lunes, 2 de enero de 2023

Actuación policial ante artefactos explosivos en los primeros años del siglo xx

Del boletín "Emblema" de enero, tomamos este interesante y documentado artículo de nuestro buen amigo, compañero y colaborador, Antonio Alonso Rodríguez.

Posiblemente una de las intervenciones más complicadas a las que se enfrenta un miembro de las fuerzas del orden durante su servicio sea la aparición de un artefacto explosivo. Requiere decisión, para tomar las medidas oportunas; dominio de sí mismo, para evitar la primera reacción lógica que se tiene que es abandonar el lugar y una gran dosis de valor e inteligencia para saber cuánto y cómo debe de poner su vida en riesgo en defensa de los demás. Por fortuna, en la actualidad, la gran experiencia adquirida tras muchos años de cruel terrorismo, se han desarrollado unos protocolos de actuación que todos los policías conocemos, y aplicamos, que han demostrado su efectividad.

Pero… ¿cómo actuaban nuestros compañeros de principio del siglo XX ante la aparición de un objeto sospechoso de ser un artefacto explosivo? Pues en este trabajo vamos a intentar explicarlo.

COMO ERAN LAS BOMBAS EN LOS PRIMEROS AÑOS DEL SIGLO XX.-

A finales del siglo XIX e inicios del siglo XX los artefactos explosivos que utilizaban los terroristas en sus actos criminales no eran muy sofisticados pero, eso no quiere decir, que no fueran efectivos y peligrosos.

El tipo más común era el denominado “petardo”. Se trataba de un contenedor, normalmente rígido y de paredes gruesas, que contenía en su interior una determinada cantidad de sustancia explosiva, como por ejemplo dinamita, o deflagrante, como pudiera ser la pólvora. Su sistema de activación era mediante mechas artesanales o de las usadas en minería, y su iniciación se producía por medios pirotécnicos.

Sus objetivos eran múltiples. Causar miedo o desestabilizar a la población, atacar centros religiosos, etc., que, finalmente, evolucionaron a objetivos políticos o sindicales: fábricas, empresas con conflictos laborales, centros de reunión o atentados a empresarios y políticos en sus domicilios particulares. El primer uso documentado de un petardo con estos fines fue el 5 junio de 1884 y el objetivo era un almacén situado en Mataró, cuyos obreros estaban en huelga. Ocasionó la muerte de un niño de 15 años y su autor nunca fue identificado (1).

Su forma de utilización también era sencilla. Se depositaba el petardo en el lugar elegido, a veces oculto entre ropas o con sacos, se encendía la mecha y el terrorista abandonaba el lugar a toda prisa. La longitud de la mecha determinaba la temporización. Una mayor longitud, aumentaba el tiempo de huida antes de la detonación pero, tenía el inconveniente, que si se daba un retardo muy grande había más posibilidades de que fuera localizado por la Policía y, al carecer de mecanismos, ser neutralizado, como ocurrió en numerosas ocasiones, apagando simplemente la mecha.

Petardo activado por mecha

Luego venían lo que se llegó a denominar como “máquinas infernales”, un nombre que definía de manera muy descriptiva sus efectos. Se trataba de artefactos más complejos que un simple petardo y que, normalmente, contenían algún tipo de mecanismo. Su nombre se debía a un ingeniero italiano llamado Federico Giambelli que, en 1585, construyó, junto a un herrero y a un relojero, un mecanismo de activación temporizado por medio de un reloj que permitía determinar un retardo fiable para la activación de una carga (2). Su invento se usó con éxito en el sitio de Amberes causando la muerte a más de 800 soldados españoles que guardaban un dique construido durante el asedio de esa ciudad (3).

Las máquinas infernales utilizadas durante la época que nos ocupa eran las denominadas “bombas Orsini”, las bombas de iniciación química y “las bombas de inversión”.

Las conocidas como “bombas Orsini”, tomando el nombre de su diseñador, un italiano llamado Felice Orsini, eran artefactos explosivos que funcionaban al impacto. Su cuerpo era metálico, de un grosor más que regular para que generaran un gran número de fragmentos de metralla, en cuyo exterior estaban colocadas varias chimeneas, de las utilizadas en las armas de avancarga, a las que se habían colocado pistones en su parte exterior. Al impactar el artefacto contra el suelo, los pistones se iniciaban trasmitiendo su fuego a la carga interior que solía ser un explosivo muy sensible, como por ejemplo, el fulminato de mercurio, que simplemente con una chispa era capaz de activarse.

