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sábado, 14 de mayo de 2022

El golpe de Riego: la Masonería al poder

Nuestro buen amigo, compañero y colaborador, José Luis Calvo Pérez, nos remite este interesante artículo que analiza un episodio fundamental de la Historia de España.

Verdaderos ríos de tinta han corrido a lo largo de los últimos 202 años para ensalzar y glorificar la figura, prodigándole todo el incienso de adulación, del capitán 1º, graduado de teniente coronel, D. Rafael de Riego y Flórez, pero esta lisonja no siempre ha sido desde una objetividad, imparcialidad y claridad meridiana, sino desde una información sesgada e interesada políticamente.

Retrato de Riego con uniforme del Regimiento Asturias (casaca azul tina; cuello azul celeste y vivo rojo)


No está en el ánimo de este autor, ni tampoco es su intención, mover cuestión sobre la personalidad -hartamente conocida- de D. Rafael de Riego, pero sí el exponer algunas circunstancias que influyeron negativamente en él, aunque para enjuiciar su conducta, desde la verdad objetiva y no la falacia asentada en la mentira, resulta imprescindible conocer la trayectoria del personaje durante el convulso período comprendido entre los años 1808 y 1820. En definitiva, desde la propia Historia.

D. Rafael de Riego y Flórez, militar de noble familia asturiana asentada en Tuña, concejo de Tineo, en 1808 era Guardia de la Real Persona del Rey (impropiamente llamada Guardia de Corps) y, por lo tanto, era Tropa de Casa Real, con consideración de oficial. Tras los sucesos de mayo en Madrid, D. Rafael huye a Asturias, en donde se presenta a la Junta del Principado, ahora constituida como Junta Suprema de Gobierno, para ofrecerle sus servicios. La Junta accede, confiriéndole el empleo de capitán y fijándole como destino una de las compañías del recién creado Regimiento de Infantería de Cangas de Tineo.

Cuando en septiembre de 1808 se forma la “División Expedicionaria Asturiana”, que según el plan de operaciones, debería unirse en Vizcaya al entonces denominado Ejercito de Galicia, que manda el prestigioso teniente general D. Joaquín Blake y Joyes, el capitán Riego es designado para ejercer las funciones de ayudante de campo del general en jefe de la división asturiana, el teniente general D. Vicente Álvarez de Acevedo y Pola-Nava.

Una vez acoplada la división al Ejército de Galicia, ahora renombrado como “Ejército de la Izquierda”, el 10 de noviembre de 1808, hallándose este Ejército a la altura de la villa de Espinosa de los Monteros (Burgos), se presenta una fuerza enemiga considerable, lo que forzosamente obliga al general Blake, general en jefe del citado ejército, a ocupar posiciones de ventaja (alturas dominantes) para evitar la sorpresa y facilitar así una defensa eficaz ante un previsible ataque que pudiera acometer el enemigo, lo que así ocurrió, ya que se trabó un duro y encarnizado combate en el que, tras dos horas de agotadora lucha en la que, por ambas partes, se hicieron prodigios de valor, el enemigo pudo ser rechazado. Por la tarde, el general Acevedo resuelve atacar con su división las posiciones francesas, cuyo movimiento se efectúa con serenidad, batiéndose con extraordinario valor los cuerpos asturianos, pero la acción queda indecisa por sobrevenir una densa niebla que hacia imposible distinguir el objetivo a batir. Entre las tropas asturianas se producen, sin embargo, bajas que contabilizan varios muertos y heridos.

Al día siguiente, resuelto el enemigo a concluir la acción emprendida el día anterior, decide acometer el ala izquierda (constituido por las tropas asturianas) y se lanza al ataque directamente. Cae muerto el general D. Gregorio Quirós, resultando heridos de importancia los generales Acevedo y Valdés, así como también el coronel del Regimiento de Cangas de Tineo y los tenientes coroneles de los regimientos de Lena y Provincial de Oviedo. El resultado fue resolutivo, las fuerzas asturianas que ocupaban este punto (alturas de Las Peñucas), sorprendidas por el inesperado y sorprendente movimiento de los franceses y viéndose privadas de sus jefes, ceden, lo que provoca el desorden general y la completa dispersión.

No obstante lo anterior, los regimientos asturianos que intervinieron en la batalla de Espinosa de los Monteros, habían acreditado subordinación, valor y constancia en las demás circunstancias.

