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viernes, 14 de mayo de 2021

Madrid, 23 de mayo de 1910. Un atentado sin esclarecer

Aunque en otras ocasiones hemos abordado este mismo asunto en nuestro blog, volvemos a referirnos al atentado perpetrado en la noche del 23 de mayo de 1910 en la calle Mayor de Madrid. 

Un extraño suceso, todavía sin aclarar en todos sus extremos, que convulsionó todavía más a la ya de por sí convulsa España de aquellos años tuvo lugar en Madrid la noche del lunes, 23 de mayo de 1910. Alrededor de las nueve y media de aquella noche, la tranquilidad reinante en la calle Mayor se vio sobresaltada por una fuerte deflagración. El pánico se apoderó de los viandantes que, tal vez recordando el criminal atentado ocurrido en las proximidades de aquel mismo lugar a primeras horas de la tarde del 31 de mayo de 1906, huyeron de la zona.

Monumento a las víctimas del atentado de mayo de 1906, donde se produjo la explosión



En aquel momento, el Guardia de Seguridad nº 846, Nicanor Blanco Segovia, destinado en la Dirección General de Seguridad, aguardaba un tranvía frente al nº 88 de la calle Mayor, cerca del monumento erigido en recuerdo de las víctimas que, cuatro años antes, en mayo de 1906, en aquel mismo lugar, había causado la bomba lanzada por el anarquista Mateo Morral al paso de la comitiva nupcial de los Reyes.

El Guardia escuchó, tras de sí, la fuerte detonación y una gran columna de humo, observando como un individuo, situado muy próximo a la verja del monumento, huía a la carrera del lugar de los hechos. Como el Guardia sospechase que podría tratarse del causante de la explosión corrió tras él, dándole alcance, abalanzándose sobre el perseguido para lograr su detención.

El individuo opuso fuerte resistencia lo que obligó al Guardia a hacer uso de su machete reglamentario para reducirlo, golpeándolo con él, no pudiendo evitar que extrajese un pequeño revólver de un bolsillo y, ante la posibilidad de ser detenido, se disparase un tiro en la sien.

El herido fue trasladado a la Casa de Socorro de la Plaza Mayor donde falleció a los pocos minutos de ingresar.

Efectuada la pertinente autopsia, se puedo determinar que el fallecimiento se había producido como consecuencia de una herida en la sien derecha, producida por la entrada de un proyectil, que presentaba una extensa quemadura lo que indicaba que había sido disparada a bocajarro. Igualmente, se le apreciaron diversas erosiones en la pierna y mano derechas producidas por la deflagración del artefacto que estaba manipulando.

Realizadas las oportunas investigaciones y tras descartar otras posibles identidades, entre ellas la de un anarquista de origen gallego, se pudieron determinar los datos filiativos del terrorista que resultó ser José Corengia Taborelli, de nacionalidad italiana, de veintisiete años, de filiación anarquista. Este individuo había llegado a Madrid el 15 de enero anterior -algunas fuentes señalan el 14 y otras el 17-, hospedándose en una casa de viajeros ubicada en el número 80 de la calle Atocha, donde residió hasta el 21 de marzo, fecha en la que se trasladó a una pensión sita en el inmueble número 25 de la calle Jacometrezo, donde residía en la fecha en que se produjo su muerte.

Desde su llegada a Madrid, procedente de Barcelona, el Cuerpo de Vigilancia tuvo conocimiento de su presencia en la capital, sometiéndolo a una discreta pero constante vigilancia que se abandonó al comprobar que no entablaba contacto alguno con los grupos filo anarquistas y que observaba una vida ordenada.

Tras el suceso, los investigadores realizaron un minucioso estudio de sus movimientos en aquella jornada y en la precedente, pudiendo determinar que, el domingo, día 22, estuvo todo el día en la calle, portando un maletín de contenido ignorado, siendo visto por testigos en la Estación del Norte, interesándose por los horarios de llegada de los trenes y regresando a su domicilio avanzada la noche. Según algunas informaciones recibidas, a lo largo de esa jornada pudo entablar contacto con algún anarquista residente en la capital.

Lugar donde hizo explosión el artefacto



En la mañana del día de autos se levantó más temprano que de costumbre y, tras desayunar copiosamente, alrededor de las nueve y media salió de casa, portando el maletín mencionado, con dirección a la Estación del Norte, pasando por la plaza de Santo Domingo, Leganitos y Cuesta de San Vicente, permaneciendo en las proximidades de la Estación por espacio de más de dos horas observando la llegada y salida de trenes.

Se supo también que, aquella mañana, accedió a una barbería próxima al Paseo de la Florida donde se afeitó y solicitó un periódico con el fin, según sus palabras, “de enterarme de lo que pasa en España”. Tras ser atendido, hizo efectivo el pago con una peseta, no admitiendo la vuelta con la excusa de que se la guardasen por si volvía otra vez por el local.

