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miércoles, 30 de agosto de 2023

El asesinato de Eduardo Dato: ¿un error en el dispositivo de seguridad?

Como en otros muchos episodios oscuros de nuestra historia reciente, el asesinato del Presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato Iradier, a manos de unos anarquistas en marzo de 1921, sigue pendiente de ser aclarado en su totalidad, al menos para llegar a conocer la totalidad de los implicados, tanto a nivel intelectual como logístico, en esta trama criminal.

Hay demasiados puntos oscuros en esta historia. Eduardo Dato era molesto para muchos. Tal vez para mejor conocer uno de los orígenes de este atentado habría que retroceder en el tiempo y situarnos en 1914 cuando España, con Dato como presidente del Gobierno, descartó nuestra posible participación en la I Guerra Mundial (1914-1918), manteniendo la neutralidad, pese a las presiones, tanto interiores como exteriores que exigían ponernos del lado de Francia, sin contraprestación alguna, en este grave conflicto internacional. Aquella actitud no gustó en determinados círculos, inclusos intelectuales, que, tal vez, tuviesen a la postre algo que ver en la trama del atentado que le costó la vida.

El atentado contra Eduardo Dato (Le Petit Journa)

Por otra parte, la siempre complicada situación española en su gestión de la parte que se le había asignado en el reparto del protectorado marroquí, la más pobre y belicosa de todo el territorio, en beneficio de Francia que se había quedado con la zona más rica y productiva y que, tras resultar victoriosa en la gran guerra, ya tenía su mirada puesta en una posible incorporación de Tánger; incluso, no se debe pasar por alto la actitud observada por la oposición de izquierdas en el Parlamento -republicanos y socialistas- que, tras el asesinato del Presidente, permanecieron sentados en la larga ovación que, todos los demás Diputados puestos en pie, tributaron al recuerdo del político asesinado. Demasiados puntos oscuros que, sin embargo, se convierten en una especie de constantes en los demás magnicidios cometidos en nuestra Patria, amén de en otros episodios oscuros de nuestra historia, incluso más recientes, que siguen pendientes de ser aclarados.

La situación en España a comienzos de los años 20 del pasado siglo se podía calificar de caótica, especialmente en materia de orden público. A las constantes huelgas salvajes y violentas algaradas callejeras había que sumar la actuación de los pistoleros anarquistas que operaban con impunidad por todo el territorio nacional, especialmente Barcelona, asesinando a clérigos, policías y empresarios; el problema en el Protectorado de Marruecos empeoraba, aunque todavía faltaba lo peor por llegar, y la situación socioeconómica, heredada del final de la gran guerra, afectaba profundamente a todos los estratos sociales de nuestra Patria.

Sobre el espinoso tema del protectorado marroquí es muy importante resaltar que la gran ofensiva de Abd el-Krim, llevada a cabo en julio de 1921 y que concluyó con el llamado “Desastre de Annual”, tal vez no hubiese alcanzado los dramáticos resultados que alcanzó finalmente en el caso de que Dato siguiese al frente del Gobierno.

Las elecciones generales celebradas el 19 de diciembre de 1920, habían dado el triunfo, con una mayoría aplastante, al Partido Conservador, obteniendo el 54,77% de los votos, con un total de 224 escaños, seguido del partido Liberal con 119 representantes y de otros partidos minoritarios, Regionalista (15), Reformista (9), Republicano (8) y el Partido Socialista Obrero Español, totalmente testimonial, que, con el 0,98% de los votos escrutados, había logrado cuatro escaños, dos menos que en la cita electoral anterior.

En este escenario, en la tarde del 8 de marzo de 1921, cuando salía del Senado en un vehículo rápido militar sin escolta, fue asesinado el Presidente del Consejo de Ministros, el coruñés Eduardo Dato Iradier, a manos de tres terroristas de filiación anarquista que atentaron contra el político en la madrileña Plaza de la Independencia, sin que el servicio de protección y contravigilancia establecido por efectivos del Cuerpo de Vigilancia, en determinados puntos del habitual recorrido del Presidente, pudiera evitarlo.

Los impactos en la parte trasera del vehículo en el que viajaba Dato

El atentado sufrido por el Presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato, vino a poner de manifiesto las grandes carencias que afectaban a los Cuerpos integrantes de la Policía Gubernativa -Vigilancia y Seguridad-, poniendo el punto de mira sobre ellos que, una vez más, fueron señalados como únicos responsables de lo sucedido sin que realmente lo fuesen.

