalda a este no menos siniestra individua que mejor debería abstenerse, siquiera por decencia, de dar lecciones de ética y moral política a nadie y, mucho menos, exigir que se persiga a determinados partidos políticos, cuando, sí esto fuese un país normal, el que ella representa ya debería llevar muchos años disuelto y colocado fuera de la Ley, al aglutinar en sus filas a quienes aglutina.
Sin embargo, lo más grave de todo esto no es que esta individua se permita, alegremente, en el congreso pronunciar su soflama; lo más grave es que una buena parte de los partidos presentes en el hemiciclo secundaron, con su silencio, las palabras de este siniestro personaje.
No deberíamos olvidar lo que fue y representó la ETA mientras estuvo activa. El terror más diabólico, la privación más absoluta de libertad, el rastrero tiro en la nuca o la cobarde bomba lapa colocada en los bajos del coche para todo aquel que defendiese la sagrada unidad de España o, simplemente, cumpliese con su deber como miembro de las Fuerzas de Orden Público o las Fuerzas Armadas.
Es vomitivo y asqueroso que alguien de la catadura de esta individua se permita dar consejos o exigir medidas, cuando las primeras medidas deberían ser las de ilegalizar a la formación que ella representa.
¿Cómo es posible que el futuro de España y de los españoles pueda estar en manos de gentuza como esta?; ¿cómo es posible que sus votos sirvan para aprobar o rechazar una Ley?; ¿cómo es posible que el gobierno, por mantenerse en el poder, haya pactado con esta despreciable escoria?
Todos hemos tenido compañeros y amigos que fueron vilmente asesinados por estos canallas. Hombres y mujeres cuyo único delito era garantizar la paz interior y la seguridad de España y de los españoles. Hombres y mujeres que una mañana salieron de su casa para no regresar jamás.
Por eso, una de las medidas más acertadas de nuestro boletín “Emblema” fue la de incluir, en cada uno de sus números, la relación de los asesinados –en este caso, tan solo los miembros de la Policía– por las bandas y grupos terroristas, destacando sobremanera la ETA, la más sanguinaria, miserable y cobarde de todas ellas.
No deberíamos olvidar jamás la sangre vertida por tantos y tan buenos españoles que cayeron vilmente asesinados por los canallas etarras; es un deber moral mantener vivo su recuerdo de forma permanente y que esta tipeja no se olvide que nosotros ni perdonamos ni olvidamos.
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