La bomba Orsini original, usada en el atentado contra Napoleón III en 1858, tenía forma cilíndrica, con un mayor grosor en su base para que, al lanzar la bomba, cayera al suelo por ese lado que es donde estaban colocadas las chimeneas con sus pistones. Las utilizadas en España, diseñadas por un terrorista italiano llamado Francesco Momo que murió en Barcelona el 13 de marzo 1893 mientras fabricaba una de ellas (4), eran completamente redondas y estaban formadas por “dos medias naranjas de hierro fundido, que encajaban perfectamente, y un eje del propio metal, que hace oficio de tuerca y sujeta fuertemente las dos mitades […]. Tenían diez y ocho agujeros en la superficie esférica, y las correspondientes diez y ocho chimeneas y pistones” (5). Este tipo de artefactos fueron utilizados contra el general Martínez Campos en Barcelona, primer atentado realizado en España usando artefactos explosivos con fines políticos (6), y, trágicamente, en el Liceo de la misma ciudad en 1893.

Bomba tipo "Orsini"

Las bombas de iniciación química tenían un funcionamiento al impacto, igual que las Orsini, pero su activación se producía cuando se mezclaban dos sustancias químicas que, al juntarse, producían una reacción fuertemente exotérmica que era capaz de activar un explosivo sensible al calor. Estas sustancias normalmente estaban contenidas en tubos de cristal que se rompían al golpear el artefacto contra su objetivo. Su diseño en España se debe a Pedro Vallina Martínez, alias “El tigre”, un furibundo anarquista que había estudiado la carrera de medicina, entre otros motivos, para aprender “química orgánica que tanto me interesaban por lo útil que podía ser a un verdadero revolucionario” (7). Este “simpático” personaje diseñó unos artefactos para ser usados específicamente contra los policías. Según reseña Eduardo González Calleja en su libro “La razón de la fuerza”, esas bombas “…tienen forma y dimensiones de un huevo. Su superficie es totalmente lisa, explosionan al ser lanzadas fuertemente, como se haría con las piedras. Su detonación es intensa y las personas cercanas quedan quemadas. El cuerpo de la bomba forma una cincuentena de proyectiles irregulares susceptibles de herir gravemente a las personas. Están destinadas para ser lanzadas a los policías cuando estos cargan contra los manifestantes” (8). Artefactos de iniciación química fueron usados en varios atentados contra el Rey Alfonso XIII, en 1905 en París, en la calle Rohan y el cometido por Mateo Morral en Madrid, en 1906, el día de su boda.

Bomba de iniciación química tipo "Vallina"

Otro tipo de máquinas infernales eran las denominadas “bombas de inversión” que tomaba el nombre que se había dado en Francia a este tipo de artefactos, “bombe à renversement”, que fueron muy utilizados en esa República a finales del siglo XIX (9). Este tipo de artefactos “tenía una composición similar a las bombas de impacto por acción química, pero, en vez de mezclarse los dos elementos por la fractura del cristal que contenía el líquido, se producía al cambiar de posición el artefacto, normalmente invirtiéndolo y derramándose el contenido del tubo sobre la otra sustancia” (10). Las bombas con funcionamiento de esta manera fueron traídas a España por un anarquista, de origen belga, llamado Maurice Bernardon, que llegó a España en 1903 recomendado por Pedro Vallina. Bombas de este tipo, especialmente peligrosas porque podían detonar simplemente al moverlas, fueron usadas habitualmente por un terrorista-delincuente (¿no lo son todos?), de funesta memoria, que actuó en Barcelona entre 1906 y 1907, llamado Juan Rull y Queraltó.

Bomba de bomba de inversión

APARECE UNA BOMBA… ¿Y AHORA QUÉ?

Tres son las preguntas que todos los policías nos hemos hecho, ayer, hoy y mañana, cuando tenemos la “suerte” de encontrar un objeto sospechoso: ¿Qué es eso? ¿Cómo está eso? Y, finalmente, la pregunta del millón, ¿y ahora… qué puñetas hago?

En la actualidad, tras años de experiencia y de formación, todos los agentes, de todos los cuerpos, hemos recibido instrucción sobre qué debemos hacer, pero nuestros compañeros cien años atrás, no tenían formación, ni protocolos, ni medios apropiados para enfrentarse a este tipo de intervenciones. Ellos solo tenían una herramienta: VALOR.