Una prueba de ello la encontramos en los diversos comentarios vertidos por la prensa de la época aquellos días. El ABC, por ejemplo, en su número correspondiente al 9 de marzo, día siguiente a producirse el magnicidio, inserta un comentario en el que alude a la notable falta de medios de que disponía la Ronda del Presidente o lo que es lo mismo el servicio de protección asignado a Eduardo Dato, señalando que «toda la buena voluntad, todo el deseo y el entusiasmo de la Ronda del Presidente, se estrella ante la escasez de medios con que cuenta».

Sin duda, tal aseveración era del todo cierta ya que existe constancia de que en fechas anteriores al atentado, el Jefe de la Ronda del Presidente había expuesto al Subdirector General de Seguridad la necesidad de reorganizar el servicio, pues si bien el número de efectivos destinados a proteger el domicilio de Eduardo Dato podría considerarse suficiente, incluso excesivo, no así el encargado tanto de su escolta dinámica como de verificar las contravigilancias y la protección del itinerario por el que transitaba, a diario, el Jefe del Gobierno camino de su domicilio.

A tan fundada queja que, por supuesto no fue atendida, había que unir las informaciones relativas a las amenazas contra la vida del Presidente que circulaban por Madrid y de las que eran conocedores los efectivos del Cuerpo de Vigilancia que, pese a todo, tampoco fueron tomadas en consideración por el Ministro de la Gobernación.

Por lo que se sabe, el rumor de que Eduardo Dato podía ser objeto de un atentado corría de boca en boca por todos los mentideros de la Capital, circunstancia esta que debería haber puesto en alerta a las autoridades del Ministerio de la Gobernación, algo que no sucedió.

Hay que considerar que los Presidentes del Gobierno de España constituían un objetivo prioritario para el elemento anarquista, una buena prueba de ello son los magnicidios cometidos con anterioridad sobre predecesores de Eduardo Dato: Antonio Cánovas del Castillo (Mondragón, 8 de agosto de 1897) y José Canalejas (Madrid, 12 de noviembre de 1912), incluso Juan Prim (Madrid, 30 de diciembre de 1870), aunque en este caso la autoría es diferente.

Es verdad que el modus operandi fue distinto en casa caso, sin embargo, las lecciones aprendidas deberían haber servido para extremar las precauciones y, sobre todo, incrementar los medios tanto humanos como materiales con que dotar tanto a la Ronda del Rey, como a la del Presidente, algo que, desde luego, no se hizo.

Pero sigamos de nuevo con la situación real del despliegue de la escolta del Presidente. En este punto, recurrimos nuevamente al ABC quien, en el mismo artículo al que nos hemos referido, prosigue describiendo lo limitado del dispositivo de protección presidencial en la misma jornada del atentado: «Para vigilar el trayecto como el que hay que recorrer desde el Senado hasta la calle Sagasta -no acertamos a comprender la relación del trayecto descrito con la calle Sagasta, toda vez que el domicilio de Eduardo Dato lo tenía fijado en el inmueble nº 1 de la calle Olózaga, lo que justifica el itinerario descrito por el vehículo, incluso el despliegue del Cuerpo de Vigilancia a lo largo del recorrido- había ayer cinco policías distribuidos de la siguiente forma: uno, a la puerta de la Alta Cámara; otro, en la calle del Arenal; otro, en la Puerta del Sol; otro en Cibeles y el último en la puerta del domicilio del Sr. Dato».

El vehículo del Automovilismo Rápido Militar (ARM-121) en el que viajaba Dato en el Museo del Ejército de Toledo


Si no consideremos los dos policías situados en la cabeza y cola del itinerario por tratarse de servicios de carácter más estático, nos encontramos que a lo largo del recorrido tan solo se hallaban desplegados tres miembros del Cuerpo de Vigilancia. Este despliegue, tan mermado de personal en un itinerario tan largo -algo más de dos kilómetros-, cubierto de calles adyacentes que permitían la ocultación y posterior huida rápida de los posibles atacantes, deja bien a las claras su escasa, cuando no nula, efectividad como quedó puesto de manifiesto el día de la comisión del magnicidio, al carecer de una mínima capacidad de reacción.

Consideremos el primer tramo desde la plaza de la Marina Española, sede del Palacio del Senado, al principio de la calle Arenal en su confluencia con la plaza de Isabel II. Por lo que sabemos el vehículo discurrió por las calles Encarnación, Arrieta y plaza de Isabel II. A lo largo de ese trayecto no se estableció ningún puesto de vigilancia.

