martes, 1 de noviembre de 2022

1993. El asesinato de Anabel Segura; un crimen mediático resuelto por la eficacia y tesón de la Policía Española

Del boletín "Emblema" de noviembre, tomamos esta trabajo de nuestro buen amigo y colaborador Carlos Fernández Barallobre.

El día 12 de abril de 1993, la joven madrileña Anabel Segura, de 22 años, desaparecía misteriosamente cuando hacía deporte, vestida con un chándal, correteando cerca de la urbanización Intergolf de La Moraleja, una zona residencial al norte de Madrid, donde vivía con su familia. Su padre era. José Segura Nájera, director de Lurgi Española, empresa que construía naves industriales. Aquella misteriosa desaparición se convirtió en un suceso de unas proporciones mediáticas enormes. Sin duda la paciencia de la policía y la ayuda de los medios de comunicación, que jugaron un importantísimo papel, al volcarse de forma decidida, buscando la ayuda ciudadana, en busca de pistas, fueron vitales para la resolución de aquel truculento suceso.

Anabel Segura


Tras una larguísima investigación policial, en la que interfirieron incluso videntes, que aseguraban que la joven Anabel Segura vivía, casi dos años y medio después del secuestro, permitieron la localización y captura, el 28 de septiembre de 1995, de tres individuos, dos hombres y una mujer, que resultaron ser los secuestradores.

Ese día los agentes de la Brigada de Policía Judicial de la Jefatura Superior de Policía de Madrid, detenían a Emilio Muñoz, un camionero en paro, y a su mujer Felisa García Campuzano, en el pueblo toledano de Pantoja.

Poco tuvieron que hacer los investigadores, pues el criminal Emilio Muñoz confesó de pleno y explicó dónde estaba el cadáver, que fue recuperado para su inhumación. Además, a la primera pregunta de los investigadores sobre su colaborador, dio el nombre, profesión y lugar de residencia de Cándido Ortiz, del que se desconocía hasta entonces su identidad, y que fue arrestado en su casa de Escalona (Toledo) e igualmente y se derrumbó a la primera de cambio. Por su parte, Felisa García también admitió que fingió la voz de Anabel, suplantando su personalidad, aunque dijo que fue por miedo a su marido.

Según el relato de los tres implicados detenidos aquel asesinato mediático, se produjo de la siguiente manera: El 12 de abril de 1993, lunes de Pascua, Cándido Ortiz, fontanero de profesión y su amigo Emilio Muñoz, que atravesaban una grave crisis económica, decidieron realizar un secuestro a fin de solicitar un rescate y así aliviar sus penurias económicas. Se dirigieron, a bordo de una furgoneta, hacia la elitista zona madrileña de “La Moraleja”, en un día festivo en Madrid, sabiendo que habría poco movimiento de personas, lo que les facilitaría el trabajo, que presumían como fácil. Vieron salir de su casa a una joven, Anabel Segura, de 22 años, que vestida con ropa deportiva y con un “walkman” con sus cascos, realizaba “footing”. La siguieron unos metros y la rebasaron en una de las calles de la urbanización Intergolf, completamente desierta. Detuvieron el vehículo y de él salió un hombre que abordó a la chica, quien opuso seria resistencia, pero fue reducida e introducida entre gritos de auxilio en la furgoneta.

Los gritos fueron escuchados por un jardinero, que trabajaba ese día por casualidad, en el cercano Colegio Escandinavo. El jardinero vio cómo se alejaba una furgoneta de color blanco a la que no pudo leer la matricula pues no llevaba sus gafas puestas.

El empleado avisó de inmediato a la Policía. En los primeros momentos no se descartó ninguna hipótesis –entre ellas la de una fuga voluntaria, algo que quedaría descartado al encontrar la policía en el lugar de la desaparición, la parte superior del chándal y el “walkman” de Anabel, que había perdido en el forcejeo con los captores. Era sin duda un secuestro.

Cándido Ortiz iba al volante de la furgoneta, mientras que Emilio Muñoz se colocó detrás junto a Anabel para exigirle información sobre su familia. La joven les dijo que sus padres estaban fuera de Madrid, por lo que ese día no podrían contactar con ellos. Fue un inesperado y primer revés para sus propósitos delictivos.

Por espacio de seis horas, llenos de nerviosismo y sin saber qué hacer, los captores y su joven presa, circularon por carreteras de Madrid, Ávila, Segovia y Toledo.

A media tarde, por la carretera que conducía a Numancia de la Sagra (Toledo), se dirigieron hacia una fábrica de cerámica ruinosa y abandonada, a fin de esconderse durante unas horas. Sin embargo, el nerviosismo y la brutalidad, unido a su falta de moral y escrúpulos, se apoderaron de ellos. Emilio, al no ver una rápida salida al asunto del cobro del rescate, no teniendo ni un plan, ni infraestructura para mantener a la joven secuestrada, durante días y temiendo que si soltaban a Anabel, esta les denunciaría a la policía, pues les había visto las caras, decidió asesinarla, agarrándola de forma brutal y cobarde por el cuello, desde atrás, estando la joven atada de pies y manos. Tras ello, los asesinos se deshicieron del cadáver arrojándolo a una fosa que había en la propia fábrica en ruinas. Tras el crimen, volvieron a su casa; el fontanero, a Escalona, y su amigo, a Pantoja, donde cenó, como si nada hubiera pasado, con su mujer, Felisa, y sus hijos.

