Debió de ser a finales de noviembre de 2012. Recuerdo que era tarde, creo que antes de cenar cuando sonó el teléfono de mi casa, al otro lado, el entonces Alcalde de La Coruña, mi amigo Carlos Negreira, deseaba hablar conmigo.
Puedo asegurar que, al principio de sus palabras, no comprendí con exactitud lo que quería decirme. Realmente, no estaba seguro si estaba pidiendo mi opinión o, por el contrario, ofreciéndome algo.
S.M. el Rey Gaspar |
Al final, alcancé a comprender la dimensión de sus palabras, me estaba invitando a participar, en la siguiente Cabalgata de Reyes, encarnando la representación en la tierra de uno de los hacedores de la ilusión, de uno de los Reyes Magos.
Realmente, aquella propuesta, me sorprendió. Hacía años que soñaba con asumir, aunque fuese por unas horas, el papel de uno de estos mágicos personajes que, cada año, recorren las calles de las ciudades antes de que visiten todos los hogares españoles dejando en cada uno su mensaje de ilusión y de alegría. Sin embargo, al ignorar la forma en que se seleccionaba a los encargados de encarnar a estas legendarias figuras, tan vinculadas a la tradición española, tampoco tal posibilidad entraba dentro de mis cálculos.
Recibí con mucha ilusión y alegría poco disimulada aquella propuesta que, por supuesto, agradecí a mi amigo el Alcalde con todo mi corazón. Conchita, en parte ajena a la conversación, no acertaba muy bien a comprender mi estado de creciente euforia.
En los minutos siguientes, hicimos algún comentario sobre el particular, antes de que surgiese la pregunta obligada, ¿qué Rey quieres encarnar?, me preguntó. No lo dudé y rápidamente le respondí, ¡Gaspar!, ¿cuál si no?, siendo el Rey de luengos cabellos rubios el mío de toda la vida.
Antes de colgar, me comentó que, desde el Ayuntamiento, se pondrían en contacto conmigo cuando se fuese aproximando la fecha y, con mi más sincero agradecimiento, nos despedimos.
No puedo obviar que, al revelarle a mi mujer, Conchita, el contenido de la conversación y la propuesta hecha por el Alcalde, le hizo casi la misma ilusión que a mí. Ella sabe lo que para mí significa la fiesta de los Reyes Magos y mi admiración por estos personajes de leyenda.
Durante los siguientes días, aquella invitación no se fue de mi cabeza, realmente estaba ilusionado con la propuesta y muy agradecido a mi amigo Carlos Negreira.
Metidos ya de lleno en diciembre, un día me citaron para acudir a las Casas de Paredes con el fin de realizar una prueba de los ropajes que debería vestir la tarde del 5 de enero, el día de autos. De nuevo, me interrogaron sobre qué papel deseaba encarnar, por descontado que reiteré, sin ningún género de dudas, que el del Rey Gaspar, mi Rey de toda la vida, al que aguardaba impaciente en los años de mi infancia, en aquellas interminables noches de paciente vela, esperando ilusionado el despuntar del día 6 para correr al salón de casa de mis padres a ver si el Rey Gaspar había premiado mí no siempre buena conducta, aun cuando yo sabía que la magnanimidad del monarca perdonaría todos mis pecadillos.
Me probé aquellos ropajes, incluso la luenga peluca y la gran barba rubia. Me efectuaron los retoques necesarios, adecuando aquella vestimenta a mi talla y todo quedó listo a la espera de la llegada del gran día que aguardé casi con la misma ilusión que en mis años de lejana infancia.
Los días pasaron. Tras montar en casa nuestro querido Belén familiar y Conchita, convertida en el auténtico espíritu de la Navidad, adornar, con mucho gusto y detalle algunas de las habitaciones de nuestro hogar, esperé, con impaciencia, la llegada de la anhelada tarde del 5 de enero.
Nos habían citado a hora temprana, creo que a eso de las cuatro, en las Casas de Paredes, para vestirnos, maquillarnos y prepararnos para iniciar la jornada de la tarde que nos iba a deparar instantes muy emotivos.
Allí conocí a mis compañeros, a Melchor y a Baltasar. Por cierto, este último avezado ya en la tarea de encarnar la figura terrenal del Rey negro, por otras veces que lo había representado.
Cambiamos impresiones, mostrando ambos gran ilusión por lo que se avecinaba y una vez todos vestidos, con mucho sigilo y discreción salimos a la calle y en una furgoneta con cristales tintados nos trasladamos a la estación de San Cristóbal.
La tarde, no era radiante, pero, en principio, no amenazaba lluvia y el frío era, como siempre en Marineda, soportable.
El Ayuntamiento había anunciado que aquel año los SS.MM. los Reyes Magos de Oriente llegarían a la ciudad por vía férrea, de ahí nuestro traslado a la estación.
Entramos en el recinto ferroviario por una puerta secundaria, evitando ser vistos y, una vez en su interior, nos introdujeron, con mucha discreción, en un automotor que, pasados unos minutos, salió de la estación rumbo al primer cambio de agujas, pasado el túnel, con el fin de entrar en los andenes llegada la hora, como si viniésemos sabe Dios de dónde, supongo que del oriente.
