Un truculento suceso sobresaltó a la ciudadanía coruñesa, cuando conoció por los medios informativos, que, en la madrugada del 15 de septiembre de 1988, alrededor de la una, un individuo desconocido penetraba en un mesón de nombre “Castilla”, situado en el número 58 de la Avenida del Ejército, con intención de robar.
Su impericia y descuido provocó, con su acción, un gran estruendo, al saltar la alarma del local, y que desveló el sueño de José Arias Núñez, un Policía Nacional, que descansaba plácidamente en su cama, en piso del mismo inmueble, propiedad del agente, y en cuyo bajo estaba situado el citado mesón asaltado.
José se vistió rápidamente, cogió su arma reglamentaria y bajó a comprobar que sucedía. En ese instante se topó con el ladrón, el cual le hizo frente con un gran cuchillo de monte. José no lo dudó y sacó su arma con intención de disparar al aire, encasillándosele la misma, algo que aprovechó el asaltante para clavarle el cuchillo, de forma certera en el espacio intercostal izquierdo, que le afectó, de forma fatal, el corazón. Un vehículo Patrulla de la Policía Nacional, se personó en el lugar de los hechos y trasladó a José Arias al hospital “Juan Canalejo”, donde fallecería.
En el instante de sonar la alarma, la esposa e hijos del policía Nacional, le rogaron no bajase, sin haber llamado a otros compañeros. José no hizo caso a las advertencias familiares y se encaminó hacia el bajo, provisto de su pistola reglamentaria. Detrás de él y después de avisar al 091, bajó uno de los hijos, un varón de uno veinte años de edad, que llegó al bar y vio ya a su padre tirado en el suelo de la puerta del mesón, en medio de un charco de sangre. El joven pudo ver de espaldas al agresor cuando huía, refiriendo en su declaración que se trataba de un joven delgado y de pelo corto, castaño y rizado, que vestía pantalones vaqueros, calzaba playeros llevaba una cazadora de tela.
José Arias, sorprendió al ladrón, que lo apuñalaría, y que tan solo pudo hacer acopio de unas monedas, que el dueño del local guardaba en una hucha y varios billetes que dejaría abandonados tras su precipitada huida.
El agresor accedió al local, tras romper uno de los cuadrados inferiores de cristal, de la mampara situada a la derecha de la puerta de entrada, toda ella también acristalada. Por el pequeño espacio por donde logró entrar, confirmó que se trataba de una persona muy delgada. Intentó apagar, sin conseguirlo, la alarma, dándose de bruces con José Arias, produciéndose entonces el fatal desenlace.
La policía científica encontró el cuchillo agresor, y recogió muestras de sangre del homicida, que habían quedado en la caja registradora
José Arias, era natural de Guntín (Lugo) y había ingresado en la Policía Armada en 1960. En ese momento cumplía funciones en segunda actividad, a la que había pasado en 1983, en las oficinas del Documento Nacional de Identidad de la Comisaría de Elviña.
Su multitudinario entierro, tuvo lugar al día siguiente en el cementerio municipal de Feans, y a él acudieron las primeras autoridades civiles y militares el jefe superior de Policía de Galicia, Alfredo Carballo y gran cantidad de miembros del Ejército, Policía Nacional y Guardia Civil.
Durante más de dos años la policía escrutó los rasgos del agresor, cotejó las huellas encontradas en el lugar del crimen, sin resultado positivo. En la creencia de que el autor del crimen podía ser un joven drogadicto, se vigiló, durante meses, a numerosos heroinómanos, sin ningún resultado,
En diciembre de ese mismo año de 1988, la policía Municipal de La Coruña detuvo a un joven, que había agredido a un miembro de la propia policía Municipal con un cuchillo, lo que hizo, que, en un principio, se creyera que podía ser el criminal buscado.
El gabinete de Identificación de la Policía Nacional, tras un riguroso examen, comprobó que las huellas del detenido no coincidían con las encontradas en el mesón Castilla y dejó de relacionarlo con el homicidio del Policía Nacional Arias. Tras investigaciones, la Policía, que envió las huellas halladas a diversas comisarías del territorio Nacional, confirmó sus sospechas de que el agresor había huido de la ciudad.
A día de hoy, el crimen del Mesón Castilla sigue sin resolverse.
Carlos Fernández Barallobre
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