Pero cometieron un error de insospechadas consecuencias. Sin arrepentirse del crimen que habían cometido, ávidos de lograr dinero, comenzaron a simular el secuestro de la joven. Dos días después del crimen, el 14 de abril, Cándido Ortiz llamó telefónicamente a casa de la familia Segura. La llamada, intervenida por la policía, fue contestada por el portavoz y amigo de la familia, el que había sido presidente de la junta de Andalucía, Rafael Escuredo, al que Ortiz solicitó 150 millones de pesetas por la libertad de Anabel. Cándido Ortiz dijo que llamaría en dos días para fijar las condiciones de la entrega del dinero del rescate.

De esa forma, el 16 de abril, ahora la voz de Emilio Muñoz, preguntó a Escuredo como estaba el asunto. Escuredo, por consejo de la policía, dio largas, comunicándole al secuestrador, que era complicado reunir tal cantidad de dinero, esperando tenerla al día siguiente. Escudero solicitó del secuestrador una prueba de que Anabel estaba viva. Incluso, dirigido por los inspectores expertos en secuestros de la Brigada de Madrid y la Comisaría General, Rafael Escuredo preguntó al secuestrador el nombre de la ciudad de Alemania en la que había nacido la madre de Anabel, Sigrid. A pesar de no obtener ni prueba de voz, ni respuesta a la pregunta, Escuredo y el secuestrador Muñoz, fijaron las condiciones de entrega del rescate, a realizar en una zona de Guadalajara, a la que no se presentarían os secuestradores.

Diez días después de esa entrega frustrada, los secuestradores fijaron una nueva entrega para el 6 de mayo sin la presencia de la policía, en la zona de Tarancón (Cuenca). Escuredo dejó la bolsa con el dinero en el sitio fijado y Emilio, aunque estaba cerca, escondido, no se atrevió a recogerla. Cándido, que conducía la furgoneta, escapó del lugar dejando a su compinche tirado.

Hasta el 22 de junio la familia Segura, no volvió a tener noticias de los secuestradores. Escudero recorrió, durante ese tiempo, numerosos platós de televisión y estudios de radio, solicitando a los secuestradores que se comunicasen con ellos.

Incluso ofreció pagar el rescate solicitado a plazos y pidió de nuevo una prueba de vida. Emilio, acorralado y agobiado por esta petición, obligó a su mujer, Felisa, que conocía desde el primer día que su marido estaba relacionado con la desaparición de Anabel, pero que desconocía su asesinato, a grabar una cinta, imitando la voz de Anabel.

La grabación no convenció a la policía, pero aquellas voces de Cándido, Emilio y Felisa eran las únicas pistas con que se contaba. Con aquellas voces, escuchadas una y otra vez, hasta convertirse en una obsesión, llevadas incluso a las cárceles españolas y a un sin fin de confidentes, la policía, calladamente, incluso consultó con la INTERPOL y otras policías europeas, siguió trabajando de forma denodada. Logró limpiarla y comprobó que detrás de la voz de los secuestradores se escuchaban voces de niños jugando, y que decían una palabra muy usada en la zona de Toledo, donde ya se centró la investigación.

Aquellas voces de los secuestradores las emitió en su programa televisivo ¿Quién sabe dónde?, dirigido por Paco Lobatón. El espacio recibió más de 30.000 llamadas y una persona reconoció la voz, asegurando que era la de Emilio Muñoz, un repartidor que vivía en un pueblo toledano con el que acababa de estar y del que aportó además la empresa en la que trabajaba. Gracias a ello se descubrió aquel horroroso crimen.

En la mañana del 6 de octubre de 1995 en el cementerio de Nuestra Señora de la Paz de El Soto de La Moraleja, en Alcobendas, tenía lugar el entierro de los restos mortales de Anabel Segura, tras el secuestro y asesinato del que había sido víctima dos años y medio antes. En primera fila, los padres y la hermana de Anabel, destrozados, seguían el féretro acompañados sólo por familiares y otros allegados. En un discreto segundo plano, se encontraban el grupo de policías que durante todo ese tiempo habían trabajado en el caso. En el rostro de los investigadores también se pudo apreciar, según relató la prensa de la época, una gran emoción.

Cándido y Emilio fueron condenados a 43 años de prisión cada uno y Felisa a algo más de dos años por encubrimiento. Cándido murió en la prisión de Ocaña en 2009, cuando ya había disfrutado de algunos permisos. Emilio Muñoz se benefició de la decisión canallesca del tribunal de Estrasburgo de abolir la doctrina Parot y abandonó la cárcel tras pasar allí sólo dieciocho años.

Carlos Fernández Barallobre.

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