A las once de la mañana del día 14 de septiembre un vehículo “Z” de la Policía Nacional en patrulla oficial y formado por una dotación de tres agentes se detuvo en la venta Susperregui, en el bar del caserío “Franchilla”. De igual forma ante la puerta del bar se detuvo también un Seat Supermirafiori camuflado de la Policía en el que viajaban dos agentes vestidos de paisano. Los cinco Policías se apearon de los vehículos y se introdujeron en el bar donde tomaron unos bocadillos.
A las once y veinticinco, una vez terminadas las consumiciones, la patrulla emprendía de nuevo su camino con dirección a San Sebastián por la carretera de las de las Ventas de Astigarraga, en la localidad guipuzcoana de Rentería. A la patrulla le siguió, dándole escolta, el coche K camuflado. A 800 metros del bar donde habían parado, en una curva de la citada carretera, muy cerca de las Cuevas de Landarbaso, fueron objeto de una mortal emboscada que le tendió un grupo terrorista formado por seis individuos.
Policía Jesús Ordoñez Pérez |
Los terroristas entre los que se encontraban, como posteriormente se conocería, Manuel Urionabarrenechea, alias Manu, Jesús María Zabarte Arreguí “el carnicero de Mondragón”, estaban apostados en diferentes lugares de la carretera detrás de un terraplén. Aprovechando que los vehículos policiales aminoraron la marcha a consecuencia de una curva muy cerrada, los asesinos comenzaron a disparar profusamente y de forma indiscriminada contra los dos vehículos que quedaron empotrados contra el arcén. Los disparos alcanzaron a los Policías Nacionales Jesús Ordóñez Pérez y Juan Seronero Sacristan. Resultó con heridas muy graves Alfonso López Hernández, y con heridas graves Antonio Cedillo Toscano y Juan José Torrente Terrón, que recibió disparos en el brazo derecho, tórax, muslo derecho y pierna izquierda.
Policía Juan Seronero Sacristán |
Antonio Cedillo, que iba de paisano en el coche camuflado, consiguió salir del vehículo y enfrentarse a tiros con los terroristas, pero estos ya se habían dado a la fuga en dos turismos. Herido, continuó caminando cerca de 500 metros hacia adelante, en dirección a Rentería, para pedir auxilio hasta que cayó al suelo. A los pocos minutos pasó por la carretera una furgoneta “Ebro”, matrícula SS-5673-F conducida por José Elósegui, que al ver un hombre mal herido tirado en la carretera paró para atenderle. El Policía Nacional le dijo a Elósegui, como después declararía el camionero, “ayúdenme, por favor y lléveme a un hospital”. El camionero le introdujo en su vehículo y dio media vuelta para dirigirse a Rentería.
A un kilómetro de distancia, el camionero, con el policía herido, se encontró con uno de los vehículos en que habían huido los terroristas. Uno de los asesinos se apeó del coche y con una metralleta en mano hizo parar a la furgoneta, registrando su interior. Al ver al policía herido lo sacó del vehículo que le trasladaba a un hospital, como un fardo lo arrojó sobre la cuneta y .le remató de forma ignominiosa de un tiro en la nuca.
Policía Alfonso López Hernández |
Los cuerpos de los dos policías asesinados estaban bañados en un charco de sangre. Los dos heridos por su parte, quedaron semiconscientes. En el lugar del atentado quedaron los dos vehículos policiales tiroteados por delante y por detrás, presentando un centenar de orificios. A los pocos minutos un gran efectivo policial, acompañado de una ambulancia, se personó en el lugar de los hechos, formándose importantes controles policiales en la zona. Los Policías heridos, Juan José Torrente y Alfonso López Hernández fueron trasladados en ambulancia al hospital de la Cruz Roja de san Sebastián. En el camino fallecía el policía Alfonso López Hernández, que ingresó en el hospital ya cadáver. Juan José Torrente Terron, quinto policía que formaba la patrulla, ingresó directamente en quirófano donde fue Intervenido. Tras una hora de operación y en estado de coma fue internado en le Unidad de Vigilancia Intensiva con pronóstico muy grave. El Policía Nacional Alfonso López Hernández, estaba casado, tenía una hija de tres años y hacía tres años que había ingresado en el Cuerpo.