Así queda reflejada la actuación de agentes de Policía en numerosas noticias aparecidas en la prensa de la época: “con sangre fría extraordinaria y exponiendo su vida, apagó la mecha arrancando parte de ésta del explosivo, sin reparar en el peligro que corría, cogió entre sus manos la bomba, y apagó la mecha” (11); “ante la inminencia del peligro, recogió arriesgadamente la máquina infernal, y para evitar aquél, la sumergió en una alcantarilla próxima […] donde el valiente oficial de Seguridad creyó que no habría de causar daño alguno” (12); “hemos de hacer constar una vez más el arrojo y serenidad de que dio pruebas el guardia” (13), "con el valor y la abnegación de que tan frecuentes pruebas vienen dando los agentes de la autoridad […] se prestó espontáneamente a coger el temible aparato, y colocarlo en el carro blindado, y como faltaba el cochero, montó en el pescante […] para efectuar la conducción" (14), la conducta del guardia que condujo la bomba […] fue temeraria pero heroica” (15).

Estas “temerarias pero heroicas” acciones salvaron muchas vidas mientras los artefactos explosivos a los que se enfrentaban los agentes del orden eran “petardos” activados por una simple mecha. En cuanto hicieron aparición las “máquinas infernales”, tanto de activación al impacto como las de iniciación química, el peligro aumentó exponencialmente. Ya no bastaba un rápido acto de valor quitando o apagando una mecha. Como no se conocía el funcionamiento del objeto sospechoso, era necesario desalojar a las personas del lugar, intentar minimizar los daños que pudiera ocasionar en caso de detonación, utilizando, normalmente, colchones que los policías tomaban “prestado” de fondas, pensiones e incluso de casas particulares próximas, y más adelante recoger el artefacto para, finalmente, trasladarlo a un lugar seguro.

Traslado de una bomba envuelta en un colchón. Viñeta humorística publicada en la revista “Gedeón” el 18-02-1906.

Esta recogida y traslado “a un lugar seguro” parece una cosa sencilla, pero tenía más intríngulis de lo que parece. El procedimiento operativo habitual que se seguía era trasladar el objeto, en primer lugar, a la prevención y, posteriormente, al juzgado de guardia. Varios incidentes obligaron a modificar esta práctica. Sólo como botón de muestras relatamos un par de sucesos.

Ambos ocurrieron en Barcelona. El primero en septiembre de 1904. Se localiza un objeto sospechoso en el interior de un urinario en la Rambla de las Flores. Un valiente policía lo recoge y lo traslada a su base. Una vez ahí, y, como no, provisto del correspondiente volante (16), lo lleva a la jefatura de la Policía, donde se da cuenta al Juzgado de Guardia. Éste dispone que dicho objeto sea enviado, a la mayor brevedad, a su presencia. Pues ahí vemos a nuestro valiente policía trasladar el bulto, posiblemente a pie y bajo el brazo, por toda Barcelona. Una vez en el juzgado de guardia se presenta, tras la habitual espera reglamentaria, al secretario del mismo, y le hace entrega, previa presentación del dichoso volante, de su carga, colocándola sobre la mesa del funcionario. Un poco molesto, debido al volumen del objeto y que podía manchar sus importantes papeles, el secretario recrimina al agente y le ordena que lo coloque en otro lugar, ya que ocupa demasiado espacio en su mesa y no le deja trabajar con comodidad. Dicho y hecho. El policía vuelve a recoger el paquete y lo coloca en el suelo. A un alguacil del juzgado tampoco le gusta en ese lugar y le pide que cambie su ubicación a una galería cercana donde se encontraban los escribientes. Primer tiempo de saludo y un nuevo traslado del paquete al lugar indicado. Por fin nuestro valiente compañero puede abandonar el lugar, acordándose, seguramente, de la familia más cercana de todos los funcionarios de la administración de justicia. A los pocos minutos, una enorme explosión suena en los locales del Palacio de Justicia. Por fortuna, ya que en ese momento los escribientes habían abandonado su despacho, no hubo víctimas mortales, aunque sí numerosos heridos, alguno de ellos al saltar, presa del pánico, desde una ventana a la calle. Para hacernos una idea de la magnitud de la detonación, según el documento judicial instruido por el juez de guardia, Sr. Armenteros, de los 442 cristales que había en el Palacio de Justicia sólo quedaron sin romper 38 de ellos (17).

