Del número extraordinario del boletín "Emblema", tomamos este interesante trabajo de nuestro buen amigo, compañero y colaborador, Jesús Logueira Alvarez.
Del período del que hablamos en este número monográfico relataremos ahora gran parte de la vida de uno de los Policías más destacados que hemos tenido, y no solo de esa época, nos referimos a toda la historia de estos casi 200 años de existencia de nuestro bienquerido Cuerpo Policial.
El Comisario Ramón Fernández Luna |
Huir de comparaciones literarias es inútil en este caso, es muy cierto que al protagonista de este artículo se le ha definido en infinidad de ocasiones como el “Sherlock Holmes español”, fama que por otro lado se la ha ganado a pulso y de forma más que merecida. En realidad también recurriremos nosotros al tópico que de no ser español hubiera tenido más reconocimiento a todos los niveles, sobre todo en el plano internacional, pero bien es cierto que recientemente Radio Televisión Española produjo y emitió el serial “Victor Ros”, obra basada en nuestro personaje, mezclando la ficción en algunos episodios con otros que fueron bastante reales.
Nacido en Almadén, (Ciudad Real), el día 30 de noviembre de 1867, aunque con trabajos anteriores en una delegación de loterías y como escribiente en el Gobierno Civil, su temprana vocación le lleva a ingresar muy joven en el “Cuerpo de Vigilancia”, pasando a estar destinado en la ciudad de Madrid. Alcanza muy pronto relevancia en su oficio, y en los quehaceres diarios sus jefes procuran contar con él para las labores más difíciles y delicadas. Respetado además de por sus propios compañeros por la gente de los bajos fondos, adquiere también la fama propia de los grandes policías en prensa.
Por si fuera poca su valía personal coincide además con la época en la que de verdad empieza a despegar la “Ciencia Policial”, y así, siendo contemporáneo del médico, profesor universitario y catedrático D. Federico Olóriz Aguilera, de la Universidad Central de Madrid, tiene la oportunidad de colaborar con este en el despegue de esta ciencia y su introducción en España.
Olóriz Aguilera introduce y perfecciona en nuestro país el método de reciente creación conocido como “dactiloscopia”, presenta y define para uso a nivel internacional diez nuevos tipos de los conocidos como “puntos característicos”. Es esto un gran punto de partida para D. Ramón Fernández Luna que lo aplica a sus ficheros personales que confecciona a partir de ese momento, combinándolos con un exhaustivo y profesional análisis de la escena del crimen con recogida de indicios de una forma muy efectiva y moderna, sumando también el uso de la fotografía, lo que le sirve para resolver numerosos casos.
Pronto su fama traspasa fronteras, era ya conocido por la resolución de casos de difícil solución, en los que su intuición jugaba un papel relevante tales como el caso conocido como “El Federal” en el que logra relacionar a unos delincuentes recién salidos de la cárcel con el asesinato de José Delgado Guzmán. Un caso con ramificaciones en Galicia y Madrid del que logra la extradición de Portugal de uno de los autores tras hacer “fuerza probatoria” con el uso de sus ficheros y pruebas.
Eduardo Arcos Puch, delincuente conocido como “Fantomas” se dedicaba a aligerar de riquezas a ricas viudas tras seducirlas y forzar su caja fuerte. Es ya viviendo tranquilamente en Madrid y casado con una rica heredera cuando por una investigación que se sigue por un “juego de cartas”, que logra relacionarle de manera insólita con casos abiertos contra él en Berlín y Montevideo.
En otro caso logra solucionar, igualmente sin precedentes el suceso del asesinato del viudo acomodado Rodrigo García Jalón, tras seguir su intuición encuentra restos humanos en la alcantarilla de la casa de una de sus amantes. En el registro del domicilio encontrarían en un escondite algunos de sus efectos personales, confesando tras la detención de esta y de su padre, el “Capitán Sánchez”, que lo habían asesinado en su casa, descuartizado y tirado sus restos por el retrete con el ánimo de pagar unas deudas con el robo del dinero de una cantidad que le habían solicitado.
Aunque hubo muchos casos como los anteriores solucionados siendo pionero en aplicar y perfeccionar los incipientes métodos desarrollados o iniciados previamente por otros, es el siguiente el que debe llamarnos la atención, pues de forma novedosa y nuevamente sin precedentes aplica e introduce una nueva técnica:
El 20 de septiembre de 1918, en el contexto de la “Gran Guerra” en la que se empleaban nuestros vecinos y la mal llamada Gripe Española, se reincorpora, tras enfermedad de varios meses el director del Museo del Prado D. José Villegas Cordero. Lo primero que hace es realizar una ronda por lo que el mismo denominaba “su museo”, pero en uno de los pasillos donde se exhibía el denominado y conocido como “Tesoro del Delfín”, una parte de la herencia personal del Rey Felipe V, le parece ver fuera de sitio o desordenadas unas piezas, por lo que se dispone a realizar un recuento minucioso.