Policía Antonio Cedillo Toscano |
Mientras los heridos eran trasladados al centro de la Cruz Roja, la Guardia Civil llevó a cabo un intenso rastreo de la zona y recogió una gran cantidad de casquillos de bala del calibre 9 milímetros parabellum, marca FN, munición habitualmente empleada por ETA. Los cuerpos sin vida de los policías asesinados en la escena del tiroteo permanecieron en el lugar de los hechos hasta la llegada del juez y los forenses, momento en que serían llevados al depósito de cadáveres del cementerio de Polloe, una vez realizadas las respectivas autopsias. Esa misma noche, ETA militar reivindicaba la autoría del atentado a través de un comunicado enviado al diario Egin. Asimismo, ETA militar se hacía responsable de otros atentados cometidos a lo largo de la semana anterior contra una granja propiedad del Ejército en San Sebastián y contra el cuartel de la Guardia Civil en Durango.
Al funeral de corpore insepulto por el alma de los cuatro policías asesinados, se realizó en la misma tarde del atentado en el Gobierno Civil de Guipúzcoa, y asistieron el presidente del Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo; el ministro del interior Juan José Rosón; el general inspector de la Policía Nacional, Félix Alcalá Galiano. También estuvieron presentes el lendakari, Carlos Garaicoechea; el delegado del Gobierno en el País Vasco, Jaime Mayor Oreja; los gobernadores civil y militar de Guipúzcoa; el alcalde de San Sebastián, Jesús María Alcaín y el diputado general Javier Aizarna. Partidos como el PSE-PSOE, UCD, PNV y AP, enviaron representantes para arropar a los familiares y a los compañeros de las víctimas. El oficiante recordó en su homilía “la tragedia que hemos sufrido en propia carne por culpa de los comandos terroristas que han asesinado, sin interés ni beneficio a cuatro honrados Policías Nacionales, servidores de la Patria”.
Capilla ardiente de los Policías asesinados |
Los funerales transcurrieron en un clima de gran serenidad, no pudiendo evitarse escenas de profundo dolor entre los familiares y compañeros de los policías asesinados. Pese a la nutrida representación oficial, el funeral, realizado en el salón del trono del gobierno Civil, fue considerado por la inmensa mayoría de los asistentes como muy apresurado, seguido de un rápido y humillante traslado a sus localidades de origen.
Sería el último de los funerales realizado a escondidas y “por la puerta de atrás”, de unos servidores del orden que morían por España y en defensa de las libertades del pueblo español y sin embargo eran enterrados a prisa, en muchos casos sin honores. Constatar y recordar eso a día de hoy, produce un lamentable y sonrojante bochorno e infinita tristeza. La llegada de nuevo ministro del Interior, salido de las elecciones generales de octubre de 1982, en que venció por mayoría absoluta el Partido Socialista Obrero Español, liderado por Felipe González Márquez, José Barrionuevo Peña, cambiaría de forma radical aquellos vergonzantes y cobardes entierros, puesto que Barrionuevo fue el primer ministro del interior, que sin ningún tipo de complejos, acudía con prontitud al lugar donde se había cometido el atentado, realizando ofrendas florales por las víctimas asesinadas por la banda terrorista.
El miércoles 15, un día después de los funerales en San Sebastián, a últimas horas de la tarde, tenía lugar, en la Iglesia del Corazón de María de Gijón, el funeral de cuerpo presente por el eterno descanso de uno de los cuatro fallecidos, el Policía Nacional Juan Seronero Sacristán. Los actos fúnebres tuvieron un considerable retraso, debido a un accidente que sufrió una furgoneta de la Policía Nacional que formaba parte de la comitiva fúnebre al volcar a la entrada de la ciudad de Gijón. Uno de los Policías que viajaba en ella. sufrió heridas de diversa consideración.
En los aledaños e interior del templo donde se ofició la Misa, la tensión entre parte de las cinco mil personas asistentes fue muy elevada, oyéndose gritos dirigidos a los terroristas, a los que se les llamó "asesinos", y escuchándose igualmente vivas a España y al teniente coronel de la Guardia civil Antonio Tejero, detenido por el fracasado intento de golpe de estado del 23-F de 1981.
