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domingo, 12 de noviembre de 2023

¿Qué es vocación policial?

Nuestro buen amigo el Comisario en Reserva de la Policía Nacional de Colombia, Fernando García Fernández, nos remite este interesante trabajo.

Cuando se acaba la etapa escolar, los adolescentes se encuentran en una de las etapas más cruciales de sus vidas, pues le ha llegado la hora de elegir a que se dedicarán por el resto de sus vidas, sin embargo, algunos creen que solo deben escoger una profesión, sin darle la importancia adecuada a su vocación, para otros, esto no es problema, ya que creen que vocación y profesión significan prácticamente lo mismo, probablemente si les preguntan cuál es su vocación, su respuesta automática sería: “Ser ingeniero, médico, comunicador, abogado, etc.”; pero estas respuestas no son del todo correctas, puesto que vocación, profesión y ocupación no son lo mismo.

¿Qué es vocación y cuál es su importancia?

Etimológicamente, el término vocacional, se caracteriza por un doble significado, proveniente del latín, “vocatio-onis” que significa “llamado” y “voz”. Esta etimología influye en el significado dual del concepto vocacional, ya que, por un lado, puede emplearse como el llamado externo al sujeto; y por otro, como la inclinación personal, lo cual se refiere a la “voz” que lo guía hacia determinada tarea. Por lo tanto, la vocación es un concepto que implica motivos e intereses que orientan a la persona a aquello que quiere hacer en la vida, y se construye a lo largo de ella, por medio del reconocimiento de capacidades, fortalezas y debilidades.

Dice el presbítero Jaime Balmes en El Criterio que “cada cual ha de dedicarse a la profesión para la que se sienta con más aptitud”, puesto que “un hombre puede ser sobresaliente, extraordinario, de una capacidad monstruosa para un ramo, con respecto a otros”, y que “la perfección de las profesiones depende de la perfección con que se conocen los objetos de ellas”.

Cierto es todo esto, y necio sería pensar lo contrario y más aún afirmarlo, puesto que bien sabido es tal aserto. De ahí que el Policía, a más de humano, como luego veremos, ha de ser práctico, y tiene que estar convencido de que su misión conduce a un fin superior por redundar en beneficio de los demás, por tender a salvaguardar las vidas y bienes de quienes pusieron en él su confianza. Pero es que para poder estar persuadido de que su misión es y merece calificarse de superior, ha de conocerse a sí mismo, ha de poseer unas virtudes específicas que le den fuerza en su tarea y le induzcan a proseguir por el camino que se trazó: tiene que contener, mitigar sus pasiones e incluso olvidar sus necesidades cuando éstas están a punto de vencerle.

No sabemos si se habrá analizado antes de ahora al Policía como ente humano, si se habrán desintegrado todos sus componentes; si se habrá hecho la disección de su entidad espíritu-corpórea desde el punto de vista de separar su alma del ser físico, y si, en fin, se habrá escudriñado en los más escondidos estratos de su conciencia para presentarle cual es, o debe ser, en un estricto sentido de imparcialidad y de justicia. Si no es así, me daría por contento con conseguir hacerlo a través de este artículo, no por ser el primero sino por poner de relieve ciertas verdades, ya que verdad es la realidad de los hechos, y el conocerla es condición precisa para juzgarla con ecuanimidad a las personas o cosas.

Partiendo de esto, de que el Policía ha de reunir un conjunto de condiciones que llamaremos virtudes, hemos de analizar las mismas por separado, pero antes tenemos también que enumerarlas por el orden que creamos más acertado: el Policía ha de tener VOCACIÓN, ha de ser idóneo para el cargo que desempeña, poseer espíritu de sacrificio y de cuerpo, estar convencido de lo loable y humanitario de su labor y, sobre todo, ha de tener personalidad y carácter, diremos, dominio de sí mismo para imponerse a los demás, cuando sea necesario ejercer la autoridad constitucional y legal que se le ha delegado.

Una vez hecha esta enumeración, pasaremos a analizar por separado las condiciones que deben concurrir en aquél que elija la difícil y arriesgada carrera policial.

VOCACION POLICÍAL

El buen Policía puede nacer siéndolo ya, por poseer cualidades instintivas que le hagan pensar como tal, investigar, tratar de averiguar lo indescifrado; pero no es menos cierto también que el buen Policía se hace en el curso del tiempo, con trabajo, con perseverancia, con ilusión. No todos son buenos Policías, en el estricto sentido de la palabra, desde el primer momento en que se escoge dicha profesión. Influyen multitud de circunstancias, infinidad de motivos en la formación de la conciencia profesional. No todos van a la Policía con la ilusión que ésta requiere de sus miembros, ni todos conservan el entusiasmo inicial en el devenir de los días.

