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domingo, 18 de abril de 2021

Hoy, sigue presente

Hoy recordamos a los Inspectores del Cuerpo General de Policía Jesús María González Ituero y José Luis Martínez Martínez, secuestrados el día 4 de abril de 1976, en Hendaya (Francia) por miembros de ETA y posteriormente asesinados. Sus cadáveres aparecieron el día 18 de abril del año siguiente, 1977, torturados y con un tiro en la nuca en la playa vascofrancesa de La Chambre d'Amour, en el término municipal de Anglet, entre Biarritz y Bayona.

El 4 de abril de 1976 los inspectores de Policía eran secuestrados por ETA en Hendaya (Francia). Jesús María y José Luis llevaban sólo seis meses en la Policía. Destinados en una comisaría de San Sebastián, habían cruzado a pie la frontera, tras comer en una pizzería de Guipúzcoa. Dejaron sus armas en el puesto de control aduanero de Irún, y de ahí se dirigieron al cine Varietés en Hendaya. Allí fue donde los vieron vivos por última vez.

Inspector Jesús M! González Ituero

Tras comprobarse que los dos amigos no habían recogido sus armas en la aduana, se dio la voz de alarma. Al día siguiente, el cónsul de España en Bayona presentaba una denuncia por secuestro de los dos inspectores ante las autoridades francesas. La Policía francesa realizó una gran operación para intentar localizarlos. Parecía como si a José María y a José Luis se les hubiese tragado la tierra.

Inspector José Luis Martínez Martínez



Un mes después de la desaparición de los dos policías se publicaba en la prensa la noticia de que varias personas afirmaban haber presenciado cómo dos jóvenes, cuya descripción concordaba con la de los desaparecidos, habían sido abordados a la entrada de un cine de Hendaya por un grupo de hombres armados que les habían obligado a introducirse en un coche.

Ante la falta de resultados, el asunto quedó prácticamente archivado. Semanas antes de la aparición de los cuerpos, el padre de Jesús María González dirigió una carta al Rey rogándole que hiciese todo lo posible por esclarecer el asunto.

Algo más de un año después de la desaparición, el día dieciocho de abril de 1977, sus cadáveres aparecieron torturados y con un tiro en la nuca en la playa vascofrancesa de La Chambre d'Amour, en el término municipal de Anglet, entre Biarritz y Bayona.

Los cadáveres, en avanzado estado de descomposición, fueron encontrados por cinco adolescentes en un antiguo búnker construido por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Los jóvenes estaban buscando con palas material bélico, que en dicha zona se encuentra con cierta facilidad debido a que los alemanes construyeron durante la Segunda Guerra Mundial diversas fortificaciones en la costa. El grupo dio con una masa oscura que resultó ser un cadáver, a tan sólo quince centímetros de profundidad. A escasa distancia se encontraba el otro cuerpo. Inmediatamente dieron aviso a la Policía que procedió a levantar los cadáveres en presencia del juez. En sus ropas podían apreciarse restos de etiquetas españolas, primera pista de que podía tratarse de los policías españoles.

Aparecieron sin sus documentos personales consistentes en placa y carnet profesional del Ministerio de la Gobernación, con los pies y las manos atadas, mutilaciones en los dedos y un tiro en la nuca. La autopsia revelaría que uno de ellos había muerto de dos disparos en la cabeza, efectuados a quemarropa, mientras su compañero presentaba un único impacto de bala.

En fuentes policiales se consideró que los jóvenes inspectores fueron víctimas de una meticulosa y premeditada trampa. Uno de los policías llegó a trabar cierta amistad con una joven camarera de un club de la ciudad donostiarra quien unos días antes le llegó a comentar que tenía que contarle algo muy reservado y confidencial de interés policial, ya que la muchacha conocía la condición de agente de la autoridad del joven inspector.

El policía se mostró interesado en el asunto, le pidió más información sobre el tema y la camarera comenzó a urdir la siniestra trama que llevaría a la muerte a los inspectores. Les dijo que conocía a un militante de la banda terrorista de ETA refugiado en el sur de Francia que quería colaborar con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y que podía suministrar información acerca de las actividades de la banda armada, pero que por cautela no se atrevía a pasar a España.

