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sábado, 20 de marzo de 2021

Crónica negra de La Coruña. Capítulo 4º. El asesinato de Mera

Nueva entrega de la "Crónica negra de La Coruña", original de nuestra buena amiga y colaboradora Mª Jesús Herrero García.

En el pequeño pueblo de Mera, mitad pesquero y mitad labrador, se iba a producir el 7 de mayo de 1910 un crimen que iba a llenar las páginas de todos los periódicos de Galicia.

Hipólito de Trisur y María Cividanes


María Cividanes era una agraciada joven de Mera de 38 años, cuyo marido, Manuel Rodríguez Yáñez, con el que se había casado en 1895, estaba trabajando en Buenos Aires como emigrante desde hacía cuatro años. Su padre era condueño de la fábrica de ladrillos del señor Labarta y para ayudar a su hija le había puesto una taberna, que servía comidas, en el propio pueblo, junto a la fábrica de ladrillos.

María era asediada por varios hombres, a veces en broma con frases pícaras dirigidas por clientes de la taberna, a veces en serio con acosos y persecuciones, pero no siempre podía librarse de tales acosos, especialmente de los de Hipólito de Trisur, portugués, de 28 años, soltero, más conocido por «Álvarez», de mediana estatura, rostro agraciado, bigote amplio y recortado, ojos verdes, cejas pobladas, pelo bien peinado con ligero flequillo, ya había rondado a varias jóvenes hasta que se decidió por María. Había comenzado a trabajar en 1906 en la fábrica de ladrillos del señor Labarta.

Según parece María había comenzado una relación con Hipólito. En tal “afectuosa situación” Hipólito se descubrió como un hombre celoso que creía que María le había abandonado por Benjamín Simón, un convecino de Mera, que acudía con asiduidad a la taberna de la joven. Hipólito que había sido despedido de la fábrica en que trabajaba en Mera, decidió irse a vivir a La Coruña, pero acudiría todos los fines de semana a visitar a María.

Hipólito pretendía que María rompiese todo trato con Benjamín. Sin embargo, quedó mucho más tranquilo cuando este marchó a Melilla a hacer el servicio militar. Sin embargo, todo en esta vida tiene su fin y con la vuelta de Benjamín volvieron a nacer los celos en el portugués.

El crimen

Provisto de un revólver, Hipólito se trasladó desde La Coruña a Mera, yendo a casa de María, a la que no encontró, y decidió esperarla en la taberna tomando una copa de vino. Ante la llegada de su rival amoroso Benjamín, Hipólito decidió dar un fuerte correctivo a María.

Revolver Velo-Do , fabricado en España en 1904.



Al poco tiempo llegó la joven acompañada de uno de sus hijos de corta edad. Como se había mojado las ropas, María lo sentó dentro del portal para mudárselas, momento que aprovechó Hipólito, sin que la víctima pudiera verlo, pues se hallaba apoyado en el mostrador, para dispararle un tiro que no la hirió.

María huyó asustada hacia la calle, pero antes de franquear el dintel de la puerta, recibe dos tiros por la espalda, causándole dos heridas mortales y, ya en la calle, recibe otros dos disparos.

Cuando María, despavorida y enloquecida por el terror sin saber lo que hacía volvió a casa gritando, Hipólito, que permanecía en el portal en estado de gran agitación, le hizo el quinto disparo que, alcanzándola en el cuello, le hizo rodar sin vida por el suelo ante el llanto desconsolado de sus asustados hijos.

Seguidamente, Hipólito volvió el arma contra sí mismo, disparándose dos tiros, uno que le causó una pequeña erosión en la cara, y otro que le atravesó el ala del sombrero.

Quien primero acudió a la taberna fue Benjamín, el rival amoroso de Hipólito. Éste al verlo, y a pesar de estar malherido, comenzó a disparar sobre él, pero no le alcanzó. Benjamín se echó al suelo y comenzaron una feroz pelea.

Pronto los propios vecinos detuvieron a Hipólito, al que ataron de pies y manos y lo encerraron en lugar seguro bajo la custodia del alcalde pedáneo. Como la Guardia Civil más próxima estaba en Oleiros, optaron por llevarlo al día siguiente en una lancha a La Coruña, adonde arribaron a las siete de la noche del día 8, atracando a una de las rampas del muelle de Montoto en la carretera de la Marina. Directamente desde el muelle fue conducido al juzgado, en donde se hallaba el titular, Mosquera Montes.

Tras declarar ante el juez, Hipólito fue llevado a la casa de socorro, en donde se le hizo la primera cura. Luego, siempre custodiado por dos guardas de Seguridad, fue conducido a la cárcel, donde ingresó.

Entre las pruebas depositadas en el juzgado figuraba el arma con la que cometió el crimen: un revólver Velo-Dog.

El juez tomó declaración a la familia de la víctima y a todos cuantos vecinos de aquel punto pudiesen decir algo útil. Todos los vecinos concuerdan en atribuir el asesinato al estado de verdadera locura que se apoderó de Hipólito, celoso de que María admitiese en su casa a Benjamín Simón.

