Nueva entrega de la "Crónica negra de La Coruña", original de nuestra buena amiga y colaboradora Mª Jesús Herrero García.
Casi siempre que se habla de crímenes pasionales hay unos protagonistas jóvenes, bien sea individualmente, en pareja o el clásico triángulo amoroso. Pero la crónica de sucesos enseña que muchas veces son los amores seniles los causantes de crímenes pasionales tan o más violentos que los protagonizados por jóvenes. Tal sucedió con el ocurrido en A Coruña en 1912 en el Campo de Artillería. He aquí la historia.
Josefa Rosende Veira, 65 años de edad, natural de Bergondo, era una popular tocinera de la plaza de abastos de La Coruña. Hacía un año que se había retirado de su puesto, en el cual había servido largo tiempo. Josefa estaba viuda y por partida doble.
Desde que en 1908 Josefa enviudó por segunda vez, vivía sola en la casa número 1 del Campo de Artillería. Estaba bien de dinero, pues era propietaria de las casas 2 al 10 de la calle de la Independencia. Eran casas estas con piso bajo, principal y buhardilla, y algunas de ellas estaban alquiladas.
Ricardo López González, 70 años, de estatura baja, anchos hombros, barba entrecana, ojos negros y penetrantes, de oficio zapatero, desde hacía meses había alquilado un modesto arcón en el Campo de la Leña y allí trabajaba cuando le placía, más bien poco, porque hacía una vida muy desordenada. Ricardo había nacido en Lugo, también estaba viudo, y por dos veces, siendo su principal debilidad la bebida.
Ricardo tenía dos hijos emigrantes en Cuba y uno de ellos le mandaba regularmente 75 pesetas mensuales. Otra hija estaba recluida en un manicomio.
Ricardo comenzó a verse con Josefa en la planta baja de la casa en donde vivía esta última y en la que había un ultramarinos. Charlaban y de vez en cuando tomaban una copa. La fama de adinerada de Josefa pronto hizo mella en el gastador y arruinado Ricardo, quien comenzó a piropearla. Al principio se dejó querer, pero luego le dejo las cosas claras a Ricardo, haciéndole saber no quería nada con él.
A las siete de la mañana del 11 de septiembre de 1912, abrió Josefa el portal de su vivienda en el Campo de Artillería después de haber hecho limpieza en las habitaciones. Tras ello, la señora Josefa subió al primer piso de su vivienda. Poco después subió un hombre. Era Ricardo López. Fue cerrando tras de sí las puertas por donde pasaba, siendo la última de ellas la de la propia habitación de Josefa, cogiendo a esta desprevenida.
Por lo que se ha podido suponer, Ricardo sacó de la chaqueta un revólver, un enorme Lefaucheux del calibre 12 y efectuó dos disparos casi seguidos contra Josefa.
Ricardo huyó a la buhardilla de la casa. Al estar cerrada la puerta de la casa, un tendero trajo un hacha y poco después se accedió al piso. La víctima, que vestía de negro, estaba muerta, tendida en el suelo. El revólver estaba encima de una mesa, y en el suelo, cerca del cuerpo, una gorra de visera, que se supone pertenecía a Ricardo.
Ricardo seguía oculto en la buhardilla y a por él subieron los guardias. El asesino de improviso, en rápido movimiento, se adelantó hacia el alero del tejado, se tiró de espaldas hacia la calle, tropezando en unos cables de alumbrado eléctrico y cayendo de bruces. Quedó inmóvil y se le creyó muerto, pero al acercarse los guardias se pudo comprobar que todavía respiraba.
Inmediatamente fue conducido al hospital, donde los doctores Villardefrancos y Domínguez apreciaron que tenía fracturada la pierna izquierda a la altura del muslo, presentando además una fuerte contusión en el brazo derecho y otra en la ceja izquierda. La fractura era tan grave que se decide amputarle la pierna.
El asesinato de Josefa es tema obligado de las conversaciones de la apacible ciudad coruñesa. Pero, en líneas generales, se tenía a Ricardo como un elemento huraño y poco comunicativo con sus vecinos, excepto en los últimos tiempos cuando bebía más vino del acostumbrado.
Continúa el día 12 y siguientes con el desfile de testigos ante el juez instructor. Pero la declaración más importante del día la protagoniza el asesino cuando el juez se presenta en el hospital acompañado del escribano y, al comprobar una ligera mejoría en su estado, se decide a interrogarlo.
Empieza diciendo que hace año y medio o dos años que tenía relaciones con la víctima, aunque por los datos que aportó todo hacía suponer que aquéllas no pasaban de una simple amistad. Hace a continuación una insinuación maliciosa, que cuantos conocían a la víctima rechazaron, cuál era la de que Josefa le había prometido casarse, y al pasar las semanas sin decidirse, comenzó él a sospechar de que tenía otro amante, por lo que se sintió muy ofendido.
Habla a continuación de dos sujetos misteriosos, de los cuales señaló que «andaban a voltas con ela», añadiendo que le daba mucha rabia, tanta, que estuvo gran parte de la noche esperando encontrar a alguno de ellos para matarlo.
Cuenta seguidamente Ricardo que entre el desprecio de Josefa y sus devaneos con otro hombre concibió el propósito de matarla y suicidarse después en holocausto amoroso.
Poco a poco, Ricardo López fue mejorando. El temor que se tenía de amputarle la pierna que le quedaba acabó desapareciendo. Su mal pasó a ser más psíquico que físico. Ricardo comenzó a perder el apetito, pasándose la mayor parte de las noches en vela pues, decía, podían aparecer para asesinarle los dos personajes misteriosos. Parecía como si quisiese pasar por loco, ya que un día le preguntó a un enfermero si creía que pedirían para él en el juicio la pena de muerte, pues tenía mucho miedo a morir, sobre todo en el garrote.
A primeros de octubre, Ricardo comenzó a sentires mal no sólo mental sino físicamente. Su fiebre, que se había mantenido normal, subió bruscamente. Sentía grandes dolores en el estómago y síntomas de ahogo. El día 3 entró en período agónico y los médicos no pudieron atajar su mal, falleciendo el día 4 en el Hospital Civil coruñés en el que había sido internado tras el crimen.
En la escueta nota inserta en los periódicos al día siguiente se hace, curiosamente, hincapié en que «los médicos no consiguieron que el asesino declarase antes de morir los móviles que le impulsaron a cometer el en». Mucha gente comenzó a preguntarse entonces si había habido algún motivo más que el pasional en la comisión del asesinato.
Se dice también en la nota periodística que los doctores García Ramos y Villardefrancos, auxiliados por el practicante Vegas, practicaron la autopsia al cadáver. Ello parece indicar que no se sabía a ciencia cierta cuál fue la causa real de la muerte de Ricardo. Más inquietante es cuando al día siguiente se publica en los periódicos que se ha efectuado la autopsia, pero no se dice tampoco cuáles fueron las causas de la muerte.
Se cerraba así el caso de este crimen pasional, sin que el asesino hubiese explicado las causas que le indujeron a quitar la vida a Josefa Rosende, una ex tocinera adinerada, habladora y simpática del Campo de Artillería de La Coruña.
Mª Jesús Herrero García.
No hay comentarios:
Publicar un comentario