Derrumbadas las tropas asturianas, algunas optan por tomar el camino real de Santander con dirección a Aguilar de Campóo. Entre los heridos, transportado en una carreta, iba el general Acevedo a quien, por temor a que se produjera un ataque del enemigo, que insistentemente los perseguía, se toma la decisión de sacar al general Acevedo del carruaje y trasladarle a lomos de un mulo para evitar que de esta forma cayera prisionero. Cuando ya se creían a salvo, en el pueblo de Quintanillas, cerca de Aguilar, sorprendentemente son interceptados por cazadores del cuerpo que mandaba el coronel Tascher, quienes sin atender que Acevedo es un general herido en campaña y que como tal se le debe considerar prisionero de guerra, pero con el mayor desprecio a las más elementales reglas de la guerra, es acuchillado y rematado allí mismo por soldados franceses del modo más cruel y sanguinario. El acto es presenciado por su ayudante, el “valeroso y prestigioso” capitán Riego, pero éste no mueve ni un sólo dedo para tratar de defender a su general herido e impedir su alevoso asesinato. Él, por lo que no hizo, tuvo retrato de cuerpo entero, mientras que otros, los que más hicieron, no gozaron de esta dispensa.

El capitán Riego es hecho prisionero por el enemigo e internado en Francia, en donde permanecerá prisionero hasta el año 1814, en que es liberado tras la abdicación de Napoleón y la entrada en París de los ejércitos ruso, prusiano y austriaco. El 11 de abril de 1814 se firma la paz, significando con el ello el fin de la Guerra de la Independencia española.

Entre 1814 y 1820 España, y por extensión el Ejército, se sumía en una catastrófica situación derivada en parte de la Guerra de la Independencia. Por este motivo, se intentaba a llevar a cabo la organización del Ejército y a preparar las sucesivas expediciones militares que deberían embarcar para América. Tras la Guerra de la Independencia había quedado un Ejército muy numeroso, con gran inflación de oficiales, que convenía reducir. A la excesiva proporción de oficiales, había que sumar el gran número de prisioneros que, tras la paz general, regresan de Francia, entre los que, naturalmente, se encontraba Riego, por lo que resultaba imposible dar colocación a todos en los regimientos existentes, pues la cifra de oficiales superaba con creces a la de soldados. A todo esto se añadían muchas cosas más y la suma del todo creaba un campo abonado propicio para toda clase de intrigas para introducir el descontento e indisciplina entre las tropas y abortar cualquier posible intento de enviar sucesivas expediciones para América desde la propia metrópoli. En realidad, fue el propio poder quien dio motivo de descontento entre las tropas, al ofrecer un avance en la escala a todos los oficiales enviados a ultramar.

En este estado de cosas, según Manifiesto del Rey de 4 de mayo de 1814, es declarada nula la Constitución promulgada el 19 de marzo de 1812. En este mismo año se restablece el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición (Gaceta de Madrid, de 23 de julio de 1814) y días más tarde el poder militar (Gaceta, de 26 de julio de 1814), lo que provocaría una reacción liberal al contemplar como los militares –reaccionarios según ellos– y la Iglesia en bloque apoyaban la plena restauración del absolutismo. Este respaldo eclesiástico, con excepciones aisladas en la clerecía ilustrada, generaría poco a poco un profundo sentimiento anticlerical en los liberales exaltados, que estallaría años después y que provocaría durante casi todo el siglo XIX multitud de motines y algaradas que responden siempre al mismo origen, auspiciados, claro está, por la masonería a través del llamado Taller Sublime.

Volviendo con el personaje que nos ocupa, hay que decir que durante el tiempo -casi seis años- que Riego permaneció prisionero en Francia, éste fue ganado por la masonería y ya en España, aunque no hay constancia de ello, todo hace suponer que pertenecía a la logia Taller Sublime, cuyo fundador fue el diplomático Antonio Alcalá Galiano (liberal ardoroso, alma y mentor de la revolución que se preparaba, a la que también se adhirió otro “ilustre” asturiano, Alvaro Flórez Estrada).

