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martes, 19 de abril de 2016

En memoria de un héroe

Quizás para muchos aquella lejana Guerra de Cuba y Filipinas de 1898, la de las batallas de nuestros abuelos, suene a ecos lejanos extraídos del viejo libro de la Historia y tan solo siga viva en los recuerdos gracias a elocuentes frases como aquella de “más se perdió en Cuba” y otras por el estilo, tantas veces utilizadas en el lenguaje coloquial.

Lo cierto es que, en los últimos años del turbulento siglo XIX, España, casi sin querer, se vio sumida en una guerra contra una potencia, por entonces emergente y con claros afanes expansionistas, como eran los Estados Unidos de América que supuso la pérdida de los últimos vestigios del viejo Imperio español conquistado no con pocos sacrificios desde finales del lejano siglo XV.


Cuba, Puerto Rico y Filipinas constituían los últimos rescoldos de aquel amplísimo Imperio forjado, a lo largo de siglos, por la decidida acción de miles de españoles, muchos de ellos anónimos, que lograron situar a España a la cabeza de las naciones de la tierra.



Capitán Faustino Ovide González (Ed. Agualarga)

1898, un año fatídico, vino a poner el epílogo a un siglo atestado de guerras y acciones de armas que abarrotan las páginas de nuestra Historia. La Guerra de las Naranjas contra portugueses; la Guerra contra los ingleses que dio al traste con la flota española en Trafalgar; la heroica de la Independencia contra Napoleón; la de emancipación en todos los frentes de los Virreinatos de Hispanoamérica; la invasión de los llamados “cien mil hijos de San Luis”; tres guerras civiles; la de África de 1859-60; la Campaña del Pacífico y junto a ellas acciones tan poco conocidas como la expedición a Dinamarca, formando parte de un ejército que defendía los intereses napoleónicos; la realizada a Italia para defender los derechos papales; la nueva anexión de Santo Domingo; la expedición a Méjico o la de la Cochinchina, jalonaron, junto a pronunciamientos, contra pronunciamientos de toda índole y movimientos cantonales, un siglo que se antoja de muy complicada comprensión y que sin duda abonó el terreno para sucesos posteriores que tuvieron como escenario el pasado siglo XX.

Y así, el final del siglo, quiso depararnos la última de las desagradables sorpresas que ponía fin, como queda dicho, al viejo Imperio en que “jamás se ponía el sol”.

Tal vez por razón de relativa proximidad o simplemente por el hecho de una mayor presencia del elemento peninsular en aquella isla, lo cierto es que la pérdida de Cuba se mantiene más fresca en nuestros recuerdos que aquella otra, coetánea, del lejano archipiélago filipino casi siempre olvidado o al menos pasado por alto.

De aquel archipiélago, conquistado definitivamente en 1564 por el insigne marino vasco Miguel López de Legazpi y bautizado así en honor a Felipe II, tan solo se recuerda, con cierta frescura, la batalla naval de Cavite y la heroica epopeya de Baler, inmortalizada en la película “Los últimos de Filipinas”. Sin embargo, en esta campaña, como en muchas otras en las que se batieron las armas de España, son muchos los testimonios de heroísmo legados para la Historia por hombres y mujeres, en muchos casos de identidad anónima y en otros conservados tan solo, para la memoria, en los polvorientos legajos de viejos y casi olvidados archivos.

Sin duda, en este último apartado, podemos incluir al protagonista del presente trabajo, el que fuera Capitán del Cuerpo de Seguridad D. Faustino Ovide González quien, con su valentía y arrojo, supo escribir una brillante página en nuestra Historia patria de finales del siglo XIX.

En agosto de 1896 estalla la insurrección tagala en Filipinas. Allí, en aquellas lejanas tierras del extremo oriente, un puñado de no más de 13.000 soldados, la mayoría indígenas, guarnecía el vasto territorio formado por el archipiélago filipino y las islas Guam, Carolinas y Marianas. Un total de 7.000 islas habitadas por 7.000.000 de almas y con muy poca presencia peninsular.

El hecho de que estallase esta insurrección puso en alerta a las Autoridades españolas del archipiélago que no escatimaron esfuerzos ni celeridad en solicitar refuerzos, tanto de hombres como de medios y material, a la metrópoli; sin embargo, la prioridad en atender la guerra de Cuba, iniciada con anterioridad, impidió finalmente el envío de los efectivos necesarios, pudiendo solo remitirse unos 30.000 soldados, a todas luces insuficientes para atender un territorio extenso y complejo. 

