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viernes, 15 de septiembre de 2023

Prolegómenos del magnicidio de Carrero Blanco (II)

Del boletín "Emblema" de septiembre, tomamos este artículo, continuación de uno anterior ya publicado, firmado por nuestro amigo y compañero el Inspector Jefe Eloy Ramos Martínez.

Creo necesario comenzar este relato con una cita de William Egan Colby, nombrado por el presidente Richard M. Nixon director general de la CIA en septiembre de 1973 y que lo sería hasta enero de 1976.

Almirante Carrero Blanco

La cita en cuestión fue ésta: “Estados Unidos tiene derecho a actuar ilegalmente en cualquier región del mundo, a espiar y acumular información sobre otros países, y a realizar operaciones como la intromisión en los asuntos internos de Chile.” Nadie le obligó a desdecirse.

Recordemos que la intromisión en Chile consistió en derrocar al presidente de aquel país.

Es preciso señalar que entre los primeros posibles interesados en que el almirante Carrero desapareciera de la política española, y que comprobaron el nivel de seguridad del almirante, se encontraban los Servicios Secretos norteamericanos y, obviamente, la CIA. Esto queda demostrado por el viaje a España del entonces vicepresidente de los EE. UU. Spiro T. Agnew que tuvo lugar el 17 de julio de 1971.

En la fecha indicada comenzó la visita oficial a nuestro país del vicepresidente norteamericano. Llegó a Barajas procedente del Congo – Kinshasa siendo recibido por el vicepresidente Carrero y por el ministro de Asuntos Exteriores, Gregorio López Bravo, entre otras personalidades. Visitaría a Franco y se entrevistaría con el entonces Príncipe de España, Juan Carlos de Borbón y también con el almirante Carrero.

Previo a la llegada del vicepresidente norteamericano, lo hicieron los miembros de su seguridad personal, funcionarios del Servicio Secreto, la CIA y el FBI que inspeccionaron los locales del edificio de la Vicepresidencia del Gobierno que iba a visitar Agnew. El jefe del dispositivo de seguridad, un tal Soliman, tras recorrer las dependencias que visitaría su jefe, requirió del personal de Vicepresidencia que le indicaran cómo estaba establecida la seguridad del almirante Carrero Blanco.

Henry A. Kissinger

Cuando Luis Acevedo, secretario particular del almirante le indicó que los efectivos humanos que velaban por la seguridad de aquél eran dos policías armadas de guardia en la puerta el edificio y el comisario Herrero o el inspector Bueno que se turnaban en la escolta diaria, alternándose ambos, Soliman los miró con una especie de asombro y conmiseración dibujada en su mirada y les indicó que la seguridad seria cosa de él.

Naturalmente los funcionarios españoles reaccionaron a la muy hispánica manera: “¿Qué se habrán creído estos americanos? Y luego les matan al presidente, a su hermano y al negro aquel (por Martin Luther King).

Debo señalar que Joaquín Bardavío, en su obra “Crónica de la Transición. 1973 -1978” señala que la visita de Spiro Agnew tuvo lugar el 17 de julio de 1972, lo mismo que Juan María de Peñaranda en la suya “Los Servicios Secretos de Carrero Blanco”, que seguramente sigue a Bardavío. Por la prensa de la época se puede comprobar que ocurrió realmente en la que indico, el 17 de julio de 1971.

La tal visita, que solo duró dos días con carácter oficial, aunque el vicepresidente permaneció en España con carácter privado varios más, despertó expectación entre el público español por el despliegue policial que le acompañaba y las extraordinarias medidas de seguridad que se desarrollaron por donde pasó. Llamaban la atención las precauciones que tomaban los casi ciento cincuenta policías, el sistema de comunicaciones (Washington sabía en cada momento dónde estaba el vicepresidente), la prohibición de aparcar vehículos cerca de donde se hallara, la instalación del teléfono directo con la Casa Blanca etc.

También en Portugal, etapa siguiente del periplo europeo del vicepresidente, despertó la misma curiosidad, aunque la gente allí se sintió francamente molesta con la actividad de los policías de la escolta de Agnew.

Hay que decir que el Departamento de Estado USA elaboró un duro informe sobre la ineficacia de los Servicios de Información españoles. El informe de los expertos de Washington fue demoledor.

Llegados a este punto hay que señalar que durante el régimen de Franco, en cuanto a la seguridad personal de los miembros del Gobierno, excepción hecha de la que atañía al Jefe del Estado y, desde su nombramiento como sucesor a título de Rey, al príncipe Juan Carlos, en España no se puede decir que existiera tal servicio policial.

Es necesaria una explicación: la Brigada de Escoltas la componían cincuenta hombres para prestar el servicio a todos los miembros del Gobierno (unos veinte) incluido el vicepresidente y, desde 1973, presidente. Cuando alguno de ellos se desplazaba a provincias le acompañaba un inspector y una vez allí la comisaría provincial respectiva añadía dos funcionarios con otro vehículo. Se trataba más de un servicio de protocolo que de seguridad propiamente dicha.