Un comerciante (entonces aprovisionador del Ejército), banquero y agente británico, masón por supuesto, llamado Juan Álvarez Mendizábal (cuyo nombre más tarde se haría famoso por ser el autor de la llamada Desamortización de Mendizábal, que suprimó los bienes de la Iglesia), se suma al equipo anterior orquestado por Antonio Alcalá Galiano para encargarse de la financiación del empeño conspirador contra el embarque de tropas para América. A tal fin, una oficina clandestina, bajo la dirección del propio Mendizábal, se instala al lado del cuartel general de la expedición militar establecido en Arcos de la Frontera (Cádiz), consiguiendo el propio Alcalá Galiano poner al coronel Quiroga al frente de su proyecto de golpe. En el ínterin, Mendizábal descubre en el acantonamiento de Las Cabezas de San Juan (Sevilla) a un ardiente militar, exaltado e idealista típico, dispuesto a dar el grito cuando la dirección de la conjura lo crea conveniente. ¡Qué lejos estaba nuestro personaje de aquél otro que en 1808 había sido ayudante de campo del general Acevedo! El 24 de diciembre de 1819 Riego escribe a su hermano manifestándole que no estaba comprometido aún a fondo en la conjura. “Los anuncios –decía– del próximo embarque se suceden rápidamente, con lo que en todo el mes próximo veremos desaparecer las costas de nuestra amada España. Quiera el Cielo –continúa expresando– que se verifique la paz, así se lo pido de todas veras por el bien de todos”.

A los tres días de esta “tranquilizadora” carta, Rafael Riego tomaba la gran decisión de su vida. Mendizábal y Alcalá Galiano llegaban a Las Cabezas de San Juan, y esa misma noche se trazó el plan de operaciones, ya con Riego como jefe. Una vez apresado por Riego el general en jefe de la expedición, se marcha sobre Cádiz. Estaba claro que lo que interesaba a los directores de la conjura era impedir el embarque de la expedición; además de buscar pretextos políticos que a nadie importaban. Riego, en su proclama, trazaba ante la tropa un terrorífico panorama del viaje (¿estaría en su mente la lamentable situación de los buques –podridos se decía que estaban– de la flota del Báltico, comprados por acuerdo secreto a Rusia, según el Tratado de Madrid de 11 de agosto de 1817?). Sólo, no antes, a última hora, se incluyó entre las consignas el tan cacareado motivo constitucional.

El grito fue dado por el propio Riego en Las Cabezas de San Juan el 1º de enero de 1820. Leyó su manifiesto y proclamó, ante sus tropas, la Constitución de 1812, declarada nula el 4 de mayo de 1814.

El 7 de enero se reúnen los tres jefes sublevados, preocupadísimos por la gran cantidad de desertores, que dejan a los cuatro batallones rebeldes (Asturias, Sevilla, España y La Corona) en cuadro. No todos los militares sublevados estaban de acuerdo con resucitar la Constitución de 1812, quizá porque el principal objetivo de la conjura (impedir el embarque de tropas para América) ya se estaba cumpliendo. Los sublevados, que seguían siendo monárquicos, concentraron sus escasos batallones en la Real Isla de León (actual San Fernando), en donde menudearon los ascensos: Quiroga fue nombrado general en jefe; Riego, ascendido de golpe a general, etc. Esto no se trata de una simple anécdota, sino que es el colmo de las ambiciones por las que luchaban desde el final de la guerra de la independencia algunos de los nuevos militares de España.

El 24 de enero los rebeldes están a punto de ocupar Cádiz, pero son rechazados por la valerosa guarnición militar de la plaza.

Esta ha sido una extraña guerra civil que, por primera vez, vivía la España del siglo XIX. Eso sí; mientras callaban los fusiles, no se paraba de publicar, uno tras otro, manifiestos de toda índole y, por encargo del propio Riego, los promotores políticos redactaron la letra (con música de Gomis Colomer) del primer himno que lleva su nombre, el cual se convertiría en 1931 en himno oficial de la II República española.

Lo que vino de después, por ser harto conocido, no merece la pena exponerlo aquí y ahora, por lo que se omite hacer cualquier comentario al respecto. Ahora sí, como simple aviso a navegantes; hay que dejar claro lo que perseguían los complotados, cuya dirección residía en un cuerpo supremo y misterioso, denominado “Soberano Capítulo”, más tarde llamado, como ya se dijo, “Taller Sublime”, cuyo eje central se resume, porque no había más, en una sola idea-fuerza:

- Rotunda oposición al envío de una nueva expedición militar para América e impedir a toda costa el embarque de tropas. Su objeto: facilitar la expansión del movimiento “libertador”, allanar el camino para desmembrar los dominios de Ultramar para así conseguir la independencia total de la corona de España.