Este negó ante el juez que hubiese sostenido con María Cividanes las relaciones que le atribuía Hipólito, manifestando que hacía más de dos meses que no frecuentaba la casa de María, así como que no trataba al autor del crimen, pues sólo lo conocía de vista.

De regreso de Mera, en donde pasó casi todo el día, el juez visitó el número 6 de la calle del Espino, donde vivía el asesino. Allí se hallaba su madre, Isabel García Elena. La madre declaró que ignoraba las relaciones que mantenía su hijo con la víctima y que ni la conocía.

Y el lunes estalla la sorpresa, aunque no lo es tanto si tenemos en cuenta las numerosas retractaciones que se dan en estos casos. Hipólito comparece de nuevo ante el juez y niega que hubiese sido el autor de los disparos que mataron a María.

Cuando el juez le llama la atención sobre lo que tenía declarado, manifiesta que no recordaba nada de cuanto había dicho anteriormente. En este alarde de fingimiento, añade que quien le hirió a él fue «el otro», o sea, su rival amoroso Benjamín. En cuanto a quién pudo ser quien mató a María dijo que fue ella quien se suicidó.

Obviamente, ello resulta inverosímil ante lo que en su dictamen señalan los médicos que hicieron la autopsia. Se advierte claramente en ella que la víctima tenía dos balazos en la espalda.

Finalmente, el Juzgado decreta contra Hipólito auto de procesamiento y prisión incondicional.

A primeros de febrero llegará a La Coruña, procedente de Buenos Aires, el esposo de la víctima, Manuel Rodríguez Yáñez. Dice que tuvo la primera noticia del crimen por los periódicos de la capital argentina, en la que se hallaba trabajando. Inmediatamente gestionó su viaje a España, lo cual hizo en un buque francés. En sus declaraciones ante el juez Mosquera, negó Manuel que hubiese tenido nunca el menor motivo de duda sobre la fidelidad de su difunta mujer, expresando su deseo de mostrarse parte en el sumario que se seguía contra Hipólito de Trisur.

El acusado, transcurrido cierto tiempo de su sorprendente negativa, acaba declarándose culpable y el sumario se acelera, fijándose el juicio para la segunda quincena de septiembre del mismo año de 1910.

El miércoles, día 21, a las diez y media de la mañana, da comienzo el juicio en la Audiencia de La Coruña en medio de una gran expectación que se traduce en un lleno completo en la sala. Constituyen el Tribunal, Joaquín Arguch, presidente; y los magistrados Francisco J. Sanz y Félix Álvarez Santullano. Representa al ministerio fiscal Bernardo Longué; la acusación privada, José Pan de Soraluce, y la defensa, José María Ozores de Prado.

Comienza el señor Peñaranda a leer la calificación del fiscal, que es de asesinato con las circunstancias agravantes de alevosía, desprecio del respeto que la víctima merecía por razón de sexo, premeditación y reincidencia, por haber sido condenado anteriormente por un delito de lesiones, y pide que se imponga al procesado la pena de muerte y 2.000 pesetas de indemnización a los herederos de María Cividanes.

La defensa niega los hechos, aunque se supone modificará sus conclusiones. A continuación, da comienzo el interrogatorio del procesado por parte del fiscal. Hipólito responde con viveza y su expresión es nerviosa.

Dice que en 1906 comenzó a trabajar en la fábrica de ladrillos del señor Labarta y que comía en la taberna de María Cividanes. Que las relaciones que entabló con ella fueron tan íntimas que dieron por resultado dos embarazos seguidos de dos abortos. Que enterado de ello el padre de María, le despidió.

Declaró que sus relaciones con María se turbaron por la «intromisión» de Benjamín, que concurría con asiduidad a la taberna. Tras la vuelta de éste del servicio militar en Melilla, la crisis se reproduce y un día, excitado por la embriaguez, cometió el crimen, cuyos detalles no recuerda muy bien.

Uno de los testigos decisivos, el segundo amante, Benjamín Simón, no comparece, leyéndose su declaración escrita en el sumario donde expresa que por cuestión de unas cuentas en la taberna riñó con María, a la que nunca cortejó. También dice que nunca tuvo discusiones ni pendencias con Hipólito e ignoraba si éste requería a María de amores.

El veredicto

Se retira a continuación a deliberar el Tribunal de Derecho que, tras cuarenta minutos, y a última hora de la tarde del jueves 27 de septiembre de 1910 condena a Hipólito de Trisur a la pena de cadena perpetua, así como a una indemnización a los familiares de la víctima.

Hipólito besa las manos del abogado que le acaba de librar de la pena de muerte y hace ademán de arrodillarse, lo que el señor Ozores evita al mismo tiempo que le da frases de alivio.

Afuera hay división de opiniones. Mientras unos consideran el veredicto como justo y prudente, otros piensan que la justicia para serlo tiene que ser ejemplar y que si triste sería quitar la vida a Hipólito, más lo fue el asesinato de María Cividanes y la desgracia en que se sumió a su familia.

Mª Jesús Herrero García.

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