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jueves, 21 de julio de 2022

Hoy, hace 101 años de la heroica defensa de Igueriben

De la novela "Tiempos de amor y muerte. El infierno de Igueriben", de la que es autor el administrador del blog, tomamos el capítulo que alude al último día de la gesta de aquella heroica posición, defendida hasta la muerte por el Comandante Benítez y sus hombres, en aquel enclave de nuestro protectorado marroquí.

Jueves, 21 de julio:

Posición de Igueriben


Los ataques se han recrudecido con mucha más intensidad que cualquiera de los días precedentes.

Quedamos no más de cien. Esto se acaba. El propio General Silvestre ha autorizado al Comandante Benítez para que trate con los moros la rendición de la posición.

Benítez se ha indignado, ha corrido al puesto de transmisiones y le ha gritado al Cabo:

- Envíales a esos cobardes este mensaje con los espejos: “Los Oficiales de Igueriben mueren, pero no se rinden”.

- ¡Envíalo pronto! – recalcó encorajinado -.

Los destellos de los espejos comenzaron a transmitir el lacónico mensaje. Todos los Oficiales aplaudimos aquel gesto que nos parece el más digno y único posible a la vista de cómo se han ido desarrollando los acontecimientos.

De inmediato se recibe la respuesta del Mando, ordenándonos, de forma tajante, la evacuación de la posición. Las palabras de mi Comandante habrán hecho mella en ellos. Creo que se han dado cuenta de la responsabilidad que tienen, ante nosotros y ante la Historia, de todo lo que está sucediendo aquí.

Sinceramente no esperábamos una orden así; una orden que debieron darnos hace mucho tiempo para evitarnos este absurdo e innecesario calvario. Ahora la situación es irremediable y la posición, con los medios con los que contamos, no se puede defender por más tiempo. Pero cualquier cosa mejor que rendirse, eso sí que no tendría sentido.

El Comandante se dirige a todos nosotros con palabras entrecortadas por la emoción que le embarga.

Benítez organiza la salida. Hay que hacerla con orden e inutilizando, previamente, todo lo que pueda servirle al enemigo. Nada puede quedar que luego sea utilizado contra nosotros como pasó con las piezas que nos capturaron en Abarrán.

Ha dispuesto que el Capitán Bulnes se haga cargo de la vanguardia, mientras que el Teniente Galán se pondrá al frente del flanco izquierdo, quedando Casado al mando del derecho. Por último, el Comandante asumirá el mando del grueso de los efectivos, incluidos enfermos y heridos.

El resto de los Oficiales que aun quedamos vivos formaremos una especie de retaguardia que permitirá, con nuestro fuego y con el de los cañones del Capitán de la Paz Orduña, dar al menos una probabilidad de éxito a la evacuación.

Previamente ha convocado la última reunión de Oficiales. Ante nosotros, con tono grave y severo, ha dicho:

“Nunca esperé recibir orden de evacuar la posición; pero cumplimentando lo que en ella se me ordena, en este momento, y como la Tropa nada tiene que ver con los errores cometidos por el Mando, dispongo que empiece la retirada, cubriéndola y protegiéndola la oficialidad que integra está posición, pues conscientes de su deber y en cumplimiento del juramento prestado, sabremos morir como mueren los Oficiales españoles”.

Tras lo cual ha ordenado que sus palabras, se remitan por espejos, al Cuartel General de Annual a modo de mensaje.

Todos los Oficiales nos hemos mirado. En nuestros rostros se advierten las claras muestras de la emoción que nos embarga en este supremo instante. Daremos cumplimiento a nuestro solemne juramento, la razón última de todo Soldado, dar la vida por la Patria cuando así nos lo demande.

Seremos los encargados de cubrir la retirada y todos sabemos lo que eso significa. Lo aceptamos de buen grado y tan sólo nos resta encomendar nuestra alma a Dios nuestro Señor. Que El, en su infinita misericordia, se apiade de todos nosotros.
“Hijos míos, vamos a abandonar este corralito que hemos defendido como héroes por falta de víveres y municiones; ahora vamos a seguir defendiéndonos con las pocas municiones que nos quedan y terminadas estas emplead la bayoneta; yo, hijos míos, os seguiré mandando como hasta aquí he hecho”.