Pese a todo, como es sabido para quien conozca medianamente el devenir de esta página de la Historia, la primera fase de la Campaña concluyó con una precaria victoria para las armas de España; victoria que se vio algo más afianzada tras el pacto con el caudillo local Aguinaldo a quien se le llegó a indemnizar para que se exiliase del archipiélago, trasladándose a la colonia inglesa de Singapur.

Intereses de los Estados Unidos de un lado, derivados de sus claros deseos de expansión, y de otro el temor de las potencias occidentales a que Japón afianzase su hegemonía en la región, hicieron que la vista se desviase hacia la posesión española de gran importancia estratégica como se demostraría años más tarde.

Así, tras lograr, como fue habitual en esta guerra, el interesado favor de los ingleses, utilizando contra lo dispuesto en los acuerdos internacionales las bases de Hong Kong y Singapur, los Norteamericanos alistaron la llamada Escuadra de Asia al mando del Comodoro Dewey e incluso establecieron contacto con Aguinaldo y los suyos, ganándolos, al menos inicialmente, para la causa yanqui.

La Escuadra americana, compuesta por 7 buques de guerra, desplazaba un total de 19.000 Tm., disponiendo de un armamento de 53 cañones de grueso calibre, entre 203 y 127 mm, y otros 57 de menor calibraje, atacó en Cavite a la española del Almirante Montojo que alineaba un total de 10 buques - 7 cruceros y 3 cañoneros - desplazando todos ellos 14.000 Tm., pero con una potencia de fuego sensiblemente menor ya que tan solo disponía 40 piezas, de entre 160 y 90 mm de calibre, y otras 43 de calibres menores.

Un conglomerado de buques alguno de ellos de casco de madera, como el Crucero “Castilla”; otros de casco de hierro pero sin protección de ningún tipo, como los Cruceros “Reina Cristina” –buque insignia de Montojo-, “Juan de Austria” y “Antonio de Ulloa” o el Cañonero-torpedero “Marqués del Duero” y finalmente otros, protegidos, como los cañoneros, pomposamente denominados cruceros de 3ª clase, “Isla de Cuba” e “Isla de Luzón” e incluso algunos inútiles como el Crucero “Velasco”, formaban aquella Escuadra de muy escaso valor militar. Pese a todo, la mayoría de nuestros buques eran relativamente de reciente construcción, entre 1875 y 1887, si bien con un estado de conservación muy deficiente dado lo penoso de sus largas misiones de patrullaje por las costas de archipiélago y el natural desgaste sufrido con ocasión de la Campaña iniciada dos años antes.

La situación militar tampoco era mucho mejor. El Capitán General, Primo de Rivera, había solicitado a Madrid el envío urgente de piezas de artillería para la defensa de la costa, material que jamás llegó. Por ello, para la defensa de Manila, principal objetivo de la Campaña, solo pudo disponer de 37 piezas, las de mayor calibre unos obuses Ordóñez de 24 cm, insuficientes para equilibrar la potencia de fuego embarcada de los americanos.

Tras la derrota de Cavite y el relevo del Capitán General, Manila quedó cercada hasta el 14 de agosto, fecha en la que capituló su Guarnición compuesta por algo más de 9.000 hombres.

Y aquí, en este instante de la historia particular de esta Campaña, surge nuestro héroe; Faustino Ovide González, un asturiano nacido en Villategil, el 15 de febrero de 1863 que sienta plaza, como Soldado “por su suerte” – como reza su Hoja de servicios - , el 26 de junio de 1883, siendo destinado al Regimiento de Infantería de La Reina nº 2, por aquellos entonces de guarnición en Jerez de la Frontera.

A partir de aquí comienza su particular carrera militar que le lleva a varios destinos, Regimiento de Infantería de Reserva Arcos nº 18; Regimiento de Infantería Extremadura nº 15; Regimiento de Infantería Canarias nº 42 y Batallón Disciplinario de Melilla desde cuya plaza, un 15 de noviembre de 1895, salé destinado para el lejano archipiélago filipino, incorporándose en Manila, a principios del año siguiente, al Regimiento de Infantería de Línea Joló nº 73 de guarnición en aquel territorio ultramarino pero ya con las divisas de 2º Teniente logradas el 27 de julio de ese mismo año.
Placa de la Orden de María Cristina 
Implicado directamente en la campaña militar contra la sublevación tagala, participa, desde 1896 en numerosos combates, primero como Oficial destinado en la 2ª Línea del Tercio nº 20 de la Guardia Civil y más tarde como 1º Teniente del Batallón de Cazadores Expedicionario nº 2, empleo que alcanzó, por méritos de guerra, el 28 de noviembre del mencionado año 1896.