El segundo caso ocurrió en 1906 y lo tengo reseñado en mis archivos como el suceso de “la bomba itinerante”. Día de nochebuena en la Rambla de las Flores de Barcelona. A las 17:30 horas, un vecino observa un paquete sospechoso colocado en la escalera del número 6 de la citada avenida. Avisa a los policías cercanos que disponen las primeras medidas. Acordonan el lugar y desalojan a los vecinos. Mientras se decide qué hacer, dos voluntarios se ofrecen para trasladar el objeto sospechoso. Merece la pena decir sus nombres, Miguel Ruescas Piquer y Tomás Pla de 20 y 35 años de edad. Se acepta su ofrecimiento y ambos valientes recogen el artefacto, que pesa “dos arrobas” (18) -unos 23 kilos-, y proceden a su traslado a la dependencia policial más cercana. Durante el traslado, los policías van alejando a los numerosos curiosos que siguen a los valerosos porteadores. Llegan al cuartelillo más próximo, situado en la Plaza de San Felipe Neri, donde el jefe de esa dependencia policial, seguramente un caimán con colmillo retorcido tras muchos años de servicio, se niega a hacerse cargo “del paquete” alegando que, el lugar donde ha sido hallado, no corresponde a la demarcación de su comisaría. Vuelta a empezar, los voluntarios vuelven a coger el objeto, y se trasladan a la comisaría que corresponde, situada en la calle Sadurní. Durante ese tiempo la noticia ha llegado a oídos del Gobernador Civil y, acompañado de los mandos policiales, se persona en esta última dependencia policial. También se persona el Juez de Guardia y el secretario judicial. Las autoridades, a las 20:30 horas, toman una decisión. Hay que llevar el objeto sospechoso al Campo de la Bota, lugar donde se encontraba la Escuela Práctica de Artillería. Los dos voluntarios se niegan a realizar ese traslado alegando lo retirado del lugar. Las autoridades les piden un último esfuerzo y que lo lleven al cercano Parque de Artillería. Dicho y hecho. El bulto lo vuelven a recoger los voluntarios y, protegidos por la fuerza pública y acompañados, a distancia claro, por las autoridades, los curiosos y los periodistas que se habían acercado al lugar al enterarse de los hechos, llega toda la comitiva a las puertas del Parque de Artillería. Como se escribió en la prensa de la época "el paseito con la bomba, como se vé, fué regular" (19). Ahí el jefe de la guardia se niega a aceptar el depósito “sin orden de la autoridad competente” (20). Vuelta a empezar, se manda un correveidile a la Capitanía General mientras todo el mundo, portadores inclusive, se sientan en la puerta de la dependencia militar. Tras una larga hora de espera, llega la autorización firmada por el Capitán General, quedando la bomba en las inmediaciones del Parque, depositada en el cauce de un arroyo. Los valerosos porteadores fueron recompensados con 25 pesetas de gratificación a cada uno que, visto las circunstancias, se nos antoja bastante tacaña.

Pero no queda ahí la cosa, nadie se quiere encargar de trasladar el artefacto del Parque de Artillería al Campo de la Bota y, tras horas de indecisión, el teniente del Cuerpo de Seguridad Luis Degorgue Nebreda y el guardia del mismo cuerpo, Manuel Cola, se presentan voluntarios para hacerlo. Alquilan una tartana (21) y "en medio de la obscuridad de la noche, con un viento espantoso que les apagó el farol, llegaron hasta el Campo de la Bota, haciendo entrega del objeto al jefe de la guardia" (22).

Al día siguiente los técnicos artilleros constataron que el objeto se trataba de un artefacto real, de los conocidos como bomba de inversión, que, milagrosamente, no había funcionado durante su traslado ya que, además de llevar una carga explosiva muy importante, su interior estaba relleno de clavos, trozos de metal y proyectiles de fusil máuser como metralla. Su traslado por zonas densamente habitadas y céntricas levantó una importante campaña de denuncia en la prensa local que señalaba que “la opinión pública ha protestado indignada de la imprudencia cometida por las autoridades” (23).

Sucesos como los relatados llevaron a las autoridades a tomar medidas. El Gobierno Civil de Barcelona ordenó que nunca, en caso de aparición de un objeto sospechoso, se alterara su estado evitando moverlo o girarlo (24). De ahí procede el “no tocar, no mover” que ha llegado a nuestros días. También ordenó que todos los objetos sospechosos localizados fueran trasladados directamente al Campo de la Bota, lugar donde estaba situada la Escuela Práctica de Artillería, para su estudio, análisis y, en caso de ser necesario, su neutralización.