He de señalar que fue la primera vez que pude viajar, aunque fuese tan solo unos centenares de metros, cerca de la cabina de la máquina, algo que llevaba años deseando hacer y que, de alguna manera, también fue una especie de regalo de Reyes adelantado.
Desde aquella perspectiva pude contemplar, a cada metro que me acercaba a la estación, la gran cantidad de niños con sus padres y familiares que nos aguardaban impacientes a pie de andén. Era increíble.
La llegada fue apoteósica, inenarrable, emocionante. Nada más bajar de la unidad férrea, la chiquillería comenzó a saludarnos alborozados, con vivas a los Reyes, tratando de que nos acercásemos a ellos para fotografiarnos a su lado. Fue increíble, realmente.
Eran cientos los niños que nos aguardaban, con una mueca de sana emoción en sus rostros. Nunca me había imaginado que aquello fuese a ser así.
De sobra sé que esta hermosa tradición tan española, sigue fuertemente arraigada en el sentir de los niños pese a que, algunos malvados ignorantes, estos sectarios populistas, pretendan arrancársela por el simple hecho de formar parte del alma de España. Algo que, a buen seguro, no van a lograr por mucho que se esfuercen. Pese a todo, no me esperaba tan magno recibimiento.
Pobre hombre gordinflón, vestido de rojo y venido de allende los mares, poco tiene que hacer ante la magia y el misterio de nuestros monarcas de Oriente, muy poco o nada, diría yo. De hecho, cuando a un área comercial de la ciudad se le ocurrió, años atrás, sacar a la calle una cabalgata teniendo a este gordo, de risa floja y fingida, como protagonista, aquello tuvo que suprimirse por el poco eco que encontró entre los niños.
Al igual que sucede con esos otros, extraídos de no se que oscuro baúl de la que ellos llaman tradición popular, cuando en realidad son un invento y cuyo nombre, con solo pronunciarlo, nos evoca a individuos de conducta deleznable para con los menores.
Pero volvamos a aquella tarde de imborrable recuerdo. Tras saludar a los niños que llenaban la zona anterior a los andenes y fotografiarnos con muchos de ellos, nos dirigimos a las carrozas que nos aguardaban fuera para formar la gran Cabalgata.
A la hora prevista, la comitiva real se puso en marcha recorriendo las calles de la ciudad, rodeados de la admiración, el griterío y la emoción de la chiquillería ilusionada que quedaba absorta al vernos discurrir frente a ellos.
Ronda de Outeiro, Pérez Ardá, Ramón y Cajal, General Sanjurjo, Cuatro Caminos, Palloza, Primo de Rivera, Linares Rivas, plaza de Orense, Sánchez Bregua, plaza de Mina, Cantones, Marina, Montoto y plaza de María Pita, ese fue, creo recordar, el itinerario por el que discurrió la vistosa y colorista cabalgata.
Ahora que lo recuerdo, he de decir que, instalado en el trono en lo alto de la carroza, acerté a ver las cosas de otra manera. De alguna manera, en la soledad de ti mismo, te das cuenta del valor real de las tradiciones y comprendes el papel que estás desempeñando que te acerca mucho más a esos personajes de leyenda que son los Magos de oriente, contribuyendo a mantener viva una costumbre heredada de nuestros mayores.
Fueron instantes muy emotivos viendo los rostros de los más pequeños agitando sus manos para saludarnos y así llamar nuestra atención. Sin embargo, los momentos más emocionantes los viví, al menos en mi caso, en todas las ocasiones en que la comitiva hizo un alto en la marcha.
Cada vez que esto sucedió, fueron muchos los niños que se acercaron al pie de la carroza para hacerme llegar sus peticiones, unas veces de forma verbal y otras entregándome personalmente su carta.
Todavía recuerdo, las palabras de algunos de ellos recordándome lo que habían pedido. “No te olvides de la muñeca”, “acuérdate del coche que te pedí”, incluso más de uno, además de devolverme a la memoria sus peticiones personales, se convertía en valedor de los deseos de su hermano o hermana, más pequeños que él, todavía en los brazos de sus padres, diciéndome “acuérdate de lo que te pidió mi hermanita”.
Fueron unas horas realmente emotivas y que guardaré siempre, en mi corazón, como el mejor de los recuerdos; de hecho, conservo celosamente guardadas todas y cada una de las cartas que me entregaron los niños aquella tarde de víspera de Reyes. Son cartas escritas con el corazón, con la ilusión y la esperanza de niños coruñeses que aman la vieja tradición; cartas muy parecidas a aquellas que escribí yo, nervioso, a su edad. ¡Inolvidable!
Finalmente, a la hora prevista, llegamos a María Pita y una vez allí subimos al balcón central del Ayuntamiento. En la plaza, miles de niños aguardaban emocionados vernos salir a asomarnos y saludarlos. ¡Fue inolvidable!
José Eugenio Fernández Barallobre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario