A las tres menos cuarto de la tarde del viernes 11 de febrero de 1977, un comando de los GRAPO, compuesto por tres hombres y una mujer, asesinaba a tiros en la estación del metro de Hospitalet de Llobregat en Barcelona, al inspector del Cuerpo General de Policía, Antonio López Salcedo y hería a su compañero, el Policía Armado Juan Rocero Crego.
Un testigo presencial de los hechos, informó con posterioridad a la policía que tras los disparos que causaron la muerte del inspector en el interior de la estación del Metro, el policía armada que resultó herido salió a la calle, en persecución de los asesinos; estos se parapetaron en la esquina de la avenida de Isabel la Católica con la de Tomás Giménez, desde donde hicieron fuego contra aquél. El policía disparó varías veces, hasta que fue alcanzado por un proyectil y cayó hacia atrás, junto a una cabina telefónica. El testigo presente recogió al policía herido que sangraba en abundancia, y lo trasladó a un establecimiento asistencial situado en las cercanías.
Inspector Antonio López Salcedo |
Sobre las once de la noche del mismo día, la Policía detenía a los autores del atentado, un hombre y una mujer que portaban cuatro pistolas, entre ellas el revólver propiedad del Inspector López Salcedo, otro revólver y una granada de mano.
La Jefatura Superior de Barcelona emitía al día siguiente una nota en la que daba a conocer la detención del comando del GRAPO que había asesinado al inspector de policía Antonio López Salcedo. La nota decía textualmente: “que en la calle Valdaura nº 12, se había encontrado un piso franco donde se logró la detención de los autores materiales del asesinato del inspector de Policía Antonio López Salcedo, Fernando Silva Sande, Ricardo Sanz García e Isabel Santamaría Del Pino. La detención que se produjo sin realizar un solo disparo por los inspectores que actuaron en este servicio, se ocuparon a los detenidos tres pistolas del calibre 9 milímetros largo, con dotación completa de munición, un revólver calibre 38 y la pistola reglamentaria del Inspector asesinado López Salcedo y una granada de mano, abundante documentación y otros efectos”. La nota seguía diciendo “que los detenidos integrantes del comando terrorista presentaban heridas de arma de fuego de escasa consideración que según el parte facultativo le fueron causadas en la tarde del viernes día 11, durante el tiroteo que se entabló a la salida de la estación de metro de Pubilla Casas, cuando eran perseguidos por un policía que intentó detenerlos”. La nota finalizaba dando a conocer que el estado del policía armado Juan Roncero Greco, herido por el mismo comando que había asesinado al inspector López Salcedo, evolucionaba favorablemente de su herida en una pierna.
Ese mismo día en la Iglesia de los Ángeles de Barcelona, que se hallaba completamente abarrotada de fieles, tenía lugar el funeral de corpore insepulto por el alma de Antonio López Salcedo.
A las cuatro menas cinco de la tarde, y procedente de la Comisaría de Policía de Universidad, sita entre las calles Mallorca - Enrique Granados, en donde había sido instalada la capilla ardiente, llegaba el cortejo fúnebre. Abrían el paso doce compañeros del inspector, portando otras tantas coronas de flores. A continuación marchaba el féretro, portado a hombros por compañeros del muerto y cubierto con una gran bandera española sobre la que se había depositado un ramo con cinco rosas rojas. Tras éste, los familiares del señor López Salcedo, su padre y su hermano, puesto que su esposa había salido ya hacia Granada, donde, recibirán los restos del malogrado inspector cristiana sepultura.
A la puerta del templo esperaban al cadáver las autoridades que luego formarían el duelo oficial; el subdirector general de Seguridad, Joaquín Diez Moreno; gobernador civil, Salvador Sánchez Terán; el Gobernador Militar de Barcelona, general Vega Franco, que ostentaba la representación del Capitán General de la región Militar; el jefe del Sector Aéreo, general Joaquín de Puig y de Cárcer; el jefe del Sector Naval, contraalmirante Severo Martín Allegue; el jefe superior de Policía, Joaquín Apestegui Oses; el alcalde de la ciudad, señor Socías Humbert, otras autoridades civiles, militares y policiales y los familiares del servidor del orden asesinado. Entre los asistentes podía observarse un gran número de representantes de los tres Ejércitos y de los cuerpos de orden público
Funeral por el Inspector López Salcedo |
Una vez depositado el cadáver frente al altar mayor, montaron guardia ante él dos miembros del Cuerpo General de Policía, dos de la Policía Armada y otros dos de la Guardia Civil, dando comienzo seguidamente la santa Misa, que fue seguida con gran recogimiento y participación por todos los que llenaban el templo. Fuera quedaron más de dos mil personas ante la imposibilidad da entrar en la iglesia, las cuales durante la duración del oficio religioso guardaron el más completo y respetuoso silencio.
En la homilía, el sacerdote oficiante pidió a todos los presentes que rogaran por el hermano muerto, y por la consecución de la justicia, la paz y la libertad auténticas, que nacen del respeto a los demás. Dijo que había que aprender lecciones de vida, que “deben basarse en la tolerancia hacia los demás, aunque no piensen como nosotros”.
Tras la celebración de la Santa Misa, el féretro que contenía los restos de Antonio López Salcedo fue nuevamente alzado en hombros de sus compañeros y salió a la calle, donde le esperaban todos los asistentes al funeral. En medio de un impresionante y ejemplar silencio, el féretro fue introducido en un furgón-ambulancia de la Fuerza de la Policía Armada que le trasladaría por carretera hacia Granada. El vehículo se abrió paso entre el gentío, incorporándose más tarde, a la comitiva, un autobús de la Policía Armada en el que habían sido colocadas las numerosas coronas recibidas.
Los restos mortales del inspector llegaron a Granada a primera hora del domingo día 13 de febrero, quedando instalada la capilla ardiente en las dependencias de la Jefatura Superior de Policía, donde miembros de la Policía Armada, Guardia Civil y Cuerpo General de Policía se turnaron en la vela del cadáver de su compañero. Por la capilla ardiente desfilaron autoridades, entre ellas los gobernadores civil y militar, el arzobispo de Granada, el director General de Seguridad, Mariano Nicolás así como infinidad de granadinos, que manifestaron su pésame a los miembros de la policía.
El Director General de Seguridad impondría sobre el féretro de Antonio López Salcedo que estaba cubierto con la Bandera Nacional, la medalla de oro del mérito policial, concedida a título póstumo por el ministro del interior al malogrado inspector de policía.
Durante el traslado del féretro hasta la iglesia donde se celebró el funeral, se entonó varias veces el Cara al sol y su dieron vivas a España, Franco, invocaciones a José Antonio Primo de Rivera y gritos de “menos amnistía y más justicia”, “España si, comunismo no”, “Fuera los traidores y perjuros”, “Eta culpable, gobierno responsable”, así como numerosos vítores a las Fuerzas de la Policía y Guardia Civil.
Antonio López Salcedo, que pertenecía a una humilde familia, llevaba un año en el Cuerpo General de Policía, tenía veintiún años de edad, estaba casado con Julia Espinosa y dejaba una hija de diecisiete meses
Carlos Fernández Barallobre
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