La inclinación duradera hacia un arte, profesión u oficio, es claro indicio de que aquél que la siente tiene vocación para ello, y esa inclinación es casi seguro que implica aptitud para su desempeño. Así vemos cómo algunos genios, desde su más tierna infancia, dieron muestras de lo que luego habían de ser, incluso, en ocasiones, a despecho y contra la voluntad de quienes se encontraban con fuerza moral para imponerles la norma a seguir en el camino de sus vidas.

Y si en las artes y en los oficios es precisa la vocación, la inclinación constante; si en las distintas profesiones, para obtener el máximo rendimiento es necesario que quienes se dediquen a ellas lo hagan en cuerpo y alma, la misión policiva exige la atención permanente, la perseverancia y la observación de que sólo son capaces quienes sienten verdadera vocación.

Pero no es imprescindible que esta vocación se manifieste en la más tierna edad: puede surgir por un hecho esporádico, por una acción casual. Es en la simple desaparición de un objeto cualquiera en la casa en que se vive o en el lugar en que se trabaja, donde, al tratar de hallar aquel objeto y de averiguar quién lo hizo desaparecer, la inteligencia del futuro investigador se pone en movimiento y despliega su actividad creadora para conseguir descubrirlo.

Da pruebas de su talento para tales menesteres, indaga, pregunta, relaciona unos detalles con otros, y hasta el más insignificante por menor no se le escapa a su percepción, consiguiendo, por último, ver claro. Es lo llamado en medicina “ojo clínico”, la perspicacia, la intuición que se manifiesta en el Policía en principio como una revelación de su modo de ser. Talvez de no haberse producido cerca de él ese hecho casual, hubieran continuado ignoradas sus aptitudes, perdido su talento investigador en un trabajo insignificante al que no estaba destinado, consumiéndose en una tarea para la cual no había sido creado.

En balde será tratar de conducir el cauce de un río por otro distinto a aquel por el cual discurre normalmente, puesto que la formación del terreno le llevará, por último, a parar al mismo lugar. No basta con poner diques ni formar presas que lo detengan; luego salta esos diques, rebasa esas presas y continúa después hasta llegar al mar, porque ese es su fin y nada ni nadie lo detendrá. Y ello es así porque al discurrir por el cauce normal cumple la misión para la cual se le creó. Del mismo modo todo hombre, ineludiblemente, tiene un cometido que desempeñar, un fin que alcanzar, una obra que realizar, y el ir contra sus inclinaciones cambiar su destino.

La vocación, en algunas carreras o profesiones, puede, incluso, conducir al logro de un mejor vivir, a conseguir la fama, a obtener galardones, a encumbrarse en los más altos puestos o a pasar a la posteridad por la calidad de las obras de todo género que se realicen según se trate de un ingeniero, de un físico, de un político, de un médico, de un pintor o de un poeta, o de tantas y tantas actividades humanas.

Pero es que la vocación en el Policía, la vocación que le lleva a ser lo que es, talvez sólo le reporte, cuando más, el reconocimiento efímero de las personas que reciben un beneficio con su actuación, o el odio de quienes caen bajo el peso de la ley a causa del decidido empeño de aquél en averiguar la verdad. Esa vocación le hace experimentar horas de febril actividad, de desazón y hasta de peligro, sin que su nombre pase a la posteridad ni su obra se ensalce, ni su trabajo se recompense, de tal modo que pueda mirar el porvenir con la tranquilidad de aquellos que tienen cubiertas sus necesidades presentes y futuras.

Por eso la vocación del Policía ha de ser más firme, más sincera, más “vocacional” si se quiere, que la que mueve a otras personas a seguir un camino determinado. Bien es verdad que no todos los grandes hombres aspiraron a la fama por alcanzar renombre, ni dedicaron sus vidas a la ciencia por obtener una compensación económica.

El altruismo y el desprendimiento no son nada nuevo ni insólito. Pero es que esos sabios que dedicaron su vida a la ciencia con toda clase de renunciaciones, al fin y a la postre alcanzaron el premio no esperado o deseado deja de ser justa recompensa a su tesón y a su perseverancia: el del logro de obras magníficas que los demás hombres ensalzan justamente y sitúan en el lugar de honor que les corresponde entre las creaciones humanas.