Vehículos policiales donde fueron tiroteados los Policías |
Un grupo de personas trató de agredir al delegado del Gobierno en Asturias y a otras autoridades civiles, mientras que numerosos grupos de personas profirieron gritos de ánimo y vivas a España, al Ejército, a la Policía y a la Guardia Civil, cuando vieron salir de la iglesia al gobernador militar de Asturias y a varios mandos de las Fuerzas de seguridad. El féretro, que contenía los restos mortales de Juan Seronero, llevado a hombros de sus compañeros e iba envuelto en la bandera Nacional, fue despedido a la salida de la Iglesia con una cerrada ovación, en el momento de introducirlo en un furgón funerario, que los trasladaría al cementerio de la ciudad donde recibiría cristiana sepultura.
A la misma hora era enterrado en el cementerio general de Valencia Jesús Ordóñez Pérez, De igual forma, en la parroquia de la Sagrada Familia de Mataró, tenía lugar el funeral por el alma de Alfonso López Fernández, que sería inhumado en el cementerio de la localidad barcelonesa.
Los restos mortales de Antonio Cedillo Toscano, llegaban al aeropuerto de San Pablo, en Sevilla, donde esperaban al pie de la escalerilla del avión que los trasladó, la ministra de Cultura, Soledad Becerril, el presidente de la Junta de Andalucía Rafael Escuredo, delegado del Gobierno en Andalucía, Capitán General de la Región Militar, gobernadores civil y militar, así como jefes, ofíciales y suboficiales de la Policía Nacional y representaciones del Ejército y Guardia Civil. En el mismo avión en el que viajaba el cuerpo sin vida de Antonio Cedillo, lo hacían su viuda y otros familiares.
Los restos mortales de Antonio Cedillo, fueron transportados desde el aeropuerto de San Pablo a la localidad de Olivares. Allí tuvo lugar el entierro de Cedillo Toscano, en torno a las ocho de la tarde, ante unas ocho mil personas tanto de Olivares como llegados de otras localidades de la comarca y provincia. Cientos de personas habían estado esperando durante horas la llegada del avión y recibieron la llegada a la Iglesia de la localidad, que se hallaba completamente llena de público, de los familiares de Antonio con grandes aplausos, gritos de Arriba y Viva España a favor de la Policía, mezclados con patéticos e indescriptibles momentos de dolor y sollozos de familiares, amigos y compañeros.
El pueblo de Olivares, que otorgó a Antonio Cedillo el título de hijo predilecto de la villa, amaneció ese día envuelto en banderas de España y pañuelos blancos con crespones negros en las ventanas y balcones de las casas. Los centros oficiales hicieron ondear sus banderas a media asta, colocando también crespones negros en ellas. Uno de los momentos más emotivos tuvo lugar cuando un guardia civil, paralítico a consecuencia de un atentado terrorista, le dedicó su último adiós al policía asesinado. El alcalde de Olivares abonó personalmente el importe del desplazamiento del guardia civil para que éste pudiera despedirse del difunto, poco antes de que fuera enterrado en el cementerio de San Benito de la localidad.
Los familiares de las víctimas recibieron telegramas de pesar por parte de los Reyes de España, quienes también enviaron al General Alcalá-Galiano, Inspector de la Policía Nacional, su condolencia por el criminal atentado del que habían sido objeto los cuatro Policías Nacionales.
Al día siguiente de la masacre, el sargento de la Policía Nacional Julián Carmona Fernández se suicidaba disparándose un tiro en la sien, en presencia de varios de sus compañeros y del general Félix Alcalá-Galiano, en las dependencias del Gobierno Civil de Guipúzcoa. El sargento, de 45 años de edad, casado y padre de tres niños, había pasado la noche acompañando a los familiares de los asesinados, ocupándose de los trámites de las autopsias. Varios de los fallecidos eran amigos suyos y se le había encargado la tarea de acompañar hasta su lugar de origen uno de los cuerpos de éstos, circunstancias que unidas a la gran tensión que soportaban los miembros de la Policía Nacional dieron lugar al triste y dramático desenlace. Fue uno de los primeros casos de suicidio de lo que los expertos psicólogos denominaron con posterioridad, "el síndrome del norte".
De acuerdo con el Real Decreto 1404/2000, con fecha 19 de julio de 2000, se les concedió a los cuatro Policías Nacionales asesinados la Gran Cruz de la Real Orden de Reconocimiento Civil a las Víctimas del Terrorismo a título póstumo. Además, en resolución fechada el 18 de marzo de 2005 (Real Decreto 308/2005), el Ministerio del Interior le concedía también el ascenso de empleo, con carácter honorífico y a título póstumo.
