En junio de 1950, el Capitán Domínguez Sancho, publicó el llamado decálogo del Policía Armado. Una guía de los deberes y una serie de consignas de orden moral que habrían de servir para guiar la vida profesional del Policía.
1º.- Cumplir sus deberes con entera lealtad, abnegación y fidelidad a sus jefes, al Caudillo y a la patria, demostrándolo en todos los actos de su vida.
2º.- Considerar que al constituir el más firme sostén de la seguridad interior del Estado, los poderes extraordinarios que para ello recibe no son privilegios, sino deberes.
3º.- Demostrar siempre un gran espíritu por la profesión y observar en todo momento una férrea disciplina.
4º.- No olvidar que su servicio es permanente y no dudar en luchar, con valor y abnegación, contra todos los enemigos de la sociedad y del Estado, acudiendo siempre en ayuda y socorro de quien se encuentre en peligro.
5º.- Ser enérgico y bravo en las intervenciones que realice y tener decisión para resolver; pero no hacer uso de palabras groseras, malos modales ni réplicas descompuestas.
6º.- No recibir jamás retribuciones por los servicios que preste: los regalos comprometen. La lujuria es indigna del hombre honrado.
7º.- Fuera de los actos de servicio y en la vida privada, no descuidar ni el decoro ni las apariencias. Desconfiar siempre de los aduladores y falsos amigos.
8º.- No murmurar jamás, ni tolerarlo. Ser leales consigo mismos a la vez que modestos y sobrios en el decir y en el hacer.
9º.- Ser obedientes y subordinados con los superiores. Sentir y cultivar un noble compañerismo.
10º.- Tener honrada ambición y constante deseo de superarse y alcanzar los distintos escalones de la profesión.
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