martes, 20 de octubre de 2020

"Antidisturbios", un bodrio canalla

Desde hace mucho tiempo, hablamos de un proceso largo que no comenzó hace unos meses, somos testigos de cómo la izquierda social-comunista ha empleado todos los medios para socavar nuestra opinión, dirigiéndola hacia sus intereses ideológicos, utilizando para ello todos los recursos posibles a su alcance.

Uno de los medios empleados de forma más frecuente ha sido el cine. Esos bodrios, que cuentan con pingües subvenciones del Erario, nacidos de la factoría de los de la “ceja”, que se valen de múltiples mensajes, muchos de ellos subliminales, con la finalidad de crear una conciencia colectiva afín a su sesgo ideológico. 

Pues bien, hace algunos días alguien me habló de una serie televisiva, “Antidisturbios”, próxima a estrenar en Movistar, refiriendo la buena crítica recibida y que en su argumento trataba de mostrar el duro trabajo de las Unidades policiales asignadas a este fin. 

He de confesar como policía -pese a estar retirado en la actualidad, policía, al igual que militar, se es para siempre, independientemente la situación administrativa- que jamás me gustaron las películas españolas sobre temática policial, en la mayoría de los casos por la falta absoluta de rigor profesional y de fidelidad en sus argumentos. Pese a todo, busqué alguna de las loables críticas a las que había hecho referencia mi informador y la procedencia de las que encontré, todas ellas en las páginas de los medios de comunicación afines a la causa del gobierno y que no merecen credibilidad alguna, antes bien todo lo contrario, me hicieron dudar de la conveniencia de adentrarme en la visión del primer capítulo -primero y último para mí- de la citada serie. 

Sin embargo, como no me gusta hablar de oídas, preferí sentarme ante “la caja tonta” y visionar, aunque fuese en diferido, la primera entrega de “Antidisturbios”. 

No voy a entrar en los valores técnicos, si es que tiene alguno, del trabajo realizado y no lo hago por la sencilla razón de que no entiendo nada de cine, así que obvio cualquier valoración en este sentido. Sin embargo, de lo que sí voy a hablar es del argumento, canalla y miserable como corresponde a una idea surgida de elementos afines a la ideología que gobierna nuestra querida España. 

El argumento es, por otra parte, vulgar, elemental y primario, la tradicional dicotomía entre “poli bueno” y “poli malo” -permítanme que sea un poco banal al usar estos términos-, tema recurrente hasta la saciedad en muchas películas del género. 

Será que el hecho de haber estado en activo, sirviendo a la gloriosa Policía Española, durante cuarenta años de mi vida, la mayor parte de ellos en Unidades de Seguridad Ciudadana, me permite objetivar sobre aspectos técnico-profesionales, muchos de los cuales he vivido en primera persona, por ello sé cuándo lo que presenta una película obedece a la realidad o simplemente se fuerza el argumento para llegar a la conclusión final, en este caso sesgada, que pretenden director y guionista. 

Hecha esta consideración, creo que necesaria, volvamos al argumento. En primer lugar, nos presentan a los protagonistas. De una parte “la poli buena”, una individua paranoica que se enfrenta con su padre por una pequeña trampa que este le hace en el juego del trivial a una pregunta sobre el nombre de la mujer de Antonio Machado. Circunstancia esta que produce en la susodicha una reacción de indignación que realmente no cabría esperar de alguien equilibrado. 

Sin embargo, lejos de que esta sea la pretensión real del guionista, lo que trata de mostrar es la rebelión en el seno de la estructura familiar patriarcal, en la que pintan a un padre como un totalitario mentiroso y fulero, con una madre sometida a los designios paternos y un hermano que, por el mero hecho de ser hombre, ni pincha ni corta y encima se pone del lado de la autoridad familiar. 

Para colmo, la paranoica de la protagonista, por cierto, policía destinada en la Unidad de Asuntos Internos, demuestra ser una auténtica indocumentada ya que, pese a saber el nombre de la mujer de Machado y aprovechar para hablar de Rafael Alberti, sin venir al caso, desconoce que el Domingo de Resurrección, que no el de Ramos, es el que sigue a la primera luna llena de primavera, pero encima quiere llevar la razón y lo consigue, pero bueno, esas son minucias. 

Seguidamente, nos presentan a los otros personajes “los polis malos”. Se trata de un Equipo del 9º Grupo de la I Unidad de Intervención Policial, con sede en el Centro Policial de Moratalaz de Madrid. 