Nota del autor: Con motivo de la tomadura de pelo de Eta, anunciando en abril de 2017 su pretendido desarme en Bayona (Francia), reapareció en escena el carnicero de Mondragón Jesús Zabarte Arregui que sigue sin arrepentirse de sus diecisiete asesinatos cometidos.
Un veterano miembro de los GAR, Grupos Antiterroristas Rurales de la Guardia Civil, que se mantuvo en el anonimato, en un texto del que se hacía eco el diario El País contaba las andanzas “valerosas “ del gudari Zabarte Arregui. "A este hijo de la gran puta” –decía el antiguo Guardia Civil- “lo detuvimos el GAR en Hernani tras un tiroteo de dos horas desde la puerta hasta la última habitación. El conductor del entonces comandante Enrique Rodríguez Galindo, jefe del cuartel guipuzcoano de Inchaurrondo, ascendido más tarde a general y condenado a 71 años de cárcel por el asesinato de los etarras Lasa y Zabala-, quiso ganarse una medalla y entró en el piso recibiendo un tiro en el vientre, y se metió en la primera habitación a la izquierda, desangrándose".
Según el guardia civil, "en tanto el GAR ya estaba enfrascado a tiros, la munición se acababa y había que ayudar a los compañeros tirando cargadores a rastras por el pasillo –dentro de la vivienda-. Al final se decidió terminar con los dos etarras, que tiraban a la libanesa, uno con un Kalashnikov y el otro con un subfusil MAT-53 de fabricación francesa".
“Mientras el conductor del comandante Galindo se desangraba en la primera habitación según se entraba por la puerta a la izquierda, el etarra Zabarte que era el tercero de los terroristas que se hallaban en el piso franco, estaba observando todo, porque en esa habitación había un zulo donde él se escondía tras un espejo chino. Tuvo la oportunidad de rematarlo, pero no lo hizo. Y no lo hizo porque sabía que -si lo hacía- después iba él... Y cuando tras el tiroteo se produjo el registro del inmueble, allí le encontramos, tras el espejo y dentro del zulo, cagao de miedo, sí, sí, cagao físicamente, y con la pistola en la mano, que del acojone que tenía no la tenía ni montada. Así era y son estos carniceros...".
Finalmente, el veterano de los GAR señalaba que "un hombre cuando mata, asume morir, pero este, cuando vio que también podía caer, se cago vivo. Ahora dice que es un gudari…aquel día fue en realidad un cagari". Una vez detenido Zabarte pidió a sus compañeros etarras que se entregasen para que la familia dueña de la vivienda no resultase herida. "¡Y tú, que eres el jefe del talde, nos lo dices... Que vengan a buscarnos si tienen cojones, txakurras. ‘Gora Euskadi Alahil!’", respondieron los dos etarras que caerían muertos en el intercambio de disiparos.
La Guardia Civil detuvo a Jesús María Zabarte Arregui, conocido como “el carnicero de Mondragón”, la madrugada del 15 de junio de 1984, mientras dormía en un piso del casco viejo de Hernani (Guipúzcoa). Junto a su cama, había dos fusiles de asalto soviéticos AK-47 y 2.500 cartuchos de munición. A quienes no se pudo detener fueron a sus dos compañeros de grupo etarra, Juan Luis Lecuona y Agustín Arregi, que se hicieron fuertes en el piso y murieron en el tiroteo que provocaron. El domicilio donde se hallaban refugiados los etarras pertenecía a la familia Miner, que en el momento de los hechos tenían un hijo de ocho años que resultó ileso del enfrentamiento entre guardias civiles y terroristas gracias a la pericia y profesionalidad de los miembros del Benemérito Instituto Armado.
