jueves, 23 de marzo de 2023

Respuesta a un filósofo rancio

Nuestro buen amigo, compañero, gran historiador -reiteramos lo de "gran historiador" pues parece ser que a alguno le hizo gracia- y profundo conocedor de la historia policial de España, el Inspector Jefe Martín Turrado Vidal, nos remite este interesante artículo que pasamos a publicar con nuestro agradecimiento.

Comenzaremos (1) por el final, analizando la sarta de insultos, que no es otra cosa, aparecida en una que se dice Tribuna Benemérita. Termina sus citas con la de un autor sobre mentiras inútiles, y verdades dolorosas. En el cuerpo de su artículo (¿), se expande, dando unos consejos, que no sigue en ninguna parte. Sólo un ejemplo: si algo tenía que haber aprendido de Marco Aurelio, es su prudencia y su impasibilidad, cosa que es inútil buscar en su escrito. Por lo cual, sería acertado decirle que “consejos vendo, que para mí no tengo”. Vamos, pues, con verdades dolorosas.

Me acusa repetidamente de mentir, creo que lo hace hasta en doce ocasiones, si no he contado mal, en menos de cuatro folios. Al autor de este infundio le ocurre lo mismo que decía Quevedo de un contemporáneo suyo: “Doctor, don, tú te lo pones/el Montalván no lo tienes/ con que, quitado uno y otro,/ sólo te queda Juan Pérez”. Si le quitamos la “parte filosófica” (folio y medio), las extrañas citas de unos autores a los que no ha leído (¿dónde están la obra y la página de la cita?) y la de consejos (tres cuartos de folio) en un artículo de cuatro escasos, tenemos que queda reducido a una sarta de insultos, es decir a la nada, como Juan Pérez.

Vayamos a lo mollar. ¿Para qué miente el autor del infundio? Miente para salvar el honor, porque el honor es su principal divisa y a él hay que sacrificarlo todo, hasta la honradez intelectual. El adorno con tantas plumas ajenas está sacado de Internet en su totalidad de las webs de citas y frases célebres. No ha leído a ningún autor de los que cita, porque, si los hubiera leído, a alguno de ellos se hubiera abstenido de citarlo. Si esto es mentira, que responda a la pregunta anterior.

El filósofo de pacotilla comienza mintiendo, cuando afirma que me refería un compañero del Cuerpo Nacional de Policía. En realidad no se enteró de que estaba contestando a un coronel de la Guardia Civil. No hay que ir a Salamanca para entender que mis alusiones iban dirigidas a un artículo de éste. La misma madera son los cuerpos de seguridad, a no ser que el autor y el dicho coronel se sientan más militares y no crean pertenecer a ninguno.

Sigue mintiendo, cuando dice el decreto de 4 de octubre de 1835, se refiere a la policía como “inútil y corrupta” y que fue abolida en él. La palabra corrupta no aparece en ninguna parte de ese decreto. La policía se integra plenamente dentro del Ministerio de la Gobernación (art. 2º y 4º del Real Decreto). La inutilidad se refiere al mantenimiento de una jefatura propia para la policía, dado que se iba a proceder a esa integración. Resulta que la policía tenía otra rama: no había quedado abolida del todo. Esa rama fue abolida de nuevo o por primera vez por otro decreto de 2 de noviembre de 1840. El problema es que esa rama no existía como organización: era una red de informantes, confidentes, gente que vendía información y cobraba por ella.


Con tanta filosofía y tanto consejo, no resulta raro ni chocante que nuestro autor ignoto haya carecido de tiempo para leer ni hojear ninguno de los cinco legajos existentes en Consejos Suprimidos y en Diversos del Archivo Histórico Nacional sobre la policía secreta. Por ellos se puede saber hasta a quiénes comisionaron para obtener ciertas informaciones, y a quiénes pagaron por darla. En ambos casos ninguno de estos informantes perteneció a la policía. ¿O es que la Guardia Civil no tiene sus informantes? ¿Esos informantes son por casualidad la crême de la crême de la sociedad o pertenecen, a lo que ciertos autores llaman, “manos pringadas” o manos sucias, es decir, la crême de la crême, pero del hampa? No conozco ningún cuerpo policial en el mundo que no trabaje pagando por información. Pero es más: podía haber leído la excelente biografía de José Zorrilla de Alonso Cortés o la autobiografía del mismo poeta, “Tiempos viejos”. Su padre fue Superintendente General de Policía dos años y medio, supongo que sabría de lo que hablaba, cuando decía dónde buscaba sus confidentes. Nuestro filósofo se muestra muy extrañado de que esta red de informadores se fuera completando y perfeccionando con la experiencia de dieciséis años. ¡Milagro debe considerar que en la policía también aprendamos algo con la experiencia! Es a lo que se refiere el decreto cuando habla de una red “perfectamente constituida y organizada”. Lo grave del caso fue que, en los meses siguientes de 1841, se trató de reorganizar, después de haberla destruido.