Mientras permaneció en la barbería, mantuvo siempre a la vista el maletín que portaba y que colocó, cuidadosamente, a su lado, sobre una silla, encareciendo a los empleados que no tropezasen con él pues guardaba objetos frágiles en su interior.

Tras abandonar la barbería, todavía permaneció en la zona de la Florida hasta poco antes de las tres y media de la tarde en que, a través de la calle Bailén, accedió a la plaza de la Armería, ocupando un banco en el que se encontraban dos Soldados del Cuerpo de Inválidos con los que departió amigablemente, invitándoles en un puesto de agua próximo.

Los dos Soldados, a preguntas de la Policía, respondieron que, en momento alguno, Corengia abandonó el maletín, percibiendo igualmente que, con frecuencia, miraba de un lado a otro, como si aguardase la presencia de alguien o tratando de verificar si alguien lo seguía o vigilaba.

Por estos Soldados, se pudo saber que, alrededor de las cinco y media, se marchó por la calle Bailén, perdiéndose su pista hasta las nueve y media de la noche cuando se produjo la deflagración del artefacto, desconociendo cual era el objetivo final de la acción terrorista que planeaba.

Efectuada, en la zona del suceso, la pertinente inspección ocular por parte del Inspector Florentino López, se localizaron los restos de lo que parecía haber sido un maletín metálico, de unos 15 cm. de largo y 10 de alto, muy dañado por la explosión, que, sin duda, sirvió como medio de alojamiento y transporte del artefacto que explosionó, así como el revólver con el que el anarquista se quitó la vida.

En cuanto a la factura de la bomba, de fabricación casera, estaba compuesta por pólvora y balines gruesos a modo de metralla, envueltos en alambre grueso y todo ello encerrado en el maletín ya referido; al parecer, este maletín disponía, en uno de sus costados, de un tubo, probablemente por donde se introducía la mecha, explosionando por un defecto a la hora de preparar el dispositivo de activación. Todo ello, desmiente algunas informaciones que señalaron que se trataba de un artefacto de fábrica similar al usado por Mateo Morral en 1906,

Esas mismas informaciones, también aseguraron que el citado Corengia había conocido personalmente a Mateo Morral en las fechas en las que este perpetró el sangriento atentado en Madrid.

El Guardia de Seguridad Nicanor Blanco Segovia


Al día siguiente del suceso, en un registro que se practicó en la habitación que ocupaba el anarcoterrorista en la calle Jacometrezo, se intervinieron, entre otras cosas, un cuchillo afilado recientemente, con una funda de cuero en la que se leía “¡viva la anarquía!” y “mueran los tiranos”; frascos conteniendo clorato de potasa y glicerina; un saco de balines y otro de pólvora; mechas de fabricación casera que él mismo había preparado en su habitación; así como dos bombas -algunos autores refieren tres- de idéntica hechura a la que explosionó en el lugar de los hechos.

Dichas bombas consistían en dos cajas de forma de paralelepípedo, con chapa de hierro, rodeadas de alambre, que las cubría hasta los ángulos de sus esquinas, una de ellas con un peso de dos kilogramos, y la otra igual a la primera, diferenciándose de ésta únicamente en el tamaño y peso, que era la mitad. El tubo era de plomo, de 15 centímetros de largo por tres de diámetro. Estaba cerrado en sus extremidades por presión, y se hallaba reforzado con alambre, al igual que las cajas.

El traslado de los artefactos explosivos al Campo de Tiro de Carabanchel, que nadie quería retirar, se verificó el día 25 y exigió, no solo de destreza, sino también de gran valor, encargándose de verificar el referido traslado el Comisario Martínez Campos y el Inspector Gullón, ambos del Cuerpo de Vigilancia, quienes, en un vehículo de alquiler, los trasladaron al referido Campo de Tiro donde, finalmente, se explosionaron sin causar daños. Esta valerosa actuación les sirvió a los dos policías para ingresar, en julio del año siguiente, en la Orden de Beneficencia.

Comisario Martínez Campos (Las Ocurrencias)

En otro orden de cosas, se sabe que, en los días siguientes a la comisión del hecho, se sucedieron las detenciones de anarquistas tanto en Madrid como en Barcelona, habiendo constancia, según testigos, de que alguno de los detenidos había tenido relación directa con Corengia durante los días de estancia en Madrid.

A ciencia cierta, nunca se llegó a saber cuál era el objetivo del atentado que pensaba perpetrar el anarquista muerto, hasta el punto de que, el Ministro de la Gobernación, Conde de Sagasta, en sus declaraciones a la prensa los días inmediatos a la perpetración del hecho, aludiese a que, en realidad, José Corengia, lejos de ser militante anarquista, era un perturbado mental que pretendía “vengarse del mundo” debido a un defecto físico que padecía.

Incluso, la prensa de la época refiere el hallazgo de unas memorias del tal Corengia, en las que menciona que días antes de su fallecimiento, había acudido a una representación teatral en el teatro de “la Princesa”, provisto de cuatro bombas que llevaba ocultas bajo la ropa, con la intención de arrojarse con ellas desde el anfiteatro a las localidades del patio de butacas. Sin embargo, el mechero que le serviría para encender las mechas no funcionó lo que frustró, en última instancia, el atentado.