Nadie ha roto el silencio. Todos hemos escuchado emocionados las palabras del Comandante Benítez. No sé si alguno habrá llorado, de no haberlo hecho no habrá sido por la emoción del momento que nos embarga a todos, sino porque ya no tenemos ni lágrimas que llevarnos a los ojos.

Monumento al Valor en el Cuartel General del Ejército


Tras las palabras del Comandante la posición se pone en movimiento. Una desgarradora comitiva de muertos vivientes, sucios, ensangrentados se pone en marcha hacia ninguna parte. En silencio, en el instante más solemne de nuestras vidas adoptando la posición más erguida posible, se retira la Bandera, hecha jirones, que flamea en lo alto y se guarda como el mayor de los tesoros y la legión de espectros demacrados, enfermos, muertos de sed, que quedamos vivos en Igueriben nos aprestamos a abandonar su defensa.

Me viene a la memoria aquella noche en un cabaret de Almería al que acudimos Salmerón y yo; una hermosa cupletista, enterada que éramos militares, entonó, con hermosa y vibrante voz, el pasodoble “Banderita” de la obra “Las Corsarias” del maestro Alonso. Fue muy emotivo escuchar como su letra era coreada por todos los presentes. En aquel momento, en que con una pícara sonrisa nos dedicó la canción a mi compañero y a mí, me sentí especialmente orgulloso de ser un Soldado. Me gustaría poder iniciar su canto para infundir valor a los hombres, pero mi reseca garganta es incapaz de articular ni una sola nota. Ojalá a también me cubran con la Bandera de España.

Nos han asignado veinte cartuchos a cada uno. No quedan más. Habrá que darles el mejor empleo posible, incluso por la cabeza me cruza la idea de dejar el último para mí. Lo descarto de inmediato, la vida no me la dio Dios para yo disponer libremente de ella.

Benítez ha abierto la pequeña caja de caudales de la posición y ha repartido las 15.000 pts., del fondillo entre los Soldados, exigiéndoles reintegrarlas al Regimiento si logran salir de Igueriben y romper el cerco enemigo. Otro ejemplo de la honestidad de un hombre valiente y que sabe asumir su responsabilidad, ojalá nuestros políticos de Madrid fuesen capaces de imitar este ejemplo.

Pienso en tantas cosas. De repente vuelve a mi mente la imagen distorsionada de Jazmine. Fueron unos instantes mágicos, unas noches inolvidables. Aquel cuerpo dorado, de color azafrán, suave y sudoroso, deslizándose entre mis manos. Sus pechos duros y erguidos. Su boca cálida y apasionada. Si vuelvo la buscaré al menos para hacer una vez más el amor con ella.

Carmiña. Pobre Carmiña, nunca volveremos a estar juntos. Ni siquiera me darán la Laureada. Sus sueños de futuro se quedarán en eso, sueños en los que no hay un despertar. Yo tampoco despertaré mañana. Miro al cielo, quiero quedarme con la imagen de este cielo rabiosamente azul. Tal vez la mañana de La Coruña sea igual, azul, con su mar de Riazor batiendo sobre las rocas de Miramar o gris, como tantas veces, con las aguas del puerto meciendo los pesqueros delante de las galerías que, como espejos, se asoman al cielo reflejándose en la mar calmosa.

Son las 14,00 horas. El Comandante ha ordenado cursar el último mensaje por medio de los espejos. Un mensaje lacónico y dramático: “Solo quedan doce cargas de cañón, que empezamos a disparar para rechazar el asalto. Contadlos, y al duodécimo disparo, fuego sobre nosotros; pues moros y españoles estaremos envueltos en la posición”.