El segundo artículo de ese mismo Real Decreto hablaba de organizar el ramo de Protección y Seguridad Pública, del que, ¡oh desdicha!, la misma prensa, que no ha visto ni por el forro, dice que era como se llamaba “a la policía” entonces. Por otra parte, sería nuevamente hasta milagroso intentar organizar una cosa que ya había sido abolida.

Es más, tampoco se ha enterado nuestro filósofo particular de que el mismísimo Don Manuel Cortina, reconoció lo equivocado de las medidas tomadas por ese Real Decreto en una circular, que tuvo un amplio eco en la prensa, del 1 de marzo de 1841. Ya es de lamentar su mala suerte porque en esa circular se alababa así a los celadores de policía: “Los celadores obraban con rapidez; sus trabajos refluían en beneficio del procomunal de un modo bien patente; y, si no, testigos son un sin número de ciudadanos, que han necesitado del ramo de Protección y Seguridad Pública en circunstancias de alguna importancia”.

Ninguna desgracia viene sola. Poco después, hubo un debate parlamentario sobre los presupuestos del Ministerio de lo Interior, y ¿qué se dijo en él? Intervino, mintiendo, un buen conocido del filósofo, del que parece ser se ha convertido en discípulo aventajado: el general Facundo Infante. Afirmó que la policía ya no existía, por la eximia razón de que el ramo de protección y seguridad pública había ocupado su lugar. Dejó de existir por el camino más rápido: cambiándola de nombre. Otro diputado había dicho en una intervención anterior a la suya que ese ramo tan vilipendiado estaba presente en todas las provincias. Los ayuntamientos no proporcionaban al Jefe Político la información necesaria para tomar decisiones correctas. Por esto no se la había podido suprimir. Para más inri, el mismo ministro destacó dos servicios extraordinarios que había prestado.

En ese mismo debate, se dijo que no era posible suprimir los fondos reservados, que ahora pasaron a llamarse “gastos imprevistos”, destinados a pagar “agentes especiales”, no a la policía secreta. Siguieron siendo una partida de los presupuestos del Ministerio. Traducido al román paladino, se le cambió el nombre a la policía secreta por el de gastos imprevistos. Cuarta cosa de la que tan poco se ha enterado nuestro filósofo.

Para variar, aporta algo que demuestra lo profundo de sus investigaciones. Según él, la Gazeta de Madrid, “fue una publicación periódica oficial desde 1667 hasta 1936”. He leído muchos ejemplares de la Gazeta, algunos números sueltos del siglo XVIII, pero, desde 1812 hasta 1844, no me he perdido, creo, ninguno. No me había enterado de esta “verdad oficial”. Había una razón que exculpa mi ignorancia: en esta etapa era un periódico normal como los otros, con los que, a menudo, entraba en polémica. Un solo ejemplo: cuando creyó que otro periódico titulado “El Soberano” había interpretado mal el decreto del 2 de noviembre de 1840, le respondió. (Curiosamente, casi dos siglos después se sigue lo mismo). No tuvo reparo en publicar lo siguiente: “Cabalmente, se ha verificado todo lo contrario, pues por decreto de 2 de Noviembre anterior ha sido abolida la policía secreta, prohibiendo al mismo tiempo hacer ningún gasto con tal objeto; pero según el espíritu del citado decreto, latamente explicado en la exposición que le precede, se conserva la policía pública, dedicada única y exclusivamente a la protección de los ciudadanos, reprimiendo los delitos y persiguiendo los criminales, sin que se consienta bajo otra forma, ni emplearse en espías, etc.” ¿No sería raro que esos espías estuvieran en su plantilla?