En enero de 1907, el ayuntamiento de Barcelona hace caso a la recomendación recibida por el Gobierno Civil en agosto de 1906 e, inicia, los trabajos para dotarse de un carro blindado similar a los utilizados en Paris para “recoger los objetos de apariencia peligrosa y evitar alarmas y posibles daños a los transeúntes” (25). Libra de su presupuesto 1.200 pesetas para modificar un carro existente, que se utilizaba para la recogida de animales sueltos, llamado pomposamente, “carro zootécnico”, para habilitarlo como carro blindado para el transporte de bombas. El 3 de febrero de ese mismo año hace su primer servicio que resultó una falsa alarma (26).

Carro blindado utilizado en Barcelona

La aparición de este carro blindado solventó, al menos parcialmente, el problema del traslado del objeto sospechoso desde su lugar de localización al lugar designado para su estudio y destrucción, al menos en Barcelona ya que, en otras ciudades, incluido Madrid, el problema seguía sin solución.

Pero, como hemos dicho, el problema se resolvió solo parcialmente ya que… ¿Quién recogía la presunta bomba del lugar donde se había localizado y la llevaba al carro blindado? Pues inicialmente se volvió a recurrir al VALOR de los miembros de la Policía. Se recogía “a mano” por algún heroico agente, se llevaba “a mano” al interior del carro blindado e, incluso, cuando el conductor del carro se negaba a llevar el vehículo a su destino, hecho bastante frecuente, eran los mismos policías los que cogían las riendas y se encargaban de hacerlo.

Hay un caso que no queremos que se quede en el tintero. Ocurrió en Madrid en 1910. A diferencia de Barcelona, en esta ciudad no se había previsto, ni siquiera, la existencia de un carro blindado para el transporte de artefactos explosivos, aunque fuera malo. Aparecen varios artefactos explosivos en la pensión donde se alojaba el terrorista José Corengia Taborelli. Éste se había suicidado para evitar su detención tras colocar una bomba en la estatua que homenajeaba a las víctimas del atentado contra Alfonso XIII en la calle Mayor (27) y la Autoridad Judicial ordena su traslado al Parque de Artillería para su examen. Al carecer de medios para hacerlo nadie sabe cómo actuar y, como aparece en la prensa de la época, “el conflicto llevaba trazas de no tener fácil solución” (28). Finalmente se presentan dos voluntarios, Ignacio Martínez Campos y Colmenares (29), Comisario General Interino de la Policía de Madrid y Guillermo Gullón y García Prieto, Secretario General del mismo Cuerpo. Inicialmente el Jefe Superior, Ramón Méndez Alanís (30), se niega rotundamente. Los valientes mandos policiales reiteran su ofrecimiento manifestando “nosotros no debemos, ni moralmente podemos, ordenar a ningún subordinado que realice este servicio, y como es un caso de urgencia, estamos obligados por el cargo que ocupamos y para dar ejemplo, a ser personalmente los que prestemos este auxilio a la autoridad judicial" (31). Ante estos argumentos (¿quién puede resistirse a este ejemplo de arrojo y pundonor?), el Jefe Superior no puede negarse al ofrecimiento y autoriza que ambos valientes policías recojan los artefactos y los introduzcan en unas cajas de hojalata que previamente ellos habían tenido que comprar en un comercio cercano (no es posible menor carencia de medios) y en…¡¡¡un coche de alquiler con conductor !!!... (32) trasladan los artefactos al cuartel de Campamento, en Carabanchel, donde ellos mismos los tienen que llevar a pie, más de un kilómetro, al campo de tiro, lugar donde quedaron depositadas.

Este derroche de valor temerario no fue gratuito. Están documentados numerosos casos de agentes de la Ley muertos y heridos en acto de servicio al realizar esta peligrosísima actividad. Sirva como ejemplo los casos del Inspector Rafael Ufano (33), en 1907, que resultó mortalmente herido al explosionar el artefacto que estaba intentando proteger con colchones, o el guardia de seguridad Pio Sánchez (34), en 1910, que sufrió gravísimas heridas cuando un artefacto explosionó dentro del carro blindado que él guiaba al negarse a hacerlo el carretero.