Luego ha dado las últimas instrucciones al Capitán de la Paz Orduña. Al consumir el último disparo hay que inutilizar las piezas para que no caigan en poder del enemigo.

Los primeros han salido de la posición. La Harka ataca sin piedad, sin compasión. La matanza es horrible. Están cayendo como moscas, rematados desde cualquier sitio. No podemos evitarlo.

La Batería ha comenzado, uno a uno, sus postreros últimos disparos con la espoleta a cero. Las últimas doce campanadas de una vida que termina, que distinto sonido al de aquellas alegres doce que levantaron el telón de este fatídico 1921, en el baile del Casino de Almería, al lado de Adela.

Cubiertos los rostros tras los antifaces aguardamos impacientes que se desgranasen los últimos instantes de un 1920 que se moría sin indulgencia. El animador de la pequeña orquestina cantó, una a una, las doce señales del reloj. Adela y yo nos miramos, nos tomamos de la mano para recibir juntos el nuevo año. Un año que, por alguna razón que todavía hoy no comprendo, intuíamos como decisivo para los dos.

La fiesta se prolongó hasta que las primeras luces del alba surgieron por levante. Luego, como sin querer, nos perdimos entre las callejas de la parte alta de la ciudad buscando un rincón donde amarnos, donde entregar nuestros cuerpos a la desenfrenada pasión que estábamos viviendo en comunión de ocultos deseos.

Antes de perdernos en la penumbra de aquellas misteriosas callejuelas donde besarnos a nuestro antojo, se detuvo y mirándome a los ojos dijo:

- Quizás nada sea lo que parece. La vida a veces es como ese rostro cubierto por antifaz que se oculta de la realidad, de una realidad que no nos gusta pero que forzosamente tenemos que aceptar. Hemos recibido juntos el nuevo año, tal vez tú te vayas de Almería y jamás podamos vivir, otra vez, un momento como este. Dejemos que la vida siga su curso y que suceda lo que suceda siempre guardemos un dulce recuerdo el uno del otro.

¡Un dulce recuerdo! La vida nos ha conducido por distintos derroteros, sin duda ella se casará si no con su novio, el abogadillo de Madrid, con otro hombre que se cruce en los caminos de su vida y yo dejaré mi vida aquí, en esta lejana posición donde estoy defendiendo, a ultranza, el honor de España y de todo lo que supone la Patria para mí.

Monumento del Comandante Benítez en Málaga


Cientos de moros se lanzan con ímpetu sobre el parapeto, los que quedamos sobre él, cubriendo la retirada de los demás, los recibimos con una descarga cerrada. Se detienen, dudan por un instante. Y, sin pensarlo, atacan como no lo habían hecho hasta este momento, saltando nuestras desgastadas defensas y arrollándonos a su paso. La posición está perdida y con ella, todos los que la hemos estado defendiendo.

Observo al Capitán de la Paz Orduña que está inutilizando las piezas que ya permanecen calladas. Los moros arremeten contra él que, pistola en mano, se defiende hasta caer mortalmente herido. El resto de los Oficiales, junto con algunos Soldados, seguimos defendiendo el parapeto para intentar que el grueso de los supervivientes tenga una posibilidad de vida. Creo que nuestro sacrificio de poco va a servir desgraciadamente.

Los proyectiles de cañón disparados desde Annual comienzan a barrer la posición de forma indiscriminada. No distinguen entre unos y otros, sembrando la muerte. ¡Qué triste sería morir alcanzado por uno de nuestros propios disparos!

Pienso en aquellas palabras de mi madre, “estudia Derecho como tus tíos, con esa facilidad de palabra que tienes, serás un gran abogado”. No le hice caso y no estoy arrepentido de ello.

La munición se agota ya no puedo seguir disparando con el mosquetón que recuperé a los pies de un Soldado con la cabeza reventada. La mayoría de los hombres situados a mí alrededor yacen muertos, destrozados por el incesante fuego enemigo, incluso aquel Cabo que me acompañó en el viaje hasta la posición, un proyectil le reventó el pecho. Sus ojos abiertos, anormalmente abiertos, perdidos en una lejanía infinita, tal vez en su Madrid natal, como queriendo ver por última vez a su modistilla del alma.