Mas esos otros protectores de la humanidad, esa generación de luchadores que se denominan Policías, ¿alcanzan al fin justa recompensa a su labor callada, sin estridencias de propaganda, a su tesón y a su perseverancia? Hay que reconocer que no. Viven y mueren en el anonimato, sin honores populares y muchas veces sin reconocimientos oficiales, sin recompensa material, con agobios económicos, pobres cuando por ellos muchos recobran sus fortunas; desconocidos, cuando gracias a ellos, a su arrojo, a su constancia en perseguir el delito, se logra mantener la tranquilidad de los países, cercenar la acción delictiva, evitar la impunidad de los delitos perpetrados y prevenir la realización de otros.

Que no se diga que al Policía puede moverle apetencia de índole material al elegir su profesión. La altura de su misión no está paralela en ningún caso con sus ingresos.

Muévele otras aspiraciones al elegirla, ideales más elevados, inducciones más fuertes e irrefrenables que se compendian en una sola palabra: VOCACIÓN. Por eso, precisamente, la misión policial tiene un signo de ofrenda, un signo de entrega, si se quiere.

No es que el Policía, por el mero hecho de experimentar esa vocación irrefrenable, deje de ser humano; todo lo contrario, siéntese más hombre aún, más componente de la gran colectividad, de sus inmensos defectos y con sus sublimes virtudes, porque ha de observar, percibir el aliento de todas y cada una de las diferentes circunstancias y caracteres con que se presenta esa humanidad de la que él mismo es una minúscula parte.

El Policía no es ni debe ser un insensible, en el sentido de estar ausente de las realidades, como no lo fueron ni lo son los grandes hombres que trabajan calladamente en el laboratorio, o el aula o el estudio. La vocación necesita también del estímulo, porque si no, al no sentirse recompensada dignamente, la desidia puede implantarse donde antes sólo surgían ideas creadoras y sentimientos generadores de actividad.

Vocación y responsabilidad van unidas en el Policía. De nada le serviría pretender apartar una de otras. Todos sus actos, su vida particular, incluso, son discernidos, pasados por el tamiz del juicio colectivo. Cuando fracasa, nadie se acuerda de sus éxitos anteriores, y cuando triunfa, únicamente se le achacan a la casualidad o al conjunto de circunstancias favorables que habrían llevado al mismo resultado o a cualquier otro que no fuera él.

No, esto no es cierto. Para llegar a dominar su profesión, precisó poseer antes unas condiciones nada comunes, espíritu de sacrificio, espíritu de cuerpo y perseverancia sin desmayos: necesitó estudiar en los libros y leer en las páginas de la vida, forjarse a sí mismo, ir modelando poco a poco sus aptitudes e inclinaciones a abrazar, también, los pormenores de la ejecución. Fomentó una inspiración constante y duradera, siguiendo paso a paso los dictados de su conciencia; y el fruto de esta perseverancia, de ese tesón, de ese laborar, es la consecución del servicio. Sin esa vocación, sin esa fe y sin ese entusiasmo, sin esos conocimientos adquiridos en el transcurso del tiempo, posiblemente el delito quedaría ignorado y el delincuente sin castigo. No se achaque a hecho casual lo que es resultado de la entrega absoluta de unos hombres a una profesión que, por tener como fin la salvaguardia de unos intereses que son consubstanciales con la especie humana, merecen ser calificados de bienhechores de la humanidad.

Quizá el no valorar debidamente la labor de la Policía sea motivado por el desconocimiento de la verdad sobre la misma, puesto que el pensar bien consiste: “O en conocer la verdad o en dirigir el entendimiento por el camino que conduce a ella”, según Balmes.

Eduquemos a los demás. Conduzcamos por este camino a quienes nos desconocen, y llegaremos a conseguir que se nos estime y califique conforme a nuestros méritos y cualidades, porque la verdad, precisamente por serlo, resplandece y se abre paso, en última instancia, entre las tenebrosidades de los espíritus ofuscados.

Más para imponer esa verdad, para que el Policía se sitúe en el lugar que le corresponde, precisa estar convencido de su propio valor, de que su misión es noble, altruista, superior, y amar a la profesión que abrazó por imperativo de su conciencia, pues de otro modo fracasaría no sólo en sus obras, sino en su propio subconsciente, arrastrando consigo una vida de desilusiones que le harían consumirse en una tarea para la cual no había nacido.

Fernando García Fernández
Comisario (RP)

Fuentes web consultadas

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