viernes, 6 de noviembre de 2020

El suicidio de un delincuente en la Marineda de los 80

Del boletín "Emblema", de la Orden de la Placa y el Mérito, extraemos este artículo firmado por nuestro buen amigo, compañero y colaborador Jesús Longueira.

A media tarde de un día de verano de mediados de los ochenta viví uno de los hechos que en la vida de una persona se convierten en inolvidables, y que además en mi caso forjaron mi vocación policial, si es que aún no la tenía. 

Escalera por donde bajó el delincuente (foto del autor)


“El rata” era uno de los delincuentes habituales del Barrio de las Flores de nuestra querida “Marineda”, en ese momento un grupo de amigos que rondábamos los 15 años nos encontrábamos sentados en la valla que se ve en primer término, (que delimita el Colegio Ramón de la Sagra), y vemos como por las escaleras del fondo corre a toda prisa un individuo joven con un objeto negro en su mano derecha, a lo que en principio no dimos importancia, si no fuera porque venía seguido a unos metros por otra persona de unos 45 años, con camisa de manga corta azul y con bigote, portando en su mano otro objeto parecido, si bien mientras gritaba “Alto”, levantó su mano y sonaron tres detonaciones. Recuerdo a este policía, su 38 de 2” y ese momento como si fuera hoy mismo. Detrás de él, también corriendo, su compañero. 

Lejos de guardar la precaución que hoy en día le exigimos a nuestros hijos y nietos, nos fuimos corriendo detrás de esos policías, incluso en momentos les indicábamos la ruta de huida del delincuente que como los lectores habrán adivinado, también portaba una pistola, terminando el mismo escondido y cercado en uno de los bajos comerciales, (aún en obra), que aún hoy existen en el callejón que cruza entre las calles Salvador de Madariaga y Rafael Alberti. 

Al fondo, al lado del garaje, el callejón (foto del autor)


Y aún los veo hoy en mi memoria, al tiempo que daban aviso por radio, desalojaban la calle a ambos lados del callejón, despejando y alejando cualquier riesgo para nadie que no tuviera que ver con la acción, salvo esos chavales que sin creer todavía lo que estábamos presenciando, seguimos la acción más cerca de lo conveniente, desde el lado oeste del callejón, donde en brevísimos momentos se presentaron varios Seat 131 de Policía y varios camuflados, de los que salió una mujer, de las primeras que he visto realizar sus tareas en la Policía Nacional. 

Nunca conocí la identidad de aquellos “profesionales como la copa de un pino” que llevaron el peso de la acción hasta ese momento, (lo hicieron de libro). Hoy desde aquí les felicito y sin que ellos lo hayan sabido nunca, jamás he dejado de tenerlos presentes en acciones similares llevadas a cabo ya de forma profesional, la mayoría de las veces lejos de nuestra Ciudad, ya que de aquel grupo de chavales que les siguieron, dos somos con orgullo servidores de la ley. 

Sintiéndose sus rostros aliviados por la ayuda recibida, la cosa no había hecho más que empezar y lo que ocurrió a partir de aquí os lo contaré yo igualmente, aunque si tienes mi edad o más, tuviste ocasión de leerlo en los periódicos, lamentablemente no he podido acompañar este artículo de las imágenes aparecidas en el periódico. 

El lugar de los hechos, hoy en día (foto del autor)


El tiro sonó una hora más tarde, provenía del interior del callejón, todos nos tiramos al suelo, fue diferente al sonido de los otros tres que sonaron en la persecución, mucho más seco y bronco, y “únicamente un disparo”, detalle interesante para lo que describiremos un par de párrafos más adelante. También fue después de que, por espacio de una hora, los policías se dirigieran al delincuente por megafonía pidiéndole que se entregara por no tener salida, lo que era cierto, sin perder de vista el callejón en ningún momento, vimos como un policía, aún vestido de marrón, parapetándose con la puerta del 131 abierta, (me enteré aquel día que llevaban blindaje), mientras acercaba el coche a la puerta del escondite, la abre y sin que sonara en este momento disparo alguno solicita ayuda a otro compañero y entre ambos sacan un cuerpo inerte al que pude ver que le faltaba parte del cuero cabelludo y algo más por la parte derecha del cráneo, introduciéndolo en otro vehículo policial en dirección al Centro Sanitario. 

Lo vivido en el barrio aquella tarde fue hablado durante años, y aunque toda la vecindad expresó de forma unánime su agradecimiento a la policía, no faltó quien llegó más tarde ya con todo resuelto y acusó a la Policía Nacional de ser los asesinos del delincuente, en una acusación falsa, gratuita y maliciosa, siendo testigo de estos hechos desde el primer momento como he relatado, certifico que los hechos ocurrieron como los he contado. Acabé viendo como aquel filibustero fue conducido a Comisaría. 

Tras la correspondiente bronca de mi madre, esas madres que manejaban la zapatilla como si fueran drones teledirigidos, estuve unos días castigado, me faltó tiempo para buscar al hijo del dueño del bajo donde ocurrió todo, un chaval de mi edad al que conocía, para pedirle que me dejara entrar, donde llegué a ver, en una columna alejada un par de metros, restos de sangre y algunas marcas trazadas en el suelo, sin duda vestigios del correspondiente atestado policial. 

Jesús Longueira.

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