En fin, la génesis del llamado “pronunciamiento liberal” de 1820, está plagado de falsedades e inexactitudes omnímodas, empezando por la más difundida y “cacareada” de todas: “levantamiento en defensa de las libertades y contra el despotismo de Fernando VII”. Se está de acuerdo sobre el cobarde e infame papel desempeñado por Fernando VII, pero ello no justifica ni legitima el “golpe” para –como se ha dicho y se viene diciendo de manera pertinaz e hipócrita– restablecer las “libertades y la Constitución de 1812”, cuyo anuncio se contemplaba como pretexto con el que trataba de cubrirse la cobardía y el perjurio de Riego y los demás complotados. En realidad, el “levantamiento” –repito– ha sido, ni más ni menos, una rebelión en toda regla, auspiciada y financiada por la masonería, que se alzó en armas contra el embarque de tropas para Ultramar, cuyo destino era sofocar la rebelión de la insurgencia de América, contra la que ya luchaban, con denuedo, valor, heroísmo y abundante sangre derramada, muchos compañeros de armas de Riego, a los que él, llana y sencillamente, había traicionado. Con el pronunciamiento de Riego se frustraron las expectativas de la gran expedición dispuesta a embarcar para combatir a la insurgencia de América.

A lo anterior colaboraron los agentes de los poderes revolucionarios de América, que ayudaron hacer más atractivo el empeño, utilizando grandes recursos económicos para crear un movimiento de resistencia a la expedición, todo esto canalizado, claro está, a través de las logias masónicas. Por lo tanto, de la expedición a América nunca más se supo; la resistencia virreinal entraba en preagonía, y el designio británico (que presionaba y actuaba sin rebozos a favor de las cabezas visibles de la independencia americana), asegurado ya en Trafalgar, iba a lograr sus objetivos.

Alcalá Galiano, compañero de aventuras de Riego, traza de él una semblanza muy poco halagüeña del “héroe de la libertad”. Dice que tenía “alguna instrucción, aunque superficial, algunos destellos de ingenio, condición arrebatada, valor impetuoso en los peligros, pero escasa fortaleza en los reveses, constante sed de gloria que se satisfacía ya en hechos de noble arrojo o de generoso desprendimiento, ya en puerilidades de una vanidad increíble”.

Con la llegada de “Los Cien Mil Hijos de San Luis”, la guerra termina en septiembre de 1823. Riego es derrotado el 13 de septiembre por los franceses en Jaén, refugiándose en un cortijo, donde lo hace prisionero el comandante de Arquillos. Dos días después es conducido a La Carolina y, desde allí, reclamado por los franceses, es llevado al cuartel de Andújar. Trasladado a Madrid, es sentenciado a la pena de horca. Llevado, eso hay que decirlo, de la manera mas ignominiosa, en un serón arrastrado por un jumento, llegaba a la Plaza de la Cebada, en donde es ejecutado en la mañana del 7 de noviembre de 1823. Los restos del descuartizado cuerpo de Riego fueron expuestos en Las Cabezas de San Juan (el cráneo), Sevilla, Málaga e Isla de León. ¡Bárbara sentencia!

ADDENDA

Como colofón a lo anterior, en cuanto al asunto de los buques comprados, por acuerdo secreto, a Rusia, se hace precisa una aclaración al respecto. La compra de los ocho buques de la escuadra rusa del Báltico –cinco navíos y tres fragatas– zarparon de Raval el 27 de septiembre de 1817 y arribaron a Cádiz el 21 de febrero de 1818, resultó un asunto algo turbio, en los que se vieron involucrados los firmantes de aquella negociación secreta; Tatistchef –ministro plenipotenciario de Rusia en Londres– y Eguía, ministro español de la Guerra, y en la que seguramente intervino también el intrigante Ugarte. Su precio se estipuló en 13.600.000 de rublos, cantidad equivalente a 68 millones de reales. Una parte se pagó con 400.000 libras esterlinas, indemnización satisfecha por Inglaterra a los españoles perjudicados por la abolición del comercio negrero. Se sospechaba de la conducta del rey en este asunto y, además, había cantidades indeterminadas que distribuyeron, de común acuerdo, Ugarte y Tatistchef.

Los buques se destinaban, como pomposamente anunciaba La Gaceta, “a someter a los rebeldes de América”. Resultaron inútiles, no sólo para la navegación transatlántica, sino también para las cortas travesías, por lo que nunca salieron a navegar, terminando siendo desguazados.

José Luis Calvo Pérez.

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