El funcionario debió confiar plenamente en ella y convenció al otro compañero de promoción para que le acompañara. El inspector comentó el hecho con algunos compañeros de la Comisaría, quienes le recomendaron que tuvieran sumo cuidado ya que el asunto les parecía un tanto peliagudo. Pasó un tiempo y al cabo de unos días, apareció nuevamente la camarera anunciándole uno de los agentes que le había concertado una cita en Hendaya con el supuesto etarra.

Todo apunta a que los asesinos conocían plenamente sus identidades y movimientos. El secuestro pudo producirse en las inmediaciones del cine donde los agentes fueron raptados e introducidos a la fuerza en un vehículo e inmediatamente los terroristas darse a la fuga sin que existieran o se localizasen testigos presénciales de lo ocurrido o al menos así informó sobre el caso la Gendarmería francesa.

La policía francesa llevó a cabo una operación de cierta envergadura para localizar a los dos agentes, pero sin resultados. Dos meses después de la desaparición de los funcionarios, hubo unos cuarenta detenidos relacionados con la organización terrorista, algunos de los cuales fueron confinados en la Isla de Yeu, pero la única pista real que encontró la policía francesas fue solamente el hallazgo de cierta documentación y datos sobre los policías en el domicilio de un miembro de ETA.

Sobre el tema de la desaparición de los agentes circularon entonces distintas versiones. En una de ellas se llegó a decir que los policías, estaban adscritos al CESID (Centro Superior de Información de la Defensa) y se encontraban en tierras francesas en misiones de labores de Información anti ETA. Incluso que trataban de establecer contactos con determinadas personas miembros de la banda terrorista con el fin de intentar la captación de colaboradores de la organización etarra para la Policía.

Oficialmente nadie se pronunció sobre este aspecto y ETA por su parte no reivindicó estos crímenes al igual que había ocurrido con los de José Humberto Fouz Escobedo, José Antonio Quiroga Veira y Jorge Juan García Carneiro, tres jóvenes gallegos secuestrados y asesinados hasta la muerte en marzo de 1973 y con todos aquellos casos que despertaban especial rechazo social. Incluso la banda terrorista, como haría otras veces a lo largo de su sangrienta y odiosa historia, llegó a señalar que se trataba de una operación montada en territorio galo, desde el Ministerio de la Gobernación español para desatar una campaña represiva del gobierno francés contra los refugiados vascos.

Jesús María González Ituero tenía de 25 años cuando fue secuestrado y asesinado por ETA. Natural de Madrona (Segovia) era el segundo de los seis hijos del matrimonio González-Ituero. Se había incorporado al cuerpo en septiembre de 1975, tras finalizar el servicio militar.

José Luís Martínez Martínez, era natural de Calatayud (Zaragoza) y tenía 31 años. Su infancia la pasó en Almería, pues su padre fue trasladado ahí cuando José Luis era muy pequeño. Una vez que terminó su servicio militar, ingresó en la Academia de Policía. De ahí salió destinado al servicio 091 de San Sebastián, en el que llevaba sólo seis días cuando fue secuestrado y asesinado por la banda terrorista ETA.

El cadáver de José Luis Martínez recibió sepultura en Almería el 27 de julio de 1977. El gobernador civil de la provincia José María Bances Álvarez, entregó a los padres, Luis Martínez Viorreta y Josefina Martínez Martínez la medalla de oro al mérito policial, que a título póstumo le fue concedida al malogrado inspector de Policía.

Los restos del otro inspector de policía asesinado en Francia, Jesús María González Ituero, fueron inhumados en la localidad segoviana de Madrona. El ataúd, cubierto por una bandera Nacional, fue trasladado desde Madrid a Madrona, escoltado por varios vehículos, en los que viajaban el padre y familiares del muerto e inspectores del Cuerpo General de Policía.

El cadáver fue recibido por las autoridades provinciales, el subdirector general de Seguridad y representantes de la Policía Armada y Guardia Civil. La capilla ardiente se instaló en un salón del Ayuntamiento, rodeada de coronas enviadas por el Ministerio del Interior y diversas autoridades. A las seis comenzó el funeral, tras el cual, el presidente de la Diputación de Segovia impuso sobre el féretro la medalla de bronce de la provincia, y el gobernador civil, la medalla de oro al Mérito Policial, que le había concedido el Ministro del Interior.

¡¡Dulce et decorum est pro patria mori!!

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