Nuestro buen amigo y colaborador, Carlos Fernández Barallobre, nos remite este interesante artículo sobre el tema que aparece en el epígrafe que, desgraciadamente, saca a la luz una página muy oscura de la historia de la represión roja en España, protagonizada por una cuadrilla de miserables asesinos que trabajaban para la Dirección General del frente popular y que que mucho gusto publicamos.
En estos últimos años, la maldita ley de memoria histórica ha tratado por todos los medios, a través de sus voceros habituales, asociaciones (todas de izquierdas) regadas con dinero público, diarios y televisiones, el blanquear los asesinatos cometidos por el frente popular en la Guerra Española de 1936-39, alegando de forma mendaz, que eran realizados por grupos anónimos incontrolados, sin que el gobierno del Frente popular tuviese algo que ver en ellos.
Edificio de la Dirección General de Seguridad. Madrid (lo fue al finalizar la guerra civil) |
Y a pesar de que desde 1982, con la llegada de Felipe González al poder, fueron despareciendo de las salas de lectura de acuartelamientos, colegios y bibliotecas públicas, los ejemplares de “La Causa General. La Dominación roja en España”, editada en 1943 por el Ministerio de Justicia, donde se muestran innumerables documentos y fotografías, que hablan por sí solas de aquel tiempo de crimen y terror marxista. gracias a la aparición, en estos últimos tiempos, de obras nuevas, escritas con valentía, con rigor investigativo, despreciando la “verdad oficial izquierdosa y marxista” que pretende imponer por ley el socialismo y sus acólitos comunistas, etarras y separatistas, han aportado gran cantidad de documentación, demostrando fehacientemente que la creación de las terroríficas checas, así como el régimen de terror y sangre, impuesto en la zona roja durante la guerra de Liberación Española 1936-39, partió de facto de órdenes gubernamentales, a fin de exterminar a todos aquellos españoles que se oponían al frente popular.
Por ejemplo, la Secretaría técnica de la Dirección General de Seguridad fue la encargada de dirigir y controlar una de las Checas más conocidas de Madrid, la de la Escuadrilla del Amanecer, que sentaba su acción de terror en los sótanos de la propia Dirección General de Seguridad, en la calle de la Reina de Madrid.
Nunca se llegó a tener constancia de cuantos madrileños pasaron por ella, Sirva como ejemplo una noticia aparecida en el diario madrileño “El Heraldo” que en uno de sus ejemplares de mediados del mes de agosto, elogiaba de forma encendida a la Escuadrilla del Amanecer, una de las Brigadillas que pertenecían a dicha Checa, resaltando que había realizado cuatrocientas ochenta y seis detenciones y unos doscientos registros, y que entre las detenciones más importantes figuraban las de Don Melquiades Álvarez, el doctor Albiñana, el Capitán Valdivia, que había sido Director de Seguridad en el período del bienio radical-cedista, el Capitán De la Gándara y el General Araujo, así como otros jefes militares.
Desde sus inicios la Checa oficial, pues pertenecía a un órgano estatal como era la Secretaría Técnica del Director de Seguridad, dirigida por José Raúl Bellido, puso a disposición de chekistas y milicianos toda la información posible, extraída de sus archivos y ficheros, para que estos pudiesen cumplir, sin ningún tipo de trabas, su criminal y malévola tarea. La propia Secretaría Técnica se encargaba de comunicar a al alto mando de la Dirección de Seguridad y a los directores de las diversas cárceles madrileñas, aquellas órdenes de “libertad”, que las checas y milicianos exigían como fórmula oficial y expeditiva, a fin de que les fuesen entregados los presos para darle el siniestro “paseo”.
La estancia de los detenidos, por regla general, en las dependencias de aquel lugar, no solían prorrogarse en demasía. Los detenidos, generalmente, personas de buena condición política y sobre todo social, eran interrogados de forma contumaz y violenta, a fin de que facilitasen direcciones, donde podían ser localizadas determinadas personas, que habían logrado esquivar a las milicias asesinas, desconociéndose su paradero.
