Del boletín "Emblema" de abril, tomamos este interesante artículo de nuestro buen amigo, compañero y colaborador Jesús Longueira Alvarez.
Al describir a veces algún crimen y cuando se hace con detalle tendemos a fijarnos sobre todo en las circunstancias personales de las víctimas o de los autores, en otros pormenores adicionales que consideramos importantes y quizás en las motivaciones que empujan a la comisión del acto. Más adelante nos damos cuenta de que al recordarlo nos fijamos precisamente en lo ya descrito y siempre tendemos a olvidar u omitir, por no haberlo visto relevante, las particularidades del lugar de los hechos, que nos viene únicamente a la memoria al evocar alguna imagen, y siempre en lo relativo a lo más próximo, por ejemplo aquella fotografía donde vimos el cadáver, las manchas de sangre, o los efectos del delito.
Nunca puede ser el anterior el caso del domicilio de la calle Antonio Grilo nº 3 de Madrid, donde por fuerza y por reiteración tiene que llamarnos la atención el lugar de los hechos por encima incluso de las circunstancias del párrafo anterior, ya que han sido varios los crímenes que en esa dirección se produjeron. Esto es lo que llevó a la policía a definirlo como un domicilio maldito, término reflejado por la prensa y que durante mucho tiempo estuvo en el candelero de las conversaciones cotidianas de los ciudadanos de nuestra capital.
El portal de la calle Antonio Grilo nº 3 de Madrid en la actualidad |
El caso es que el domicilio ha vuelto a ponerse de actualidad por los problemas que genera entre los vecinos la reciente apertura de un local de ocio nocturno que cierra ya de día. Conocidos popularmente como “after Hour” son generadores constantes de ruidos, riñas y escándalos diarios, en una zona, la de Malasaña, donde se ubican desde siempre numerosos bares, pubs y discotecas, y tenida por los vecinos de Madrid y de mucha gente que llega de fuera como la zona de “la movida”.
El caso es que al oír la dirección en la prensa me hizo recordar una serie de crímenes que se produjeron en ese mismo lugar, una larga secuencia de hechos desafortunados con final luctuoso que a continuación paso a relatarles.
Todo comenzó en el año 1915 cuando un hombre fue degollado frente al portal, seguramente fue por casualidad que el lugar elegido por el asesino fuera precisamente ese, o quien sabe si todo fue fruto de una riña, nunca se supo, el crimen quedó impune y solo se encontró el cadáver.
Treinta años después el lugar vuelve a aparecer en la crónica negra de la capital, tenemos que trasladarnos en el tiempo a la posguerra, en concreto al día 8 de mayo de 1945 y al primer piso del inmueble. Ese día es encontrado por su casero el cadáver de un hombre de 48 años, Felipe de la Braña Marcos, con un gran golpe en la cabeza. La policía halló señales de lucha, tales como un severo desorden en el domicilio y un detalle que hoy sería determinante por los avances científicos que se emplean en las técnicas de investigación, y es que en su mano se halló como consecuencia de la lucha un mechón de pelo que no correspondía a la víctima.
Aunque se determinó que la muerte se había producido unos cinco días antes del hallazgo del cadáver las investigaciones no dieron el resultado esperado, y los interrogatorios a todos los vecinos y también a algún sospechoso no dan como fruto ninguna pista que llevara a determinar la autoría del hecho, quedando este caso al igual que el anterior impune.
Detrás de estas ventanas ocurrieron la mayoría de los crímenes |
Siete muertos en una noche, cinco de ellos niños hacen que de nuevo la macabra dirección de la calle Antonio Grilo ocupe las portadas de los noticieros y el tiempo de los informativos.
Tan solo 17 años después, el día 1 de mayo de 1962 el sastre granadino José María Ruiz Martínez, de 48 años, asesina a su mujer, a sus cinco hijos, y posteriormente acaba suicidándose, no sin que antes se produjeran algunas circunstancias que no son comunes.
Fue él mismo quien avisa a la policía y dice lo que ha hecho, pero se niega a dar la dirección del suceso, es desde la sala del 091 desde donde con gran pericia logran retener la llamada el tiempo suficiente para localizar el número y la dirección y desplazar al lugar varias patrullas. Tendremos que darnos cuenta de lo que suponía con los medios técnicos de la época realizar esta investigación y además en tiempo record, no quedándonos otro remedio que felicitar por su actuación a aquellos funcionarios a los que estoy seguro que ya en aquel momento habrían recibido de sus jefes el correspondiente galardón.
Si cabe la circunstancia más extraña de este caso es que una vez localizado el domicilio y con la patrulla en el lugar se empezó a congregar una gran cantidad de gente; negándose a abrir la puerta y para demostrar que era cierto lo que decía él mismo muestra a los agentes y a quien allí se paraba los cadáveres de sus cinco hijos y el de su mujer acercándolos a la ventana.
Otra circunstancia atípica y que no se suele dar es que reclama la presencia de un sacerdote para ser oído en confesión antes de suicidarse. La propia policía trae desde la cercana iglesia de Santa Teresa al padre Celestino, que para garantizar el secreto de confesión lo hace por teléfono y desde un balcón cercano, no pudiendo ser convencido de que se entregara.
Es aquí donde surge algo de controversia pues algunos dicen que el padre Celestino no pudo administrarle la absolución debido a que su intención era la de suicidarse posteriormente, lo que desde el punto de vista de la doctrina católica constituye también grave pecado.
Fuera como fuera y aunque es posible que este caso merezca por sí mismo un capítulo aparte José María Ruiz Martínez acaba cumpliendo su propósito pegándose un tiro en la cabeza con su propia pistola no sin antes manifestarle al sacerdote que lamentaba haber traído a sus hijos al mundo para sufrir, ya saben, aquel famoso “valle de lágrimas”.
Y nos trasladamos al año 1964, y vemos que tras esas mismas ventanas se produce otro hecho luctuoso. Otro hecho que termina en muerte aunque esta vez de una naturaleza diferente, debemos hacer constar aquí que alguien calificó en ese momento a este lugar como “la puerta del infierno”, sin que le faltara nada de razón.
Es en el mes de abril de ese año cuando Pilar Agustín Jimeno, de veinte años, dio a luz sin estar casada y para ocultar lo que la sociedad de entonces consideraba una deshonra, ser madre soltera, ahoga a su hijo recién nacido.
No se deshace del cadáver y en una decisión poco ortodoxa lo oculta durante varios días en el cajón de una cómoda, siendo su hermana quien días después y por el olor encuentra el cuerpo del bebé envuelto entre telas en el fondo del cajón.
Y esta es la relación de crímenes que se han producido en esta dirección; “hasta el momento claro está”.
Se omiten otros hechos ocurridos en la misma calle, que no en el mismo número, tales como suicidios, atropellos mortales, alguno con coche de caballos y otros crímenes más antiguos que acrecentarían la leyenda negra que sobre este lugar se cierne. Desconozco si existe otro lugar con mayor concentración de sucesos, aunque estoy seguro de que si existiera nos hubiera llegado noticia del mismo, en todo caso creo que los investigadores de lo paranormal han tenido que tratarlo como algo muy cercano a su campo.
Jesús Longueira Alvarez.
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