Carro blindado dañado tras sufrir la detonación de un artefacto en su interior

Para intentar minimizar los riesgos de estos traslados, en 1910, un miembro del Cuerpo de Seguridad destinado en Barcelona, el capitán Enrique Pérez del Arenal, desarrolló un interesante instrumento para la recogida de objetos sospechosos de ser artefactos explosivos que ya ha sido descrito por Eugenio Fernández Barallobre en el blog “Una historia de la Policía Nacional” (35). Fue presentado por el teniente coronel Manuel Parejo Navas, jefe del Cuerpo de Seguridad en Barcelona, al Gobernador Civil que manifestó a la prensa que "parece que reúne buenas condiciones y será adoptado” (36). No tenemos noticias que finalmente fuera utilizado.

Aparato para recoger artefactos diseñado por el capitán del Cuerpo de Seguridad Enrique Pérez del Arenal

Tras varias explosiones de artefactos explosivos en el interior de los carros blindados “improvisados” se demostró su falta de efectividad, ya que en vez de contener los efectos de la detonación, los magnificaban. Su estructura a base de chapas metálicas colocadas en sus paredes, al producirse la activación del artefacto, hacían que éstas se convirtieran en metralla aumentando sus efectos. Por esa causa, después de que un joven viandante muriera al ser alcanzado por uno de esos fragmentos despedidos del “supuesto carro blindado” (37) tras explosionar una bomba durante el transporte, el ayuntamiento de Barcelona encargó al concejal Julio Marial Tey, arquitecto de profesión, el diseño de un vehículo blindado capaz de minimizar los efectos si se producía una explosión en el interior. Tras varias entrevistas con oficiales del Cuerpo de Artillería, se fabrica en los talleres del ayuntamiento, bajo la dirección del citado concejal, un prototipo de carro acorazado, tirado por un caballo, de más de dos toneladas de peso, con un recipiente de forma cilíndrica, rodeado de aspilleras para dar salida a los gases pero capaz de retener los fragmentos que se pudieran producir. En su interior, pendiente de un gancho articulado, había un cesto de mimbre, que podía bajar automáticamente hasta el suelo, donde se depositaba el objeto sospechoso. Para probarlo se colocaron en su interior dos cartuchos de dinamita recubiertos de hierro y alambre y se ataron cuatro perros (eran, evidentemente, otros tiempos) a las ruedas del carro. Se dio fuego a la carga y, afortunadamente, ninguno de los animales sufrió herida alguna y su estructura no presentó ningún deterioro. Tras superar estos ensayos, se fabrica el modelo definitivo que funcionó, al menos, hasta el estallido de la Guerra Civil.

Carro Blindado diseñado por el concejal Sr. Marial Tey (Foto Ballell, publicada en “La Hormiga de Oro en su edición de 3-9-1910)

En definitiva, hasta la creación de las unidades de desactivación de explosivos (TEDAX) en la Policía española en enero de 1975, todo el procedimiento operativo ante la aparición de objetos sospechosos de contener artefactos explosivos no se basaba en la formación o en los medios técnicos sino únicamente en el VALOR, PUNDONOR y ESPIRITU DE SACRIFICIO de nuestros compañeros que, en varias ocasiones, pagaron su heroísmo con su propia vida. Sirva este artículo como homenaje a su trabajo.

Antonio Alonso Rodríguez.

Notas:

1. AVILES FARRÉ, Juan en «La daga y la dinamita», (2013), Tusquets Editores S.A. (Barcelona), p. 275. y RODRIGUEZ BUENO, Pedro en «La Barcelona de la dinamita, el plomo y el petróleo 1884-1909» (2010), Grupo de afinidad Quico Rivas (Barcelona), p. 7.

2. ALONSO RODRIGUEZ, Antonio en «80 años de terrorismo con explosivos en España (1893-1973). Del atentado contra el general Martínez Campos al asesinato del almirante Carrero Blanco», (2017) Trabajo Fin de Grado, Escuela Nacional de Policía (Ávila), página 53.

3. Para más información sobre este asunto visitar la página web https://www.vistaalmar.es/ciencia-tecnologia/historia/8219-hellburner-arma-destruccion-masiva-siglo-xvi.html.

4. ALONSO RODRIGUEZ, Antonio en «80 años de terrorismo con explosivos en España (1893-1973). Del atentado contra el general Martínez Campos al asesinato del almirante Carrero Blanco», (2017) Trabajo Fin de Grado, Escuela Nacional de Policía (Ávila), pagina 8.

