lunes, 10 de abril de 2017

1978. ETA asesina al Sargento de la Policía Armada Francisco Martín González.

El día 27 de junio de 1978 la banda terrorista ETA asesinaba a tiros en San Sebastián al sargento de la Policía Armada Francisco Martín González. Ese día, el sargento Martín González y otros tres agentes del cuerpo se encontraban prestando un servicio de vigilancia en el barrio de Bidebieta, en una urbanización de San Sebastián. El todo terreno en el que viajaban estaba parado en el paseo de Los Olmos, donde iban a proceder a hacer un relevo de las patrullas que recorrían las calles de San Sebastián a pie. Uno de los agentes se encontraba en el exterior del vehículo cuando se acercó un taxi de color blanco marca SEAT 132 del que se apeó un terrorista quedando otro individuo dentro del vehículo de servicio público. El primero, desde un metro de distancia aproximadamente, disparó a bocajarro contra el vehículo de la policía, alcanzando a los cuatro miembros: un sargento, un chófer y dos policías.

El sargento resultó muerto en el acto, mientras que sus tres compañeros, José Frado Carro, Francisco Sánchez Arcos y José Gutiérrez Díaz, resultaron heridos de gravedad. En el lugar del atentado se encontraron numerosos casquillos del calibre 9 milímetros parabellum marca Geco. Los autores del atentado huyeron en el citado taxi en dirección al alto de Miracruz. 

Sargento Francisco Martín González

Un testigo presencial del atentado dijo a la Policía, que se encontraba fuera y junto al “jeep” un policía y dos dentro. Al producirse el ametrallamiento, el policía que estaba de pie cayó al suelo. Otro salió del vehículo, con un radio teléfono en la mano, y cayó también al suelo; el tercero quedó con la cabeza apoyada en el volante. Todas las personas que transitaban por los alrededores se tiraron al suelo al producirse tos ráfagas de ametralladora.

Otro testigo presencial, informó a la Policía que el Land Rover policial quedó rodeado de varios policías caídos. Uno de ellos estaba sentado en la acera sangrando profusamente por una herida abierta a la altura de la sien. Otro policía que todavía estaba vivo estaba tumbado en el suelo con los pies apoyados en la escalerilla de atrás del furgón sin poderlos bajar, tenía un tiro en el abdomen. El sargento Martín estaba muerto, sentado en el sitio del copiloto con la cabeza caída hacia atrás y un tiro que le había entrado por la nuca. El vehículo policial presentaba numerosos impactos de bala, así como los cristales rotos

Numerosos vecinos se aprestaron en ayuda de los servidores del orden. Con una puerta de madera a modo de camilla, se trasladó al vehículo de un vecino de la urbanización, al sargento Martín, que fue llevado con urgencia al hospital Militar de San Sebastián al que llegó ya cadáver. Al lugar de los hechos llegaron tres coches de la Policía a toda velocidad. Uno de los policías, en plena crisis nerviosa, sacó la porra e intentó golpear a varios vecinos. Un de lo testigos presenciales que se hallaba realizado labores de ayuda le contó lo sucedido. “¡Han matado al sargento González!”, gritó uno. Otros dos policías armados se pusieron a llorar desconsoladamente. 

Unas horas después del asesinato del sargento Martín, hacia la una y veinte de la madrugada, otro grupo de la banda terrorista abrió fuego contra miembros de la Policía que habían montado un control de carretera para intentar capturar a los autores de la muerte de Francisco Martín. Los disparos fueron hechos a bastante distancia desde un monte cercano a la capital donostiarra, y obligó a los agentes a tirarse al suelo para protegerse del ataque. Horas después, cuando amaneció, se procedió a inspeccionar la zona. Cerca del lugar desde el que se realizaron los disparos se encontraron tres paquetes que contenían respectivamente un kilo de goma-2 cada uno adosados a una importante cantidad de metralla. Los artefactos explosivos estaban preparados para ser lanzados directamente, a modo de bomba de mano. La banda terrorista ETA pretendía de esa forma tender una emboscada a las Fuerzas de Seguridad y los disparos tenían como objetivo que los policías se acercasen al lugar donde se hallaban situados los explosivos trampa.

A la mañana del día siguiente 28 de junio, tuvo lugar en el Hospital Militar de San Sebastián una Misa de corpore insepulto por el alma del sargento de la Policía Armada Francisco Martín, presidida por los gobernadores Civil y Militar de San Sebastián y en cuyo comienzo hubo una gran tensión, respecto a la presencia del gobernador Civil, para posteriormente calmarse los ánimos, desarrollándose la Santa Misa en medio de un profundo silencio.

Una vez finalizada la Misa, los restos mortales de Francisco Martín fueron trasladados a Madrid, y la capilla ardiente se instaló en la Academia de la Policía Armada de Canillas, donde tendría lugar el funeral oficial que presidieron el subsecretario de Orden Público, Julio Camuñas; el director general de Seguridad, Mariano Nicolás; el general inspector de la Policía Armada, Timón de Lara, gobernador civil de la provincia y numerosos jefes, oficiales, policías y alumnos del cuerpo. No asistió ningún miembro del Gobierno, que a esa hora se encontraba reunido en Consejo de Ministros extraordinario. La ceremonia fue oficiada por el capellán de la Policía Armada, quien hizo una semblanza del policía asesinado y condenó la violencia terrorista 

Tras el funeral, el féretro del Sargento Martín, cubierto con la Bandera Nacional, fue sacado a hombros de sus compañeros al patio de la Academia donde se entonó el Himno del Cuerpo y se procedió a introducir el ataúd de Francisca Martín en un furgón funerario que lo trasladaría hacía el cementerio madrileño de Carabanchel donde recibió cristina sepultura.

Francisco Martín González, de 32 años de edad, era natural de Ávila y estaba casado con Cristina Domínguez. Había sido destinado a San Sebastián un mes antes de su asesinato, por lo que su residencia seguía estando en Madrid, donde vivía su mujer y donde fue enterrado. Su viuda Cristina contó que tras el asesinato se sintió muy sola, pues del Gobierno nunca tuvo una palabra de aliento, ni una llamada. Tan solo recibió la ayuda de los compañeros de su marido para hacer las gestiones que le permitiesen cobrar una pensión de viudedad. 

Carlos Fernández Barallobre.

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