Por si alguien desconoce la funcionalidad policial, he de decir que el personal destinado en estas magníficas Unidades de Intervención Policial, hombres y mujeres de honor, serios, disciplinados, sacrificados y dignos de todo encomio, se encuentra perfectamente preparado y capacitado para asumir, con garantías, la resolución de problemas derivados de la alteración del orden público, realizando todos ellos un curso de especialización y sucesivas actualizaciones y ejercicios, constituyendo la punta de lanza de la Policía. 

Para entendernos, son los mismos que tuvieron que asumir estoicamente los brutales ataques de la canalla de los cdr en Barcelona, los mismos en cuyas filas prestaba servicio el policía que fue pateado y que tanta emoción le produjo al miserable vicepresidente del gobierno social-comunista. Hombres y mujeres que trabajan a destajo, en condiciones de permanente tensión, constituyendo, como queda dicho, la vanguardia policial. 

El Equipo -equivalente a una Escuadra en términos castrenses-, lo manda un Oficial -empleo que se corresponde con los antiguos Cabos y Cabos 1º de la Policía Nacional-, hombre que ya, desde el principio, se muestra rudo, malencarado, desagradable en el trato y poco empático. De hecho, en otra toma, andando más este primer capítulo, aparece en su casa, con sus dos hijos, con los que muestra el mismo autoritarismo que en su trabajo ordinario. Otra de las perlas de la mala uva del guionista. 

El resto del Equipo es más de lo mismo, Policías rudos y violentos, utilizando un léxico soez y una actitud hostil, con el fin de ir predisponiendo al espectador para lo que viene a continuación. 

No pasa por alto el director de este bodrio, convirtiéndolo en una constante en la mayoría de las tomas, mostrarnos el interior de la furgoneta asignada al Equipo en el que aparecen, colgadas de las ventanillas o fijadas en el techo, banderas y pegatinas con los colores nacionales, incluso una con el viejo Escudo del Aguila de San Juan con lo que, la maldad del guionista -el asunto es compartido con un y una guionista-, envía el mensaje subliminal, predisponiendo al espectador, de que se trata de un grupo de “fachas” chulescos y represores. 

A este Equipo, se le asigna como función acudir a dar cumplimiento a un desahucio judicial, en un barrio popular de Madrid -probablemente Lavapiés-, donde se encuentran encerrados, además de los inquilinos del piso, los representantes de una “plataforma” encabezados por una individua que, desde el principio observa una actitud de clara desobediencia hacia los actuantes, provocando, con su chulería y prepotencia, que el resto de los concentrados secunden su forma de actuar. 

Por descontado, que el argumento expuesto por esta individua a la hora de enfrentarse a los policías actuantes pasa por erigirse en demagógica defensora de los derechos de los más desfavorecidos. Suponemos que un personaje como esta activista reivindicadora, será de las que luego lleguen a ser alcaldesas o concejales de ciudades importantes, olvidándose de su procedencia y dedicándose a cobrar su buen sueldo para mantenerse en la poltrona. 

Pero sigamos, sorprendentemente, al valorar la situación el jefe del Equipo y ver que se encuentra en clara inferioridad numérica, solicita de la Sala de Operaciones el envío de refuerzos, a lo que le responden que no hay posibilidad de allegar más personal. Aquí ya demuestra quien haya escrito el guion, desconocer como funciona la Policía, jamás se dejaría de enviar refuerzos ante el riesgo serio de que la intervención resultase fallida o fuese necesario recurrir al empleo de medios desproporcionados para dar cumplimiento a la misión ordenada por la Autoridad judicial. 

Sin embargo, en este caso, los refuerzos no llegan y ello da pie a la intervención de los actuantes, lo que aprovecha el director para mostrar la violencia policial que ejercen los intervinientes para desalojar el inmueble, frente a una masa que solo ofrece resistencia pasiva. Para colmo, de resultas de esta intervención, un inmigrante, que nada tiene que ver con el asunto que allí se está ventilando y que, como un cruzado, sale en defensa de los más desfavorecidos, se precipita desde una balconada, resultando muerto. 

No queda claro si la caída se produce accidentalmente o bien, alguno de los concentrados le da un empujón y con ello crear una víctima para su causa. Lo cierto es que los policías nada tienen que ver con este fatal accidente que se salda, como queda dicho, con la muerte del inmigrante de origen subsahariano. 

Ya tenemos todos los ingredientes. Policías “fachas”, violentos y con poca empatía, que dan cumplimiento a un mandato de los poderosos, enfrentándose a un grupo de personas del pueblo, encabezados por una activista con aspecto de “perroflauta”, que reivindica la justicia social y, para colmo, resulta muerto un subsahariano que pasaba por allí. 