5. El Heraldo de Madrid (Madrid) 16/01/1894.

6. HERRERÍN LÓPEZ, Ángel, «1893: año clave del terrorismo en la España de la Restauración» en “Espacio, Tiempo y Forma, Serie V, Historia Contemporánea, t. 20” (2008), página 73.

7. VALLINA MARTINEZ, Pedro en «Mis memorias», Centro Andaluz del Libro S.A. (2000) p. 42.

8. Cit. en GONZALEZ CALLEJA, Eduardo «La razón de la fuerza», Editorial CSIC - CSIC Press, Madrid, (1998) p. 365, escrito anónimo en Archivo de la Prefectura de Policía de París, 05/06/1905 serie B, legado 1511, Anarchistes en Espagne.

9.  ALONSO RODRIGUEZ, Antonio en «80 años de terrorismo con explosivos en España (1893-1973). Del atentado contra el general Martínez Campos al asesinato del almirante Carrero Blanco», (2017) Trabajo Fin de Grado, Escuela Nacional de Policía (Ávila), página 9.

10. Ídem.

11. La Vanguardia, edición 22/6/1897.

12. El Liberal, edición 11/03/1907.

13. El Globo, edición 26/12/1907.

14. La Ilustración española y americana, edición 08-07-1910.

15. La Época, edición 24/12/1907.

16. Tomamos esta definición del término “volante” de la Real Academia de la Lengua: Hoja de papel, ordinariamente la mitad de una cuartilla cortada a lo largo, en la que se manda, recomienda, pide, pregunta o hace constar algo en términos precisos.

17. RODRIGUEZ BUENO, Pedro en «La Barcelona de la dinamita, el plomo y el petróleo 1884-1909» (2010), Grupo de afinidad Quico Rivas (Barcelona), página 43 y El Día, edición 5-9-1904.

18. La Vanguardia, edición 25-12-1906.

19. Ídem.

20. Ídem.

21. Coche tirado por caballos, generalmente de dos ruedas, con la cubierta abovedada y asientos laterales.

22. El País, edición 29-12-1906.

23. El País, edición 26-12-1906

24. El Heraldo de Madrid, edición 17-02-1906.

25. El Imparcial, 18-06-1906

26. El Día, edición 04-02-1907

27 Ver el blog “Una historia de la Policía Nacional”. http://cnpjefb.blogspot.com/2017/03/atentado-frustrado.html

28. El Siglo Futuro, edición 27-05-1910.

29. Para más información sobre Ignacio Martínez Campos ver el blog “Una historia de la Policía Nacional”. https://cnpjefb.blogspot.com/2018/08/ignacio-martinez-de-campos-y-colmenares.html

30. Para más información sobre este personaje ver el artículo de Eugenio Fernández Barallobre en el periódico digital “El Correo de España” Méndez Alanís. Reformador de la Policía. (22-04-2022) https://elcorreodeespana.com/historia/55870667/Mendez-Alanis-Reformador-de-la-Policia-Por-Eugenio-Fernandez-Barallobre.html

31. El Siglo Futuro, edición 27-05-1910.

32. Merece la pena citar el nombre de este valiente conductor y de su ayudante: José Mira y Valentín Otero. Decía el Heraldo Militar, en su edición del 17 de mayo de 1910, sobre su acción: “Arrastró un riesgo evidente, sin temor alguno, prestando, al aceptar la excursión que se le propuso, un señalado servicio a la Policía y al vecindario de Madrid”.

33. Ver el blog “Una historia de la Policía Nacional”. https://cnpjefb.blogspot.com/2018/03/la-muerte-del-inspector-rafael-ufano.html

34. Ver el blog “Una historia de la Policía Nacional”. https://cnpjefb.blogspot.com/2016/12/el-guardia-pio-sanchez.html

35.  Ver el blog “Una historia de la Policía Nacional”. https://cnpjefb.blogspot.com/2019/03/un-antecedente-del-robot-tedax-1910.html

36. El Imparcial, edición 02-07-1910.

37. El Liberal, edición 30-06-1910.













2 comentarios:

  1. Excelente artículo histórico. Como complemento en la Sagrada Familia, en el Portal del Roser, una de las zonas construidas y terminadas por Gaudí hay una representación de una bomba Orsini. El Diablo entrega una bomba a un joven en una alegoría del mal.

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