Hace unos días el administrador de este magnífico blog, José Eugenio Fernández, insertaba una caricatura de unos guardias de Seguridad midiendo el corsé y la falda de la famosa artista Antonia “La Cachavera” que tuvo en su carrera artística algún que otro encontronazo con las fuerzas del Orden debido sobre todo a sus apariciones en escena en el teatro Price de Madrid, muy ligera o casi sin ropa alguna.
Antonia Cachavera y Aguado, “La Cachavera”, como se anunciará en los carteles de variedades, era una niña de familia bien, nacida en Madrid en 1882, que quiso ser artista ante la gran oposición de sus padres, haciendo que en 1907 Antonia se escapase de casa para ser lo que ella quiere, artista de variedades. Antonia había recibido una esmerada educación en su casa y en las Ursulinas de Madrid, había estudiado canto, baile, piano y declamación, por lo tanto, a pesar de que la familia lo considerara un oprobio, se iba a manejar como pez en el agua en el mundo de las candilejas y la farándula, donde en enero de 1907 va a debutar en el Teatro Circo Price, en una obra cuyo principal reclamo es la famosa Consuelo Vello “La Fornarina”, la gran reina del cuplé, que hace las delicias del público con su conocida Machicha, un sensual y atrevido baile de origen brasileño o argentino, que es junto al garrotín lo más de lo más del baile insinuoso.
Antonia "la Cachavera" |
El 9 de febrero de 1907, se estrenó en Madrid, en el teatro Circo Price de la plaza del Rey, una obra musical del género sicalíptico, muy en boga en aquellas fechas, titulada “La diosa del placer”, cuyo libreto era original de Luis de Larra, nieto del gran Mariano José de Larra, corriendo la música por cuenta del maestro Calleja, aunque en los carteles solamente figura, no se sabe por qué, el nombre del maestro Calleja como único autor de la letra y música de la obra.
La obra merece grandes elogios y aplausos por parte del público asistente que llena el Price. A todos gusta menos a uno, al comisario de Policía jefe del distrito donde radicaba el Price, señor Jiménez Serrano, que consideró la obra como escandalosa, impúdica e inmoral. Ante ello sugiere al empresario del Circo Price, Francisco Cartolano, que realice varios cambios en la obra, cambiando la doble y procaz intención del libreto y la poquísima ropa que visten las tiples, vicetiples, chicas del coro y ballet.
Cartolano se compromete a variar en esos conceptos la obra pero no lo hace, obligando, ante la denuncia del Comisario, al Marqués de Vadillo, gobernador civil de Madrid, a clausurar las representaciones de la obra y demandar por escándalo público y ataques a la moral al empresario Cartolano, a los autores del libreto Larra y Calleja y a las intérpretes Elvira Lafont, Pepita Sevilla, Ascensión Méndez, y Antonia de Cachavera, a quienes se le exige una fianza para costas judiciales de 2.000 pesetas a los autores del libreto, empresario y director artístico del Price y 1.000 pesetas a cada una de las jóvenes vedettes, que según la demanda, insinuaban demasiado y enseñaban mucho más, en una historia que tenía un enorme grado de pornográfica con un garrotín final que al comisario Jiménez le pareció el summum de la indecencia. Curiosamente el protagonista masculino de la obra, el gran Emilio Mesejo, que hacía el papel de seminarista en la obra, ni fue demandado ni citado a juicio.
El libreto de la reina del placer se desarrolla en su primer cuadro en una escena dividida en dos habitaciones. En una se halla Inocencio, seminarista y en otra la vivienda de La Cachavera. Inocencio, (Emilio Mesejo), ha hecho un agujero en la pared por el que ve como se desnudan de verdad en el teatro, la Cachavera y una amiga (en este caso la vedette Ascensión Méndez). Inocencio, después de verlas como vinieron al mundo, apaga la luz se acuesta y sueña, apareciendo en escena la diosa del placer (la vedette Elvira Lafont) sin más vestiduras que una banda azul que le tapa el pecho y otra que le tapa, salva sea la parte, a la altura de las caderas. Los demás cuadros de la obra, con numerosos chistes procaces y de doble intención, serán el sueño de Inocencio, que se verá en un baño con seis esplendidas mujeres, sin apenas ropa, donde destaca Pepita Sevilla, Será masajeado posteriormente por La Cachavera y Elvira Lafont, que se tocan con unos vaporosos y trasparentes vestidos.
