Del boletín "Emblema" de4 noviembre, tomamos esta artículo de nuestro gran amigo y compañero el Comisario (R) Angel J. Alcázar Sempere.
Hoy es 12 de octubre, una de las fechas más importantes del calendario para cualquier español que lo sea de cuerpo, de mente y sobre todo de alma.
Miro las previsiones meteorológicas para la ciudad de Madrid y nos avisan de copiosas lluvias durante toda la mañana.
A diferencia de otros años, ahora me encuentro en la situación de jubilado, y por lo tanto, al menos teóricamente, dispongo de más tiempo para hacer las cosas que quiero, que deseo y que necesito.
Decido acercarme al centro de la capital para presenciar el desfile. Otras veces he ido en familia. Esta vez voy solo, por lo que agarro el autobús interurbano y en un rápido y cómodo viaje me planto en Madrid.
Hoy es la Virgen del Pilar, quizá la más popular de todas en España, también es Fiesta Nacional y voy ilusionado para presenciar un desfile que como todos los años realizan miembros de nuestras Fuerzas Armadas, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y otros organismos que sirven a los ciudadanos y a España.
En efecto, llueve y “llueve en condiciones”. Me voy fijando en los agentes de la Policía Nacional que ya se encuentran situados en los lugares fijados por sus superiores para que todo transcurra con normalidad. Los agentes se encuentran empapados de agua y la celebración aún le falta tiempo para empezar. A pesar de ello, no veo que ningún gesto que manifieste desagrado o contrariedad por la incómoda situación. No podía ser de otra forma, son buenos profesionales. Los conozco bien.
El numeroso público asistente, a pesar de la lluvia, se agolpa en ambos márgenes a lo largo del recorrido y topa con las vallas metálicas que ha colocado el Ayuntamiento para canalizarlo adecuadamente en las mejores condiciones de seguridad.
Busco un hueco, un espacio donde poder situarme. Se hace muy difícil, a pesar de que he llegado con más de una hora de antelación. Después de un buen rato, encuentro uno que parece cumplir las mínimas condiciones exigibles. Debo decir que estuve a punto de irme al poco tiempo de llegar. ¿Motivo? A un lado se encontraba un grupo de seis o siete chicos, como de unos 20 años de edad que, en mi opinión, reunían las condiciones precisas para haberlos sacado de allí “a patadas”. Creo que en la España actual, tengo que seguir envenenándome poco a poco, día a día, viendo y aguantando comportamientos incívicos e insolidarios de gentes que no tienen las más mínima educación y/o compostura. Me explico:
El grupo de “cigarrones” no tenían mala pinta, la ropa era de calidad, “de marca”, bien conjuntada y se veía que estaban bien atendidos por sus progenitores. Sin embargo, la conversación que mantenían y el lenguaje utilizado era zafio y grosero. Hablaban a voces, atropelladamente, sin orden ni concierto, de esa manera que solo lo hacen aquellos a quienes la vida aún no los ha inducido a maneras más prudentes, más equilibradas, más correctas, más educadas. Desde luego, y no me considero de ningún modo “carca”, ni el fondo ni las formas eran adecuadas en un acto como éste.
Para mí, lo peor fue la cantidad de burradas de ámbito sexual que proferían sin cortarse un pelo, a pesar de que muy cerca de ellos se encontraban féminas de distintas edades y, supongo, condición.
Inexplicablemente, nadie dijo “esta boca es mía”. Todo el mundo parecía no oír nada, y menos darse por enterados. Yo, miraba de reojo en derredor para ver si alguien tenía algún gesto de contrariedad, pero no, solo vi caras de jugadores de póquer. TODOS TRAGÁBAMOS. Nadie dimos el paso al frente para pedir poner fin a la gran cantidad de sandeces inoportunas y desagradables. Al terminar el desfile e irme batiendo en retirada, pensé: “Seguramente serán buenos chicos, de familias normales, amantes de su país y costumbres, e incluso algunos seguro que sacan buenas notas”.
Llevaban una bandera nacional. Desde luego, ¡qué pena, penita, pena!
Allí estaban, desatados, sin control, se lo pasaban bien sin importarles un pito si otros se molestaban por su mal comportamiento. ¡La madre que los “trujo”!, ¡me dieron el desfile!”… ¡y el día!
En el autobús de vuelta me decía internamente: “Si estos son los de la mejor España…”
Desde luego, todo apunta a que vamos por mal camino. ¡Hace falta una catarsis!
Angel J. Alcázar Sempere.
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