Los interrogatorios se realizaban delante de un pequeño comité a modo de jurado. El miserable “jurado” formulaba numerosas preguntas a los interrogados. Si alguno de ellos se negaba a contestar, se les pasaba a dos habitaciones contiguas, donde los miembros de la checa, una piara infecta de matones, se ensañaba de forma brutal con ellos, a base de refinados tormentos. Quienes no morían en el interrogatorio, que fueron muchos, recibían posteriormente la sentencia, que la inmensa mayoría de los casos era de muerte. La acción terrorífica de estos elementos iba más allá de la muerte y tortura de sus víctimas, allanado y destruyendo las casas de donde eran sacados los detenidos. Les recomiendo que lean el extraordinario y documentado artículo, publicado en este Correo de España, el pasado día 19 de agosto de este año, por Juan E. Pflüger, titulado “Estos eran los métodos de torturas en las checas del Frente Popular.”
Los “tribunales” de la checa funcionaban de forma ininterrumpida y con carácter permanente durante todo el día, relevándose los siniestros miembros de los mismos, cada ocho horas. La franja horaria que más gustaba a aquéllos patibularios individuos era la de la noche y la madrugada. Aparándose en la oscuridad de la noche cometían sus viles asesinatos en las carreteras y cementerios de las afueras de la capital, así como en la Casa de Campo, en Maudes o en la llamada Pradera de San Isidro, en donde, con las luces del día, aquel lugar, pintado exquisitamente por Francisco de Goya, de esparcimiento y fiesta, se convertía en un espeluznante paisaje lleno de cadáveres, muerte y desolación.
Los “jueces”, agentes y milicianos de aquel criminal tribunal, igual que todos los demás individuos, que operaban en otras checas madrileñas, por orden del Director General de Seguridad, Manuel Muñoz, cobraban sus haberes de las incautaciones y saqueos en casas de honrados madrileños, detenidos por sus creencias religiosas o políticas, Se pagaban, sobre todo con cantidades en metálico, saqueadas y robadas de cajas fuertes de casas y apartamentos, sin necesidad de recurrir a realizar el pago de “semejantes y heroicos servicios” con monedas de oro, plata o alhajas de gran valor, robadas también a aquellos indefensos y aterrados ciudadanos. Ese sobrante de monedas y joyas, se entregaba en la dirección general de Seguridad, que las repartía a su gusto y antojo.
La Escuadrilla del Amanecer. 1936 |
El indeseable Raúl Bellido, lleno de insaciable latrocinio, insatisfecho por los primeros resultados obtenidos en la represión de los primeros días, organizó bajo su mando directo un grupo dedicado exclusivamente a realizar detenciones, cometer asesinatos, y saqueos, que unas veces se realizaban por órdenes superiores y otras por iniciativa de los propios componentes de este grupo, que radicaba en la propia Dirección, y cuyo nombre fue el de “Escuadrilla del Amanecer”, pue las horas preferidas por este grupo de malhechores para realizar su fechorías, crímenes y registros domiciliarios, eran precisamente las del amanecer.
Entre sus componentes destacó Valero Serrano Tagüeña, Guardia de Asalto, que ejercía de jefe de la partida de asesinos; Luis Pastrana Ríos, expulsado del ministerio de Hacienda, del que era funcionario, por malversación de caudales públicos; Eloy de la Figuera, que participó en las sacas de presos, sacados violentamente de las cárceles de Ventas y San Antón, para su posterior asesinato en Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz; León Barrenechea, Francisco Roig y Carmelo Olmeda (a) “Tarzán”; Marcos de la Fuente Barco, Federico Pérez Díaz, Antonio Serrano Pontones, Abilio Sánchez Fraile, así como Juan Bautista Carmona Delgado, funcionario de policía, relacionado con el secuestro y desaparición del miembro de P.O.U.M (Partido Obrero de Unificación Marxista) Andrés Nin, acaecido, tras la lucha callejera entre facciones de izquierda, en Barcelona, en la primavera de 1937, entre otros.
