jueves, 17 de mayo de 2018

1951. Una anécdota de la Policía Española y el Circo Americano

Sin ningún género de dudas el gallego Manolo Feijoo y el bilbaíno Arturo Castilla fueron los grandes empresarios del Circo en España, durante las décadas de los cincuenta, sesenta, setenta y ochenta de pasado siglo XX. 

Manuel era hijo de Secundino Feijoó, dueño del Circo Feijoo, uno de los más importantes que recorrían España en la década de los treinta y mitad de los cuarenta. Por su parte Arturo Castilla había formado en 1941 junto unos amigos de Bilbao llamados Carlitos, Pedro y Esteban, el cuarteto de payasos hermanos CAPE, nombre que salió de juntar la primeras letras de cada nombre de sus componentes, los cuales, entre ellos, no tenían ningún tipo de parentesco y que se convertirían, un par de años después, en unos famosos payasos españoles. 

El Circo Americano (1951)

Uno de ellos, el recordado Arturo Castilla, tendría la ocurrencia de inventar un chiste corto que denominó como el chiste del ¿qué le dijo? y que hizo las delicias del respetable de aquella España de la posguerra. Fue tanto el furor que causó ¿el que le dijo? que de todas partes de España les llegaron a los Cape chisten cortos anónimos inventados por numerosos y jocosos compatriotas. Véase una muestra: ¿Qué le dijo? ¿Qué el dijo el bigote a la barba? Estoy encima porque me sale de las narices. ¿Qué le dijo el sifón al camarero? No me aprietes que me meo”. Fue sin duda una revolución en el estilo de actuación de los payasos españoles. 

Manolo y Arturo protagonizarán en 1946 un hecho que iba a marcar para siempre el devenir del circo en España. Manolo y Arturo se casan con las hermanas Pilar y Mercedes Sánchez Gallego, hijas del popular empresario del circo Price madrileño, durante los primeros años treinta, Mariano Sánchez Rexach, asesinado por las milicias rojas en el Madrid de 1936- y fundan el Circo Americano, convirtiéndose sobre todo a partir de 1950 en una referencia inexcusable y obligatoria del panorama circense en nuestra nación y en Europa. Premiados por el Jefe del Estado Generalísimo Franco con la Cruz de caballeros de la orden de Isabel la Católica, el circo español tiene una impagable deuda de gratitud con estos dos arriesgados y revolucionarios empresarios. 

La Cabalgata del Circo Americano (1951)

En ese año de 1946 lanzaron un circo itinerante llamado Circo Americano, un título que no solo era un homenaje a su suegro, sino también una opción ideal en una España de posguerra, exaltando los valores de la civilización occidental contra la amenaza del torvo comunismo oriental. Compraron a la familia del circo de Álvarez una semi-construcción de viaje de un solo lado con una parte superior de lona y una pared lateral de madera. Con atracciones tan populares como el hipnotizador Fassman y el payaso estrella Ramper, pudieron mantener la atención de las ciudades durante semanas. 

Es en 1950 cuando Manolo Feiioó y Arturo Castilla revolucionan el circo en España. Con materiales modernos, ligeros e impermeables, su instalación se realiza en un abrir y cerrar de ojos. Es el momento de los grandes gigantes de lona a modo y manera del famoso circo norteamericano, Ringling Brothers and Barnum & Bailey, inmortalizado en el celuloide, dos años después, por el gran director, Cecil B. de Mille, en aquella recordada película “El mayor espectáculo del mundo”, protagonizada por Charlton Heston, James Stewart, Betty Hutton, Gloria Grahame, Cornel Wilde y Dorothy Lamour que ganó dos óscar de Hollywood, uno de ellos a la mejor película de 1953. . 

El circo Americano de Manolo Feijoo y Arturo Castilla se convertirá desde ese instante en uno de esos enormes gigantes de lona al modo y manera del los grandes circos americanos. Feijoo y Castilla introducen el circo a la Americana con un gran despliegue publicitario con llamativos carteles; Actuaciones internacionales; Gran Parque zoológico propio; Grandes instalaciones con tres pistas con números variados y Desfile y cabalgata a su llegada a las diferentes ciudades donde actúan. 