Tras echar en falta varias de las mismas, con un incalculable valor, es esa misma tarde cuando tras la presentación de la pertinente denuncia y sin más dilación, entra en el caso por designio directo de sus superiores el Comisario Ramón Fernández Luna. Una de sus primeras medidas es el cierre de la zona donde se encontraba el tesoro, e iniciar un meticuloso examen, aparte de la ausencia de algunas comprueban también la existencia de algunos daños irreparables en otras.
Junto a sus colaboradores procesa la escena del crimen, con recogida de indicios tal cual si fuera en la época moderna. Además, en lo que resta de ese día y las jornadas siguientes toma declaración a todo el plantel del museo, vigilantes, conserjes, etc, (tengamos en cuenta que en ese momento no se contaba con los sistemas electrónicos de guarda y vigilancia de hoy en día). Repara igualmente en un andamiaje de unas obras en una zona cercana.
Además, otros de sus colabores se ponen a trabajar los “bajos fondos”, peristas, soplones, casas de empeño, etc.
El tesoro hoy en día y con las piezas recuperadas |
Ya en los primeros momentos llega a la conclusión de que el robo era imposible que se cometiera en un único día, como los genios, que además de por su inspiración lo son a base de trabajo, Fernández luna tenía en su casa copia de todas las diligencias en las que estaba inmerso, por si a cualquier hora del día, al darse cuenta de algún detalle, debiera trabajarlo, y así es que una madrugada compara la declaración de uno de los vigilantes con una de las fotografías tomadas en la escena del robo, y tras volver a citarlo, este declara que dos meses antes del robo le pareció notar que una de las piezas estaba movida.
A partir de aquí relaciona este hecho con un tal Rafael Coba, despedido como celador del museo meses antes de que el robo saliera a la luz, si bien otras pistas le indican que pudo haber sido “ayudado” por alguien más, cree igualmente que el robo continuó una vez que el sospechoso había cesado en su puesto.
Simultáneamente a lo anterior, tras ser interrogado en repetidas ocasiones es recuperada el día 24 en casa de un perista/anticuario, una de las piezas de la colección, tras ser detenido e interrogado de nuevo reconoce que fue Rafael Coba la persona que se la vendió, al que por otro lado se busca por todo Madrid estando desaparecido desde el día en que los periódicos publican la noticia. En su domicilio habitual su novia Ascensión manifiesta que hace días que no sabe nada de él, es detenida junto a otros tres celadores ya que en el registro se recupera alguna pieza menor del tesoro y unas pequeñas piezas de aluminio que despiertan el interés de nuestro antecesor Sr. Fernández Luna.
La investigación se centra en una maleta con el resto de las piezas que se sabe que acompaña al perseguido, por intuición policial comisiona a varios agentes a las localidades de Zaragoza, Maqueda, (Toledo), y La Carolina, (Jaén), donde finalmente es localizado en el interior de una mina abandonada, donde unos familiares le prestaban asistencia.
Trasladado a Madrid junto con la maleta, en la que faltaban algunas piezas, Rafael Coba no admite la autoría del hecho, siendo demostrada su culpabilidad sin género de dudas al cotejar sus huellas con las halladas en el interior de la estanterías, y también en aquellas mencionadas “piezas de aluminio” encontradas en casa de Ascensión. Estas son trasladadas al museo y se refleja en Diligencia que las formas de sus extremos y los microdetalles corresponden a las marcas dejadas al forzar los cierres para acceder al tesoro, siendo nuestro Comisario Ramón Fernández Luna pionero y creador de lo que hoy en día conocemos en ciencia policial como “trazas instrumentales”.
Los otros tres celadores, su novia Ascensión y el perista Isidro Agruña fueron también condenados como encubridores del hecho, se demostró finalmente que una vez cesado en su puesto, penetró de nuevo en el museo trepando por el andamio de obra en el que reparó el primer día nuestro Comisario.
Al año siguiente nuestro Comisario es trasladado en contra de su voluntad a la ciudad de Barcelona, con la disculpa de su necesaria colaboración en un caso no le reintegran a Madrid una vez que lo soluciona, y nos vuelve a sorprender dejando la policía y fundando su propia agencia de detectives.
Anuncio en la prensa de la época |
Varios años después se reintegra en el cuerpo y en la ciudad de Madrid, pero es jubilado en 1923 a la edad de 57 años y de forma forzosa por causas que no estaban del todo claras. Se dijo en su momento que sus ideas políticas eran contrarias al gobierno que empezando en aquel año duró hasta 1930.
Ramón Fernández Luna nos dejó joven, en 1929 y a la edad de 61 años, es muy probable que de no ser por esta circunstancia y la anterior nos hubiera dejado todavía algo más que admirar.
Jesús Longueira Alvárez.
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