La “Escuadrilla del Amanecer”, compatibilizó su “heroico” trabajo, en la checa de la Dirección General, con la tristemente célebre checa de la calle de Fomento nº 9, de la que hablaremos en una próxima entrega.
Uno de los saqueos más productivos llevados a cabo por la “Escuadrilla del Amanecer” fue el de la caja fuerte del Marqués de Retortillo, que entre otros objetos preciosos poseía una valiosa colección de relojes de oro que conservaba en el Banco de España y que fue repartida entre los componentes de la Escuadrilla. Entre el botín de la Escuadrilla se contaron cálices, custodias, otros objetos del culto, así como obras de artes.
Portada del Libro de Agustín de Foxá, “El Almendro y la Espada” |
La siniestra checa de los sótanos de la dirección general de Seguridad, funcionó en ellos hasta mitad del año 1937, trasladándose a un edificio la calle de Alcalá, número 82.
El gran escritor Agustín de Foxá, que retrató de forma insuperable, con aquel estilo poético, tan característicamente suyo, aquel Madrid rojo, torvo y sanguinario, en su novela “Madrid de Corte a Checa”, la gran novela de la guerra de Liberación Española, escribió en otro de sus libros “El Almendro y la Espada” un poema dedicado a la Escuadrilla del Amanecer. Ahí lo dejo como alegato para las jóvenes generaciones de españoles, para que conozcan los métodos que empleaban aquellos genuinos “demócratas” de la izquierda española de la paradisiaca II República, una cuadrilla de viles asesinos, extorsionadores, ladrones, marxistas y antiespañoles.
“Subían con el alba...
como piratas de nocturnas voces,
–patillas y fusiles– encendidos,
odio en el dril y el corazón saltando.
Cercaban las angustias de las casas,
la intimidad de lechos y de alcobas,
y ya era la escalera
cascada de palabras y de luces.
Y el ascensor, posándose en su hueco,
como un grito que queda en la garganta.
Y un revolver de Cristos con alfombras,
de paños y juguetes, libros, rosas,
espadas de panoplia, con marfiles.
Y allí la ropa tenue, blanca o rosa,
de la muchacha, con olor a novia.
Y el tiragomas del hermano muerto,
la almohada de la niña con su lazo,
la sábana nupcial, y la vitrina
con abanicos de óperas antiguas;
la violeta secada en la novela,
el rizo, el primer diente en orla de oro,
los lentes del difunto padre, helados
con el vago recuerdo de sus ojos.
¡Todo –furia infernal– todo lo tierno
se rompía en sus dedos sin pasado!
Asesinaban los borrosos muertos,
supervivientes en pequeñas cosas.
Rasgaban con las duras bayonetas
los lienzos con las Vírgenes pintadas,
las copias, inocentes, de Murillo,
cuyos corderos presidieron sueños,
fiebres, suspiros, besos y agonías.
Era la horda cargada de intemperie
fumando en un balcón de Reyes Magos
junto a la palma de un domingo antiguo.
Se llevaban al pálido muchacho
(de latín y de novia), y la escalera
repetía el sollozo de la madre
ululando en la noche sin faroles.
Y abajo estaba el auto, y la siniestra
sonrisa del “paseo” hacia la muerte.
Hacía un polvo y un yeso de cipreses,
para tirar en un solar la carne
que abrigaron la madre y las hermanas,
para llenar de hormigas una boca
que bebió dulce leche y tibios besos.
Era la horda del alba, la manchada
y descompuesta y verde; entre dos luces,
entre luna y aurora, con la sangre
como un aceite sobre el mono infame.
¡Brigada de las tres de la mañana!
¡Maldita seas, enemiga nuestra!
Violadora de cándidos secretos,
cuando el reloj del comedor sonaba
evocando las cenas familiares.
¡Las casas sin honor y sin recuerdos
maldicen vuestra sangre vagabunda!”
Esto es también memoria histórica.
Carlos Fernández Barallobre
sencillamente me puso un nudo en la garganta
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