La oportunidad de crear ese circo genuinamente "de estilo americano" les llega en 1951, cuando Arturo Castilla contrató a Edward "Joe" Gray, un ex capitán de la Policía Montada del Canadá que, a principios de la década de 1950, entró en el mundo del espectáculo como un imitador -tenía un gran parecido- de Búfalo Bill, interpretando un número de truco y lanzamiento de cuchillos. Castilla creó alrededor de su nueva estrella una impresionante campaña publicitaria repleta de espectaculares desfiles callejeros, y presentaba a su Buffalo-Bill a caballo, rodeado de pieles rojas, soldados de la Unión, vaqueros y vaqueras a pie, caballo o en bicicletas, en espléndidas producciones. Precisamente ese año 51, se instaló en la plaza de toros coruñesa con un éxito de público arrollador. 

Una vez abandonada La Coruña el Circo Americano continuó su gira por Asturias y Santander. Estando instalado el circo en la capital cántabra con motivo de las fiestas de Santiago, el elenco organizó una vistosa cabalgata, llena de colorido, por las calles de la capital santanderina con llamativas carrozas, elefantes y caballos engalanados montados por preciosas ecuyeres, personal perfectamente uniformado, banda de música, los camiones-jaulas de las fieras impecablemente lustrosos, payasos, el hombre gigante con sus grandes zancos, los enanitos, la mujer barbuda, el hombre forzudo, y como no Búfalo Bill montado en su caballo, que recibieron los aplausos de los miles de santanderinos que los vieron desfilar por sus calles . 

Delante de la marcha, en un vehículo, iba el director del circo Arturo Castilla. Hasta él se acercó una señora golpeando la ventanilla. Castilla bajo el cristal del vehículo y la señora le dijo: “Mi hijo está en cama y no puede moverse y tiene una gran ilusión por ver a Búfalo Bill. Si fuera usted tan amable de parar la cabalgata ante esa casa de ahí al lado yo le sacaría al balcón del cuarto piso y podría verlo”. Arturo Castilla, apeándose del coche, se fue directo hacia Gray a comentárselo. Este sin dudar y tras un “Ok” se bajó del caballo se dirigió hacia el portal de la referida casa, subió con rapidez las escaleras y entró en el piso para abrazar al pequeño niño enfermo ante las lágrimas de la madre. 

Mientras en el paseo de Pereda la detención de la cabalgata circense había organizado un gran atasco de tráfico, Ante tal situación aparecieron varios Policías Armados y guardias urbanos que apremiaron a Castilla a continuar la marcha de la cabalgata. Pero Castilla intentó justificarse: “Pero agente hay un niño ahí arriba”. ¿Un niño? ¿Me está tomando el pelo? Venga sigan”. Búfalo Bill se incorporó a su puesto y la cabalgata continuó hasta Puerto Chico. Ya de regreso al lugar de instalación del circo, hasta él, se acercaron unos Policías Armados que dejaron un sobre para el director conminándole a acudir de inmediato a la comisaría de Policía. Arturo Castilla se dirigió hacia allí. Al llegar un comisario le inquirió:” ¿Así que es usted el responsable del conflicto de tráfico de hoy en el paseo de Pereda? “Pues a juzgar por lo que dicen si he sido yo”. “Bueno basta de explicaciones”, continuó el comisario. “Ha sido usted sancionado con una multa de mil pesetas”- 

Hay que retrotraerse en el tiempo y en aquellos momentos mil pesetas para un circo significaban la nomina diaria de veinte empleados. Las entradas oscilaban entre las treinta y diez pesetas Era un golpe importante para la economía del circo Americano. 

Arturo Castilla con mucho dolor sacó su cartera y se dispuso a pagar la multa. El comisario haciendo un ademan con la mano le dijo: “Guarde la cartera señor director. No es necesario que pague nada, pues la multa ya ha sido abonada”. “La ha pagado el propio padre del niño al que Búfalo Bill visitó en su casa. Ah y por cierto le diré que el niño se ha emocionado mucho”, “Cuanto lo siento” exclamó Arturo Castilla, “pues bien cara que le ha salido la vista de Búfalo Bill a su casa”. “Por favor sin pudiera facilitarme sus señas me encantaría darle personalmente las gracias”. “Acaba de dármelas” dijo el comisario y alargando su mano añadió “Yo soy su padre”. “En esta ocasión todos hemos cumplido con nuestra obligación. Muchas gracias señor Castilla y ¡Que Dios le bendiga!” Y así fue aquel día en Santander todos cumplieron con su obligación, el circo con Búfalo Bill, haciendo sonreír a un niño enfermo y la autoridad en su sitio, cumpliendo con su deber. Era tiempos de una España donde la seriedad, sensatez y generosidad marcaban el alegre paso de la vida cotidiana hacia una España mejor. 

Carlos Fernández Barallobre. 

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