Se sabe que la Policía también trabajó sobre la hipótesis de que nuevamente fuese S.M. el Rey Don Alfonso XIII contra quien pretendía atentar José Corengia en la madrileña Estación del Norte, con motivo de la llegada a la misma del Monarca, el día en que se produjo la explosión, procedente de Inglaterra, a donde había acudido al entierro del Eduardo VII; sin embargo, tal acción se vio frustrada por un cambio en el itinerario del Rey quien, en lugar de trasladarse directamente a Madrid, se detuvo en El Escorial, como así comunicó al Jefe del Gobierno, por cable, indicándole que llegaría a la Capital de España, por carretera, a primeras horas de la tarde.

El hecho de la vinculación de José Corengia al movimiento anarquista internacional parece quedar demostrado, en contra de la opinión del Ministro, de una parte, por su vinculación con este movimiento durante los años en los que residió en la Argentina, así como por los posibles contactos que mantuvo con elementos de esta organización en Barcelona razón por la cual, desde su llegada a Madrid, comenzó a ser vigilado por efectivos del Cuerpo de Vigilancia, y de otra, por el arsenal localizado en el registro de su domicilio, lo que hizo suponer a los investigadores, no sin razón, que tras la comisión del primer atentado el plan de Corengia fuese perpetrar otros en la Capital de España.

En cuanto a que uno de los objetivos podía ser el Rey D. Alfonso XIII parece acreditarse por los movimientos ejecutados por el terrorista en las jornadas del 22 y 23 de mayo ya que se tenía noticia de que el monarca regresaría a Madrid, por vía férrea, en la jornada del 23, lo que justifica que, el día anterior, como se ha señalado, Corengia se dirigiese a la Estación del Norte para verificar el horario de llegada de los trenes.

Conocido este extremo, en la mañana del 23, se trasladó, nuevamente, a la precitada estación ya que suponía que el Rey D. Alfonso XIII arribaría a ella. Sin embargo, una vez en la barbería a la que concurrió, por la prensa que consultó, se enteró de que el monarca había modificado a última hora el itinerario, llegando al conocimiento de que llegaría por carretera a Madrid, alrededor de las tres y media de la tarde, motivo por el cual, tras hacer tiempo en la zona de la Florida, se trasladó a la plaza de la Armería, por donde suponía que entraría el Rey a Palacio a la hora prevista a la que también alude la prensa del día; sin embargo, D. Alfonso accedió a Palacio por una de las puertas falsas y lo hizo alrededor de las dos y diez de la tarde.

También carece de sentido, caso de tratarse simplemente de un demente, que se practicasen, tras la muerte del terrorista, diferentes detenciones, tanto en Madrid como en Barcelona, de destacados activistas anarquistas y una prueba de que en la ciudad condal estaba siendo vigilado lo demuestra el hecho de que había constancia de que el tal Corengia frecuentaba, a la misma hora, el gimnasio al que acudía el Juez encargado de las causas contra el anarquismo.

En consecuencia, consideramos que, las palabras del Ministro, lejos de ajustarse a la veracidad de los informes facilitados por la Policía, en realidad pretendían no crear una sensación de inseguridad entre la ciudadanía y, en especial, evitar el colocar a la figura del Rey en el objetivo de los terroristas, provocando una especie de efecto llamada.

Por otra parte, es muy posible que el objetivo final de Corengia en la noche del 23 de mayo, una vez descartado el atentado contra el Rey, fuese atentar contra el monumento a los asesinados por Mateo Morral en la jornada del 31 de mayo de 1906, reivindicando la figura del asesino anarquista. En este sentido, conviene recordar que, el hermoso monumento erigido en memoria de las víctimas del atentado de 1906, fue demolido, en la II República, por el Frente Popular -comunistas y socialistas-, en su afán revanchista, e incluso tuvieron la miserable osadía de cambiar el nombre de la Calle Mayor, rebautizándola, para indignidad de quienes tomaron tal decisión, con el nombre del asesino Mateo Morral, causante de la muerte de muchos inocentes, Guardias de Seguridad, Soldados y madrileños de toda clase y condición, en aquella festiva jornada de mayo.

Una lección más para la “memoria histórica”, la de verdad, la que quieren ocultar, a todo trance, los herederos de los que perpetraron aquella bellaquería en los años de la “idílica” y miserable II República.

Como epílogo y volviendo al Guardia Blanco, añadir que su valiente actuación le sirvió no solo para recibir la felicitación de sus superiores, sino también la de muchos otros ciudadanos. Consecuencia de esta decidida intervención, el Guardia, recibió varios premios y gratificaciones en metálico.

Como curiosidad señalar que, un hermano del Guardia Blanco Segovia, había resultado herido como consecuencia del atentado de Mateo Morral en 1906.

José Eugenio Fernández Barallobre,
(artículo publicado en "El Correo de España")



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