Ese niño, Imanol Miner Villanueva, ingresaría posteriormente en ETA y acabaría cumpliendo condena por terrorismo por ser el causante de la detonación de un coche bomba que mató instantáneamente al ertzaina Iñaki Totorika e hirió gravemente a otro agente el 8 de marzo de 2001, en la localidad guipuzcoana de Hernani. Miner, integrante junto a su hermano Pablo Miner y Mikel San Argimiro Isasa, del comando Txirrita de ETA, serían posteriormente condenados, a 253 años de prisión cada uno, por la explosión, el 1 de mayo de 2002, de un coche bomba en la puerta del rascacielos conocido como Torre Europa, justo enfrente del estadio Santiago Bernabéu, de Madrid, pocas horas antes de la celebración del partido de vuelta de las semifinales de la Liga de campeones entre el Real Madrid y el F.C Barcelona que dejaría un balance de veintidós heridos y grandes destrozos materiales.
Durante años, las Fuerzas de Seguridad trataron de detener a Manuel Urionabarrenechea, alias Manu, como responsable principal de la ejecución del atentado que acabó en Rentería con la vida de los cuatro Policías Nacionales. A este sanguinario asesino se le imputaban igualmente multitud de crímenes. En varias ocasiones las Fuerzas de Seguridad estuvieron a punto de atraparlo. Así, por ejemplo, en octubre de 1988, Urionabarrenechea conseguía huir en un taxi robado, junto con Juan Carlos Arruti Azpitarte, alias Paterra, y Juan Oyarbide Aramburu, alias Txiribita, tras haber sido detectado por miembros del Cuerpo Nacional de Policía en Amorebieta. Hasta en tres ocasiones logró eludir a la Policía. La última en agosto de 1989, cuando escapó de un cerco policial tendido para detener al grupo Araba de la banda terrorista.
Escasamente un mes más tarde, el dieciocho de septiembre de 1989, Manuel Urionabarrenechea Betanzos, Manu, caía muerto durante un enfrentamiento con miembros de la Guardia Civil en una espectacular operación en la que resultaron detenidos veintiséis miembros de la banda terrorista ETA y en la que falleció, al igual que Urionabarrenechea, Juan Oyarbide, Txiribita. A estos dos terroristas se les imputaban dieciséis y veinticinco asesinatos, respectivamente. Manuel Urionabarrenechea había manifestado que jamás se entregaría y que se enfrentaría a tiros, tal y como hizo en varias ocasiones, hasta que tuvo lugar el momento de su muerte, no llegando a ser juzgado por el asesinato de Jesús Ordóñez Pérez, Juan Seronero Sacristán, Alfonso López Fernández y Antonio Cedillo Toscano, ni por los de las otras víctimas que se le imputaban.
El que sí sería juzgado y condenado por este atentado fue el etarra Jesús María Zabarte Arregui. Zabarte Arregui fue detenido tras un enfrentamiento con miembros de la Guardia Civil en Hernani (Guipúzcoa) el 15 de junio de 1984. Era el máximo responsable del grupo Donosti de ETA y durante los interrogatorios reconoció haber planeado asesinar al entonces ministro del Interior, José Barrionuevo, al tiempo que se responsabilizaba de la planificación o bien de la ejecución de un gran número de asesinatos, entre ellos los de los policías nacionales Antonio Cedillo Toscano, Juan Seronero Sacristán, Jesús Ordóñez Pérez y Alfonso López Fernández.
Por el atentado que costó la vida a estos últimos, la Audiencia Nacional dictó sentencia en 1985. Según ésta, Jesús María Zabarte Arregui fue condenado al cumplimiento de cuatro penas de veinte años, por asesinato cualificado con alevosía y premeditación, y a doce años más por un delito de asesinato en grado de tentativa. La Audiencia Nacional lo consideró responsable de las tareas de vigilancia que hicieron posible la ejecución del atentado.
Jesús María Zabarte Arregui, conocido como el carnicero de Mondragón, abandonó el Centro Penitenciario de Jaén a las 17.10 horas del 19 de noviembre de 2013 debido a la anulación de la doctrina Parot. Se le atribuían 17 asesinatos por los que fue condenado a 615 años. Tenía previsto salir en 2015
El Carnicero de Mondragón se siente a día de hoy muy orgulloso de sus crímenes. José Miguel Cedillo, hijo de Antonio Cedillo se ha querellado contra él.
El asesinato del Policía Nacional Antonio Cedillo Toscano revistió tintes de especial crueldad. Hay que recordarlo para valorar la magnitud de la traición a las víctimas, explícita en la política de generosidad realizada por Zapatero y Rajoy para con los despiadados y sanguinarios terroristas de ETA.
Carlos Fernández Barallobre.
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