En el segundo tramo, desde el inicio de la calle Arenal hasta la Puerta del Sol, tan solo uno, y desde la Puerta del Sol a la plaza de la Independencia, dos, uno en la Puerta del Sol y otro en la plaza de Cibeles. Como se advierte, tanto la capacidad de observación como de control del espacio asignado, se puede considerar nula.

A todo ello, suponemos que habría que añadir la falta de una preparación específica, en materia de protección, por parte del personal adscrito a la Ronda del Presidente que, a lo sumo, cumplía su función, ciñéndose a seguir las pautas de la rutina del protegido, sin capacidad para establecer cambios de horarios o de itinerarios, imprescindibles para evitar la comisión de atentados.

Pero todavía el columnista de ABC añade un dato a todas luces esclarecedor a la hora de valorar los medios con los que contaba la Ronda, pese a las constantes reclamaciones en este sentido presentadas por sus responsables: «Y para hacer la vigilancia diaria, la Ronda no dispone ni de un automóvil, ni de una motocicleta, ni de un carruaje siquiera».

Tal afirmación confirma que, en sus desplazamientos, el Presidente no contaba con una mínima protección dinámica que lo acompañase a lo largo del itinerario que describía y tuviese capacidad de reaccionar en el supuesto de producirse un atentado.

Por lo tanto, haciendo una valoración somera sobre los hechos referidos, parece lógico pensar que si el servicio de protección del Presidente del Consejo de Ministros, en un escenario de agitación social, de asesinatos callejeros, de penuria económica e incluso de preguerra, cuando no de guerra, dada la situación del Protectorado de Marruecos, disponía de tan notoria escasez de medios que obligaba a realizar la escolta -por llamarle de alguna manera- a pie y ni tan siquiera eso, simplemente disponiendo de unos puntos de control o de paso, mucho mayor sería la carestía de estos medios en otras Unidades de cualquiera de los Cuerpos integrantes de la Policía Gubernativa, incluso aquellas destinadas a la captación de información, elemental a la hora de prevenir un hecho de estas características.

Inspeccionando la moto desde la que atentaron contra Dato


En este estado de penuria más absoluta por parte de las fuerzas del orden, llegamos a la tarde del 8 de marzo de 1921, fecha en la que se perpetró el atentado contra el Presidente Dato.

Aquella tarde, como era habitual, Eduardo Dato, se dirigió a su domicilio, en la calle Olózaga, siguiendo el itinerario habitual, a bordo del vehículo ARM-121 (Automovilismo Rápido Militar) –el citado coche se conserva en el Museo del Ejército de Toledo-, sin blindaje alguno, acompañado del conductor y de un lacayo; sin contar, como queda acreditado, con ningún elemento de escolta dinámica ya que, de haberlo habido, probablemente el magnicidio no se hubiese perpetrado o, al menos, entrañaría mayores dificultades para su comisión.

Según las crónicas, a las 20,16 de aquel día, al cruzar el vehículo la Plaza de la Independencia, a la hora de mayor densidad de tráfico lo que impedía a los vehículos realizar maniobras de evasión bruscas, tres anarquistas, asesinos a sueldo, viajando sobre una potente motocicleta “Indian”, provista de sidecar, hicieron fuego, repetidamente, incluso en veinte ocasiones, con sus armas automáticas, sobre el vehículo del Presidente, alcanzándole con dieciocho disparos, tres de los cuales resultaron mortales de necesidad, al impactar sobre el cuerpo de Dato.

Los autores, tres anarquistas, peligrosos asesinos a sueldo, Pedro Matéu, Luis Nicoláu y Ramón Casanellas, venidos de Barcelona, donde habían sido contratados entre la élite de los criminales más peligrosos, con el fin de cometer, con garantías de éxito, el magnicidio.

Tradicionalmente, se achaca este brutal atentado al apoyo mostrado por el Presidente al respecto de la aprobación de la Ley de Fugas, pintando a los mercenarios asesinos como tres jóvenes anarquistas que, guiados por su ideología, atentaron contra Eduardo Dato. Sin embargo, estudios posteriores demuestran que tal hipótesis no deja de ser una mera elucubración que persigue ocultar una trama de mayores implicaciones para así desviar la atención, de forma intencionada, al respecto de las oscuras motivaciones y las connivencias habidas alrededor del magnicidio que, todavía a día de hoy, se desconocen.