Para hacer “una serie de afirmaciones, sin aportar ni una sola prueba, ni un solo dato, sin citar ni una sola fuente”, como afirma nuestro filósofo, creo que el fundamento de mi respuesta demuestra que hay demasiadas cosas de las que no se ha enterado entre las que están pruebas, datos, y multitud de fuentes. Tal vez no las tenga en cuenta nuestro peculiar filósofo, porque resulten ser verdades dolorosas.

Afirma con solemnidad, propia de un célebre grabado de Goya, que la policía fue creada en 1908. La rama de Vigilancia, pequeño detalle se comenzó a llamar así en 1852 y el Cuerpo de Seguridad, en 1877, cuando se le cambió de nombre al Cuerpo de Orden Público en Madrid. Pero, ni este cuerpo, ni la policía tuvieron competencias en materia de orden público hasta la creación de las Secciones de Asalto en 1932, salvo en el revisionismo histórico evidente hecho por nuestro filósofo. Es más, si se creó en 1908, no estaría de más que explicara qué sentido tenía prever un examen de continuidad para los miembros del Cuerpo de Vigilancia como se hace en el artículo 6º de la Ley de 27 de febrero. ¿O es que pretende dar lecciones sin leer siquiera esa ley? ¿O es mentiroso pensar que a los policías que estaban ejerciendo se les sometió a un examen de aptitud para el que se estableció el correspondiente temario y se publicaron libros desarrollándolo? ¿Eran ya policías los que se examinaron o lo fueron solamente después?

Antes de entrar en el siguiente tema quiero hacerle una aclaración. No tengo ningún miedo a entrar en el de la politización de la policía. Tengo pruebas, datos, y multitud de fuentes para sostener esa polémica. Si quiere, puede probarme, y lo comprobará. Le anticipo que lo pueda salir, le va a ser poco agradable. Por mí, puede seguir adelante.

Tampoco yo voy a entrar en la politización de la Guardia Civil. Pero claro, que su fundador fuera un civil tan destacado como Narváez, y que otros tan destacados como él, léase O´Donnell, Serrano, Espartero, Prim, ocuparan el poder político durante tanto tiempo, fue la señal más inequívoca de que los militares permanecieron impasibles en sus cuarteles durante todo el reinado de Isabel II y de que no politizaron nada de lo que tocaron, incluida la Guardia Civil. No es de extrañar que con estos civiles tan destacados al frente del gobierno de la nación la policía tuviera mucho que perder, pero tampoco la disolvieron. De hecho, cuando Narváez volvió a la presidencia del Consejo de Ministros el año 1856, lo primero que hizo fue reestructurar la policía. Fue la llegada del anarquismo quien la puso en valor. Y entonces fueron los militares los que lo hicieron, especialmente Cánovas y Sagasta. ¿O he terminado contagiado por tanta basura de su respuesta, ínclito filósofo?

Terminar mandándome callar es el Everest de su alegato. Mandar callar al que opina de otra manera, es considerar al interlocutor inferior al que está hablando, es la muestra más excelsa de no tener razón y sí, un grandísimo complejo de superioridad o, lo que es mucho peor en este caso, de ciencia infusa. No seré yo quien le diga que se calle. Mientras siga demostrando que no sabe comentar textos históricos – en los que interpola palabras que no existen en original-, es mucho mejor para la policía, que siga escribiendo. A lo mejor, alguien leyéndole, le aplique aquel dicho de Bartolo, el personaje ideado por Molière en “El Médico a palos”: “Usted no sabe latín, y por consiguiente, está dispensado de tener sentido común” (traducción libre de Leandro Fernández de Moratín).

Notas:

(1) Respondo tarde y mal a este artículo de Tribuna Benemérita, porque me acabo de enterar de su existencia por un amigo que amablemente me lo envió. Que contenga esos ataques tan exagerados contra mí, motiva que no pueda permanecer en silencio. “Verba volant, scripta manent”. Cuando se cuestionan mi honorabilidad y mi honradez intelectual, sería admitir que el único honor que existe es el suyo. Debe aprender a distinguir entre opiniones y personas. Lean los lectores el artículo de marras, y opinen por sí mismos: https://www.tribunabenemerita.es/index.php/actualidad/opinion/3184-filosofando-sobre-el-bicentenario-de-la-polic%C3%ADa-nacional.html

Martín Turrado Vidal.

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