También cerca del pequeño depósito de municiones, con el pecho desgarrado, observo sin vida aquel simpático andaluz que jamás volverá a ver a su guapa mocetona granadina. Sus sueños, como los de todos los demás, se han quedado para siempre en este infierno africano.

Escucho ayes por doquier, gemidos, lamentos muchos de ellos casi imperceptibles de los Soldados a los que se les escapa la vida sin remedio. Quejidos de dolor, un dolor infinito en la postrera hora de sus vidas. Suplican por sus madres, aquellas que un día, no ha muchos años, les dieron la vida. Ahora vuelven a ellas sus recuerdos y sus últimos pensamientos. Jamás volverán a verlas como tampoco verán jamás a esas novias que los aguardan rezando en nuestra añorada España.

El Comandante Benítez ha sido alcanzado y ha caído muerto dentro de la posición. Hasta el final, aún a sabiendas de que no teníamos posibilidad alguna, continuó animándonos, exhortándonos con sus gritos y sus vivas a España. Espero que la Historia y la nación sepan reconocerle su sacrificio. ¡Qué difícil es mantenerse fiel a las ideas cuando las condiciones son del todo adversas! El, ha sabido hacerlo hasta el final, hasta que una bala le ha segado la vida.

Extraigo la pistola de la funda y comienzo a hacer fuego con ella. El fin está próximo. Estamos llegando al cuerpo a cuerpo. El resto de mis compañeros han muerto cumpliendo con su deber. Me viene a la memoria aquella frase que leí en la Academia, “pro Patria mori eternum vivere”. Ojalá que no quede solo en eso, en una frase lapidaria. Espero que algún día, en cualquier rincón de mi amada España, se erija un monumento en honor al valor y que a su alrededor figuren, escritas con letras de oro, aquellas gestas en las que los españoles supimos mantener viva nuestra dignidad defendiendo el honor de la patria; sin duda, de construirlo, la posición de Igueriben deberá ocupar un puesto de preeminencia.

¿Qué habrá sido de Adela? Tal vez, cuando se entere de mi muerte, llore por mí. La recuerdo con la peor imagen que guardo de ella, en aquel balcón de Almería, elegante, llena de arrogancia. ¿Cómo imaginar que estaba jugando conmigo? ¿Llegará a saber que he muerto en esta tierra árida y casi olvidada? Cuánta razón tenía aquel Felipe Asensi a quien a poco más doy muerte. En el fondo, tampoco tiene importancia, yo también jugué con ella y no quiero que un mal recuerdo me acompañe en este supremo momento ni tampoco deseo que en mi corazón anide el mínimo sentimiento de rencor hacia ella. Creo que en algún instante si nos amamos.

Todo ha terminado. Nada de esto podrá ser escrito en mi diario. Ni un solo renglón más. Tan solo quedará grabado en mis últimos pensamientos que, a modo de póstumo testamento, quiero elevar al cielo buscando la infinita misericordia de Dios nuestro Señor. Ojalá que la Historia nos juzgue como nos merecemos.

Una nueva avalancha de la Harka se precipita por el parapeto. Cientos y cientos de moros asaltan la posición, ávidos de venganza, deseosos de victoria. Sus rostros oscuros, casi negros, trasmiten esa sensación de odio del que tantas veces he oído hablar a unos y otros. El griterío es ensordecedor, terrible. Acometen con una furia primitiva, irracional.

He hecho el último disparo con la pistola, alcanzando en la cabeza a un moro que se ha abierto paso saltando sobre los sacos terreros. Ha caído abatido, como un muñeco de paja, cayendo fuera del parapeto. Creo que está muerto. ¡Malditos hijos de puta!