Este atentado, al igual que los restantes de características similares habidos en España a lo largo de finales del XIX y el XX, obedeció a una trama bien articulada en la que se contó con un elemento intelectual que seleccionó cuidadosamente el objetivo; otro con capacidad para financiar la operación; otro más, formado por elementos del propio sistema que facilitaron la información necesaria, incluso a la hora de seleccionar el lugar de la comisión del atentado, y, finalmente, el brazo ejecutor, siempre una organización terrorista. Una constante que se repite en todas las ocasiones.

D. Eduardo Dato Iradier

En cuanto a los asesinos, por lo que se sabe, habían llegado a Madrid a principios de enero, dedicándose por entero a realizar vigilancias en la zona por la que se desplazaba el Presidente, con el fin de elegir el lugar más idóneo para la perpetración del atentado, lo que también pone en evidencia la escasa efectividad del servicio de gestión de la información y de contravigilancia, incapaz de detectar estos movimientos. Igualmente, una vez en Madrid, dispusieron de información sensible que les permitió saber la clase de vehículo usado por Dato, así como las personas que lo acompañaban en sus desplazamientos y otras circunstancias de interés para los terroristas.

También, de acuerdo con estudios realizados recientemente, que contradicen las informaciones facilitadas, tanto por las Autoridades como por la prensa tras la comisión del hecho, los magnicidas dispusieron de armas modernas y de gran efectividad, posiblemente pistolas Mauser, que fueron las usadas para perpetrar el atentado.

Tras cometer el crimen, los tres asesinos huyeron. Nicoláu, se dirigió a Alemania de donde fue extraditado; Casanellas a Rusia y Matéu fue detenido cuando se dirigió de nuevo a la pensión donde habían estado alojados los terroristas. Los dos implicados que pudieron ser juzgados -Nicoláu y Matéu- fueron condenados a muerte, siéndole conmutada la pena capital por la de cadena perpetua.

Puntos aproximados del trayecto donde se encontraba desplegado el Cuerpo de Vigilancia el día del atentado


Cabe señalar que, en el instante del advenimiento de la II República, Pedro Matéu se encontraba encarcelado en Valencia cumpliendo condena, siendo indultado por el nuevo gobierno y sacado a hombros de la cárcel por la chusma como reconocimiento a su “valerosa hazaña”.

Volviendo al asunto que nos ocupan hay que señalar, desde un punto de vista técnico-policial, que el despliegue del dispositivo encargado de garantizar la seguridad del Presidente Dato era, además de irrelevante en su número, totalmente ineficaz desde el punto de vista operativo, algo que ya se había observado, tan solo nueve años antes, con motivo del asesinato del Presidente Canalejas que, pese a ir acompañado de una escolta dinámica, la distancia entre los miembros de esta y el protegido era lo suficientemente grande como para no poder impedir, como así se demostró, la comisión del atentado.

Sin embargo, en este caso concreto, la situación era mucho peor dado que Dato se desplazaba sobre vehículo y a lo largo del desplazamiento tan solo en cinco puntos, muy distantes entre sí y posiblemente invariables por mor de la rutina, había apostados policías, carentes de otros medios de comunicación que no fuesen, caso de usarlos, los tradicionales silbatos de uso por aquellos años, lo que impedía cualquier rápida intervención. Sin duda, dos motocicletas o un vehículo de escolta, acompañando al Presidente, hubiesen evitado, al menos en este caso, la comisión del atentado.

Pese a todo, cabría preguntarse si la comisión del atentado fue responsabilidad exclusiva de la Policía. La respuesta a esta cuestión no tiene duda. Si las autoridades políticas de Gobernación hubiesen atendido las demandas del personal del Cuerpo de Vigilancia con relación a las deficiencias observadas en el dispositivo de protección del Presidente y si la Policía hubiese estado dotada de los medios necesarios para el cumplimiento de sus fines -vehículos y motocicletas-, sin duda el atentado no se habría producido o, cuando menos, sus autores hubieran tenido muchas más dificultades para perpetrarlo.

Aquel grave suceso provocó, de inmediato, una profunda reorganización de la Policía, creándose, con fecha 16 de junio, la Dirección General de Orden Público en sustitución de la de Seguridad y comenzando a dotar a la Policía, a partir de 1922, de medios móviles, entre ellos de vehículos asignados tanto a la Ronda del Rey, como a la del Presidente del Consejo.

Bibliografía:

Seis magnicidios políticos. E. Comín Colomer.
Atentados políticos. E. Comín Colomer.
Hemeroteca de ABC.
Hemeroteca Nacional.
Hemeroteca de la Prensa Histórica.
Otras fuentes. 

Eugenio Fernández Barallobre.

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