J. Ignacio Múgica Arregui

Esto fue así desde la década de los cuarenta y nadie se extrañaba de ello pues no había precedentes de atentados dignos de ser tenidos en cuenta.

Digamos que Carrero, si no llovía, tenía por costumbre ir a su domicilio al salir del despacho sobre la dos de la tarde, andando por el bulevar peatonal de la Castellana. El coche de escolta iría cerca, pero él iba a pie.

También en su despacho de Castellana 3 era perfectamente visible desde uno de los hoteles situados en la acera de enfrente, tales como el Fénix o el Sanvy, y, por tanto, absolutamente vulnerable, pues desde alguna de sus habitaciones podían alcanzarle fácilmente con un rifle. Cuando alguien se lo hizo saber respondió algo así como que “La vida de un hombre está en manos de Dios”, pero no tomó ninguna medida.

Además, todos los días entraba en el palacio de Vicepresidencia un camarero de una cercana cafetería que llevaba una taza de café para el vicepresidente, sin comprobación alguna, lo que podía facilitar, por ejemplo un envenenamiento.

Y también se puede recordar que Carrero tenía la costumbre, en sus ratos de ocio, de pasear sólo por los Jardines del Moro, en Madrid, o ir con su esposa al cine. Asimismo pasaba parte de sus vacaciones en El Escorial, lo que hizo entre 1942 y 1973.

Y, para más inri, digamos que de manera invariable, en el mes de septiembre – y, obviamente también en 1973, aunque por última vez -el Gobierno celebraba un Consejo de Ministros en San Sebastián, donde la banda etarra que presuntamente asesinó al almirante, tenía todo a su favor para el atentado: la infraestructura, el terreno conocido, simpatizantes, logística, paso de la muga facilísimo etc. pero prefirió hacerlo en Madrid, una gran capital que no conocía, un barrio, el de Salamanca, con varias embajadas y el consiguiente servicio policial y realizarlo de la manera más difícil, con un explosivo casi inerte.

También es importante recordar que en las fechas del magnicidio de Carrero estaba prevista la llegada a España de Henry Kissinger, a la sazón secretario de Estado norteamericano.

Pero con respecto a esta visita de dicho secretario, que también era primer ejecutivo del NSC (Consejo de Seguridad Nacional), hay que decir lo siguiente:

Kissinger había sido el autor de la reunión prevista para el 21 de diciembre en Ginebra entre los combatientes de la Guerra del Yon Kipur que asolaba Oriente Medio en aquel año, y a este acontecimiento se subordinarían todos los demás. Oficialmente convocaba la ONU a instancias de la URSS y USA. Ello modificó la tournée de Kissinger en lo siguientes términos.

Lo previsto para Portugal (reunión el 20 en Lisboa) se adelantó para el 17, y se prologaría hasta mediodía del 18. Hay que decir que la decisión la tomó en vuelo el domingo 16.

Además había de estar en París para la entrevista con el vietnamita Le Duc Tho el 20 y esto era intocable. Ante eso la visita a Madrid prevista para los 21 y 22 se cambiaría para el 18 y 19.

Naturalmente se informó a las autoridades españolas, pero como no había prensa los lunes, la noticia se supo a nivel de calle el mismo día de la llegada, o sea el martes 18.

Y en ese momento, en la noche del domingo 16, José Ignacio Múgica Arregi “Ezkerra” informó al comando de asesinos del cambio de fecha del atentado, “por un problema técnico” se retrasaba para el 20.

Tras las entrevistas con Franco, Carrero, López Rodó, y el entonces Príncipe de España, Juan Carlos de Borbón, el 19 por la mañana Kissinger fue a la embajada norteamericana. Allí el director de la CIA tenía un aviso urgente para el embajador Horacio Rivero. Kissinger debía abandonar España lo antes posible. Sorprendentemente para todos, salió en vuelo de Barajas a las 16 horas, lo que resultaba a todas luces incomprensible.

En la residencia del embajador estaba desde el día anterior William E. Nelson, director adjunto de la CIA que normalmente no salía de Langley (Virginia) salvo caso de gran necesidad.

Las prisas de Kissinger fueron, como se dice, sorprendentes. La excusa oficial fue que se le habían amontonado las entrevistas, lo que era cierto para el dia 20 pero no para el 19. La tarde y noche de ese día las tenía absolutamente vacías.

Kissinger era además de secretario de Estado, presidente ejecutivo del Consejo Nacional de Seguridad que controlaba a todas las Policías y Servicios secretos de Seguridad norteamericanos, tanto civiles como militares. Por lo tanto tenía que estar al cabo de todas las operaciones de importancia de cualquiera de ellos.

La casualidad hizo que se correspondiera con la agenda etarra la variación de la visita.

Eloy Ramos Martínez.

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