martes, 4 de abril de 2023

1928. El crimen de Ricardito

Del boletín "Emblema" de abril, tomamos este interesante artículo de nuestro buen amigo y colaborador, Carlos Fernández Barallobre.

En la noche del sábado del sábado día 8 de diciembre, festividad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, Patrona de España y del arma de Infantería del 1928, en una casa situada en la calle Orteu de Barcelona se produciría una gran discusión que desembocaría en un tétrico asesinato. La casa era propiedad de Pablo Casado de las Navas, un industrial que poseía en la planta baja de su propia vivienda una pequeña industria dedicada a la fabricación de bolsas y cajas de cartón de lujo.

1930. Ricardito Fernández sale de la Audiencia Provincial de Barcelona tras su juicio por asesinato


Casado, de treinta años de edad, mediana estatura, era un hombre de impecable elegancia y pulcritud. A su servicio tenia a un criado delgado, de baja estatura, con un acentuado aire afeminado, que vestía con suma vulgaridad, a quien llamaban Ricardito, apellidado Fernández Sánchez-Seco, que había nacido en Pastrana (Guadalajara) en 1902 y desde muy joven había servido como mayordomo en casas de Madrid y Barcelona. Llevaba un año al servicio de Pablo Casado. Los murmuradores del barrio aseguraban que ambos mantenían relaciones.

Pablo Casado, a quien a finales de ese año 28, le iba fatal su negocio, llevaba ya unas semanas barajando la posibilidad de cerrar su fábrica y marcharse al extranjero, algo que decidiría, despidiendo entonces a Ricardito, que al enterarse reaccionaría de malas formas, al verse traicionado por su señor, quien según decía le debía varios meses de sueldo.

Esa noche del 8 de diciembre, tras prepararle Ricardito la cena a Pablo, estos tuvieron una acalorada discusión que finalizaría con una pelea. Casado enojado, abandono su casa, regresando horas después, introduciéndose en su habitación y echándose a dormir.

El mayordomo, de forma sigilosa entró en el dormitorio y viendo que su señor estaba ya dormido, le golpeó con mucha fuerza en la cabeza con una plancha eléctrica, produciéndole la muerte, según conocieron los investigadores policiales por boca del propio Ricardito, tras su detención, quien también afirmaría en su declaración, que una vez dado el golpe mortal a su señor, se iría tranquilamente a dormir.

A la mañana siguiente, Ricardito para deshacerse del cuerpo no tuvo otra idea que seccionarlo. Primero le cortó la cabeza con un cuchillo y luego con un serrucho las otras partes del cuerpo. Buscó en el sótano de la casa, ocupado por la fábrica, un gran cajón de madera donde se embalaban las bolsas y cajas de cartón para su envío.

Con papeles, algodones, guata, trapos, fue limpiando la sangre. Tras ello colocó dentro del cajón las piernas, cortadas en dos, el torso y los brazos. Cerró la caja y la colocó en un rincón de la zona de trabajo de las empleadas, cubierto con papeles y varios muestrarios, para que pasara desapercibido. El día diez, con una carretilla lo llevó a facturar por ferrocarril con destino a Madrid.

Con la cabeza de Pablo Casado, Ricardito la cubrió con papeles y algodones y la envolvió de forma muy cuidadosa. Con ella, debajo del brazo, se dirigió hacia los muelles del puerto barcelonés, donde observó que cerca del club Náutico, se hallaba amarrado un buque de nacionalidad extrajera de nombre “Montevideo” en cuya cubierta se encontraba un marinero.

Siguió con su paseo, comprobando que nadie le observaba y que el marinero estaba de espaldas, lanzo el paquete al mar sin detenerse, regresando a la casa de la calle Orteu para limpiar todas las huellas que hubieran podido quedar todavía de su crimen.

El día primero de mayo de 1929, el mozo de la estación madrileña de Atocha, antes conocida como del Mediodía, Pedro Vicente observó que de un enorme cajón de madera, situado en la zona donde se apilaban bultos y paquetes no recogidos por sus destinatarios, salía un líquido, y que desprendía un hedor insoportable. El cajón en cuestión había sido facturado en Barcelona el día 10 de diciembre del pasado año a portes debidos. Vicente avisó a varios compañeros que se dispusieron a abrir el cajón que creían que contenía maquinaria.

Una vez abierto entre periódicos, cartones, algodones, arpillera, apareció el cadáver descuartizado de una persona

Los operarios avisaron de inmediato a la policía y esta al juzgado de guardia, quienes procedieron a vaciar el cajón, apareciendo un torso de varón cubierto con una camiseta y calzoncillos de seda, de gran calidad, con las manos con uñas perfectamente cortadas, así como con ambas piernas separadas y seccionadas por la mitad y al que le faltaba la cabeza.

Al desconocerse la identidad del muerto, la policía comenzó a recabar la ayuda de los ciudadanos, difundiéndose datos sobre el macabro hallazgo, entre ellos el de la fecha en que había sido facturado el tétrico cajón desde Barcelona.

Un ciudadano llamado Vicente Cristelly, se personó ante las autoridades policías pidiendo ver el cadáver, pues temía que fuese de un amigo, un industrial de Barcelona del que no se sabía nada, precisamente desde el mes de diciembre del pasado año, compañero de una tertulia que se reunía en el café Comercial de Madrid.

Cristelly identificaría sin dudar el cadáver de Pablo Casado, pues conocía que Casado había sido intervenido quirúrgicamente, debido a un proceso tuberculoso, teniéndole que extirpar un testículo que le había dejado en la zona una cicatriz.

Identificado el cadáver como el de Pablo Casado y gracias a otro industrial barcelonés, Eduardo Badía, el 6 de mayo eran detenidos en Barcelona Ricardito Fernández y un joven llamado José María Figueras Jaumandrea, miembro de una conocida familia de la ciudad Condal. En el momento de su detención a Ricardito la policía le intervino, según constó en el informe "una caja conteniendo varias barritas de rimmel con un cepillito de los que utilizan las señoras para arreglarse las pestañas y otros objetos de la misma naturaleza",

En principio los funcionarios, debido a unas informaciones de la prensa de Barcelona, desacordes con la verdad, en la que informó que el fallecido Pablo Casado y Jase María Figueras eran, además de invertidos, amantes, dirigieron sus sospechas hacia José María, a quien desecharían al comprobar que en poder de Ricardito se hallaban la cartera del asesinado y varios trajes de su propiedad.

Sin embargo Ricardito se mantuvo firme en su inocencia hasta el día 22 de mayo, en que el juez Sánchez Oñate, encargado del sumario, ordenó la reconstrucción del crimen, trasladando a Ricardito a la casa de Pablo Casado en la calle Orteu. Ante el cajón de madera, que los funcionarios de Policía también habían llevado a la escena del crimen, al hacer ademán de abrirlo, Ricardito se derrumbó, comenzó a llorar, gritando: “¡No lo destapen, que no quiero verlo!”, confesando de seguido todos los detalles de su crimen.

En febrero de 1930, Ricardito Fernández seria juzgado en la Audiencia Provincial de Barcelona, que le encontraría culpable de asesinato, condenándole a 16 años de cárcel por homicidio y tres meses más por hurto. Posteriormente le fue aplicada la prision condicional por buena conducta.

La cabeza de Pablo Casado de las Navas nunca apareció.

Carlos Fernández Barallobre.

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