Hay algo que, para muchos pasará inadvertido, y que, sin embargo, muestra bien a las claras la intencionalidad del director de este bodrio. Tras retirar el cadáver del muerto, el Equipo se repliega del lugar de los hechos ante la actitud hostil de los vecinos del barrio. He aquí que mientras los integrantes de la UIP se protegen con cascos y escudos, una dotación de un “Z” -un Radiopatrulla de la Brigada de Seguridad Ciudadana-, que trata de contener a la masa vecinal, lo hace sin casco ni protección alguna, simplemente tratando amigable y educadamente de evitar los desmanes del público allí concentrado que solo se dirige al Equipo interviniente, algo que por la experiencia sé qué es del todo irreal. Pero, de nuevo la dicotomía “poli bueno”, “poli malo”, como si ahora las masas fuesen a establecer diferencias entre los integrantes de una u otra Unidad policial, siendo ambas del mismo Cuerpo. 

Tras este trágico incidente, se inician las gestiones para esclarecer lo sucedido. De una parte, se presenta a los mandos naturales de la Unidad de Intervención y para ello se realiza una toma en el despacho del Comisario jefe de una supuesta “Jefatura Nacional de Policía” -organismo que no existe-. Un hombre mayor, próximo a su retiro, por tanto, es fácil suponer su año de ingreso en el Cuerpo, vestido de corbata y que, en su lugar de trabajo, se observa, como es habitual, la Bandera Nacional y la fotografía de S.M. el Rey. 

En la reunión que tiene lugar en aquel despacho, a la que solo asisten hombres, todos ellos rudos y poco empáticos, se valora la situación y ya se deja entrever que el Mando tratará de apoyar a los intervinientes. Otro clásico en todas estas tramas, los “policías corruptos que tratan de cubrir a sus compañeros”. 

Por otro lado, la Unidad de Asuntos internos en la que presta servicios la paranoica que presentaron al principio del capítulo, inicia la investigación. Para ello, la cámara se traslada a unas instalaciones que tanto pueden ser policiales como bancarias o de un periódico, en cuya decoración no aparece nada que guarde la mínima relación con la Policía. Aquí no hay Banderas, ni retratos de S.M. el Rey, ni nada. Tan solo un despacho moderno y funcional, donde un grupo, integrado mayoritariamente por policías jóvenes, mandados por una mujer -posiblemente Comisaria o Inspectora-, vestida de forma desenfadada, van a iniciar las gestiones conducentes a la clarificación de los hechos para lo cual logran autorización para espiar a los integrantes del Equipo de la UIP, colocando escuchas en su vehículo. 

El final de esta serie es previsible. La protagonista que, al parecer, se toma la investigación como algo personal, logrará descubrir una trama de “polis fascistas y corruptos” que se encargará de poner a disposición de la Justicia y así limpiar el nombre de la Policía. 

Llama la atención que, al parecer, el director y guionista de este bodrio partidista, según sus propias manifestaciones, se inspiró en las cargas policiales contra los activistas del “15 M”, con lo cual ya está todo dicho. No entiendo como no se ilustró en los sucesos de Barcelona, donde estos mismos Policías de las U.I.P.s. tuvieron que sufrir las agresiones de los violentos separatistas, pero en fin… 

En resumen, se trata de más de lo mismo. De ahí que tipos de la catadura moral y política del tal Rufián y demás elementos de la izquierda sectaria, hagan la ola al director y guionistas de esta película con la que se pretende, una vez más, criminalizar a la Policía, especialmente a aquellos que se juegan el tipo todos los días, haciendo frente a elementos peligrosos, poniendo en riesgo sus vidas por mantener el orden público y la seguridad ciudadana. 

En esta serie se condensan, en buena medida, todos los paradigmas de la miserable izquierda social-comunista: la rebelión contra la estructura familiar tradicional; presentar a los hombres como seres perversos y malvados en contraposición con las mujeres, justas y empáticas; aprovechar para demostrar lo injusto de los desahucios; la gallarda valentía de las “plataformas” de activistas que sufren en sus carnes la represión policial y el gesto heroico de un subsahariano que pasaba por allí y que nada tenía que ver con el asunto. 

Tanto los que hicieron posible este bodrio, como el canal que lo financió, merecen el más absoluto desprecio por lo canalla y miserable del resultado final del trabajo que tan solo va en demérito de una gloriosa Institución como la Policía y lo más triste es que la Dirección General le haya permitido utilizar nuestros medios para tan abyecto fin. 

Eugenio Fernández Barallobre. 

(Artículo publicado en "El Correo de España")





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