Vuelvo la vista hacia los que están tratando de abandonar el reducto. Es una carnicería. La harka los está masacrando, asesinando sin piedad, no pueden defenderse. Pocos, muy pocos, van a poder salvarse; ellos, al igual que nosotros, regarán con su sangre esta tierra seca y estéril.

Por un instante vuelvo a pensar en Carmiña, en mi Carmiña, en su ternura, en su mirada llena de esperanza, en nuestros paseos de la mano por las calles de nuestra Coruña natal soñando con un futuro común que nunca llegará. Sé que me amará siempre, que jamás me olvidará por muchos años que viva. Por mi parte, yo, la aguardaré en la eternidad.

Este rostro de tez oscura, salvaje; esos ojos negros, brillantes, henchidos de odio. Ha saltado el parapeto. Arremete contra mí. No tengo con que defenderme. Ni siquiera el machete que acabo de clavar en el pecho de otro de los atacantes.

¡Dios mío, perdóname! Perdona mis faltas. Dame la fuerza y valor que necesito para afrontar este supremo momento.

Comienzo a rezar en voz alta un “Padre nuestro...”. Ojalá pudiese acordarme de aquella oración que me enseñó mi madre y que rezábamos juntos a los pies de mi cama, cada noche, cuando yo era pequeño. Ahora la rezaría con todo fervor.

El moro me mira, me transmite todo su odio, apunta con su arma a mi pecho. Irónico, empuña uno de nuestros mosquetones, quizás uno de aquellos que nosotros mismos le entregamos creyéndolo amigo. Suena un disparo, el eco se precipita por entre los riscos. En lo alto brilla el sol, ese mismo sol que ahora alumbra las calles de mi querida Coruña por las que estará paseando mi Carmiña del alma ajena a todo este drama.

Ya no escucho nada, no siento nada. Caigo desplomado y mi rostro se clava en esta tierra africana que tanto me ha cautivado. Solo tengo un último instante de vida para llevar mi mano al bolsillo izquierdo de la guerrera tratando de unirme en este supremo momento con la imagen de Carmiña conservada en su fotografía y con el pequeño escapulario de las monjas de Panaderas que ella pidió para mí.

¡Ahora sí, estoy viendo el infierno...! Sin embargo, entre la negrura de sus infinitas tinieblas, en un cielo brillante, como una luz cegadora surge, hermosa, radiante, la dulce imagen de mi Carmiña del alma, ¡estoy salvado, gracias, Dios mío!

Epílogo:

Según el Expediente Picasso y otras fuentes historiográficas la Posición de Igueriben estaba defendida por 387 hombres, de los cuales tan solo lograron salvarse un Oficial, el Teniente Casado Escudero, y 15 Soldados; de ellos, el Oficial y cuatro de los Soldados fueron hechos prisioneros por el enemigo, mientras que los otros once lograron llegar a Annual, muriendo varios de ellos tras haber saciado su sed y fruto del agotamiento, el resto cayeron heroicamente defendiendo la posición.

Con fecha 31 de diciembre de 1924, en resolución fechada el 3 de enero de 1925, se le concede al Comandante de Infantería D. Julio Benítez y Benítez, la Cruz Laureada de San Fernando, a título póstumo, por la heroica defensa de la posición de Igueriben. Igualmente, con fecha 13 de marzo de 1925 se concede la Cruz Laureada, también a título póstumo, al Capitán de Artillería D. Federico de la Paz Orduña por los mismos motivos.

Pasados los años, en los jardines del madrileño Palacio de Buenavista, sede del Cuartel General del Ejército, se erigió un sobrio monumento "al valor"; en una de las caras de su peana figura, junto a otros ejemplos de valentía de los que está plagada la Historia de España, esta leyenda: "Posición de Igueriben 1921".

“En memoria del Comandante Benítez y los héroes de la posición de Igueriben, un trozo de aquella España de 1921 en el corazón del Rif”.

(Tomado de la novela “Tiempos de amor y muerte. El infierno de Igueriben”. LC Ediciones 2018, del mismo autor).

José Eugenio Fernández Barallobre.

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