En otro de los cuadros de la obra, Inocencio despertará del sueño y sus gritos alarmarán a sus vecinas que le invitan a su habitación para les cuente lo que ha soñado. Inocencio entra en la habitación donde le esperan unas esculturales mujeres casi sin ropa. El final apoteósico con la salida del elenco protagonista y los autores al escenario, hasta en ocho ocasiones, solicitando de la Cachavera, con su carita redonda, sus bellas facciones, su larga melena castaña y su escultural cuerpo, que se quite la bata que lleva puesta.
Tres años después, concretamente el 3 de junio de 1910, se celebró en las Salesas, rodeado de una enorme expectación, el juicio contra las cuatro vedettes, los autores de la obra “La diosa del placer” y el empresario del Circo Price. Los tiempos, en cuanto a moralidad, como se verá en las declaraciones, eran ya mucho más permisivos, pues incluso en esos tres años se habían estrenado en Madrid, obras sicalípticas y eróticas que dejaban como un cuento infantil a la “diosa del placer”.
La vista tiene lugar a puerta cerrada pero con centenares de curiosos en los alrededores exteriores, vestíbulo, y pasillos de las Salesas. El primero en declarar es el autor del libreto Luis de Larra, el nieto del gran Mariano José e hijo de Luis Mariano, el gran autor del libreto de la inmortal zarzuela “El Barberillo de Lavapiés”, que aclaró que no había firmado su obra, cuya autoría en libreto y música se atribuyó en el estreno al maestro Calleja: "porque escribo mucho y no me gusta cansar al público con mi firma".
Tras él, declara Antonio Cachavera a quien acosa el fiscal, deseando conocer con sus preguntas, si Antonia se había desnudado o no con picardía. La Cachavera declara que no hubo tal desnudo, pues difuminada por el telón se colocaba un camisón para irse a la cama, llevando debajo de él un corsé y unas mallas. Ante la insistencia del fiscal en si había habido picardía en su desnudo, la Cachavera de forma elegante pero rotunda contesta al ministerio público: "Mi educación nunca me lo había de permitir; pertenezco a una distinguida familia". En el turno de declaraciones siguió la muy breve de Ascensión Méndez, acusada de aparentar meterse en la cama con la Cachavera, algo que dijo que en la obra se sobreentendía pero que no se había visto en el escenario.
La declaración de la protagonista de la obra, Elvira Lafont, la diosa del placer, fue también rotunda y segura, a pesar de que el fiscal pregunta varias veces como era el traje que Elvira exhibía en la obra y que a tenor de la denuncia presentada, marcaba muchísimo sus espectaculares formas corporales. “Era un traje -contesta la Font-, de carácter mitológico como mi personaje, escaso de indumentaria pero no inmoral”. La última de las vedettes en declarar fue Pepita Sevilla que se quejó amargamente de que en la escena del baño, aparecía con otras nadadoras, siendo ella la única procesada. Acusada también de bailar un procaz Garrotín, declaró que lo bailó como le mandó el autor de la música, el maestro Calleja.
La declaración del denunciante, comisario Jiménez causó estupor. Declara que en la obra no hubo inmoralidades de ningún tipo.
Declaran a continuación el gran escritor Benito Pérez Galdós, el alcalde de Madrid, Francos Rodríguez, policías y periodistas en favor de las vedettes. Cierra el turno de comparecencias el empresario del Price que manifiesta que no se hicieron en su momento las modificaciones exigidas por el comisario, para garantizar la continuidad de las representaciones. Ante tamaño panorama el fiscal, el Sr. Medina, no acusará a la cuatro vedettes de inmorales y estas serán paseadas en volandas por los pasillos de las Salesas, entre fotografías, piropos y aplausos. Los tiempos también habían afectado a la justicia.
Carlos Fernández.
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