Las ocho en punto de la mañana del día 9 de agosto. Lentamente, dos Soldados de España, en la soledad de la Plaza de la Constitución, izan la Bandera Nacional en el mástil que se alza frente al viejo edificio de la Capitanía General de Galicia. Las campanas, deslizan suaves, las notas del Himno Nacional.
El español anónimo, en silencio, tras escuchar las notas del Himno Nacional, deposita su personal ofrenda al pie de la Cruz que recuerda a los caídos por España a lo largo de toda su Historia y lo hace consciente de su deber para con el recuerdo de aquellos que valientemente defendieron Igueriben; aquellos otros del "Alcántara" que cargaron, una y otra vez, hasta la extenuación; aquellos, vilmente asesinados, en la posición de Monte Arruit y aquellos que, en un sinfín de posiciones africanas, dieron su vida por la Patria en aquel lejano verano de hace un siglo.
Se cumplen 100 años de la consumación de aquella tragedia que tantas vidas españolas costó; aquella tragedia que tiñó de luto miles de hogares de nuestra amada España, hogares a los que jamás regresó un padre, un hijo, un hermano, un marido o un novio.
Hoy, casi nadie se acuerda de ellos. No ha habido actos institucionales, ni toques de Oración, ni tampoco descargas de fusilería, sin embargo, si hubo una corona de laurel con las cintas rojo y gualda, la corona depositada en silencio por este coruñés, este español anónimo a quien su conciencia no le permitió que una jornada como esta pasase desapercibida. España sigue viva.
¡Honor y gloria a los que dieron la vida por España! Vuestro sacrificio, gracias a Dios, no ha sido en vano
¡Honor y Gloria!
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