Su brillante Hoja de servicios nos acerca al historial personal de un hombre que supo afrontar con bravura su responsabilidad desde puestos de notable riesgo en una circunstancia histórica totalmente adversa. Desde noviembre de 1896 en que entra en combate no cesa su actuación en campaña hasta la definitiva pérdida del archipiélago dos años más tarde, demostrando en todas cuantas acciones participa un valor y aplomo que le hizo acreedor a alguna de las más altas Condecoraciones de cuantas concedía España en aquellos años.

De las múltiples acciones de guerra en las que participó y que figuran en su Hoja de servicios, destacaremos solamente las más relevantes:


Los días 6, 14, 18 y 28 de noviembre de 1896 combate, al frente de su Unidad de la Guardia Civil, en el puente de Zapote. Esta acción como, queda dicho, le valió el ascenso a 1º Teniente por méritos de guerra.

Días más tarde, concretamente el 15 de diciembre, ataca a una partida de insurrectos causándoles cinco muertos y ocupándoles abundante material y tan solo once días después, el 26, tras vadear de madrugada, con 30 hombres, el río Zapote, ataca por sorpresa un campamento enemigo, causándoles grandes bajas e interviniéndole gran cantidad de armamento y municiones de boca y guerra.

A lo largo de 1897 participa en todos los combates verificados en su sector, destinado siempre en puestos de extrema vanguardia. Destaca aquí los habidos el 11 de febrero en que, con una fuerza de 36 hombres, ataca a una numerosa partida de insurrectos a los que causa enormes bajas y pone en fuga. Tan solo cuatro días más tarde, el 15, participa en la toma de la localidad de Pamplona.

Por estos combates de febrero se le concede su primera Cruz de 1ª Clase, con distintivo rojo, al Mérito Militar. Posteriormente es recompensado con su segunda Cruz de 1ª clase del Mérito Militar, también con distintivo rojo, por la toma de Pamplona acaecida, como queda dicho, dentro del conjunto de operaciones desarrolladas en le precitado mes de febrero.

El 4 de junio de ese año sufre una herida con arma blanca al hacer personalmente un prisionero durante una refriega con una partida de insurrectos seguidores de Aguinaldo.

El 7 de julio de ese mismo año de 1897 le conceden su tercera Cruz de 1ª clase al Mérito Militar, con distintivo rojo, esta vez pensionada, por la toma de Bacoor y el 5 de diciembre se le recompensa con la cuarta Cruz de 1ª clase al Mérito Militar, igualmente con distintivo rojo, por los combates habidos el 22 de agosto anterior.

El 23 de agosto de 1897. Pasa destinado a Manila donde el Capitán General le asigna el mando de una columna compuesta por 180 hombres para operar en las provincias de Cavite y Laguna. En una de estas acciones logra el apresamiento de un importante cabecilla tagalo, tras el ataque que ejecuta sobre un campamento enemigo en que recupera abundante material entre el que se encuentra una ametralladora y una lantaca (pieza de artillería de avancarga de pequeño calibre originaria de la región de Malasia y ampliamente empleada por los rebeldes filipinos). 

Continuando con las operaciones en días subsiguientes, logra igualmente la captura del cabecilla insurrecto, Miguel Hernández, conocido como el Rey de Pamplona y Bayanán, así como de su ayudante y de otro jefe insurrecto de nombre Jorge Soriano.

Ya en la última fase de la campaña, concretamente el 4 de junio de 1898 pasa destinado a su Compañía, asumiendo el mando en plena retirada de la Unidad hacia Manila, logrando hacerse fuerte con ella y sosteniendo durísimos combates desde una trinchera que ordenó construir y defendió hasta el siguiente 24.

El 29 de junio pasa destinado a la 5ª Compañía y se hace cargo del mando del blocao nº 14, vacante por baja de su titular, donde se defiende de los duros ataques enemigos, sufriendo e infringiendo numerosas bajas. Distinguiéndose especialmente el día 18 de julio cuando el enemigo, en abrumador mayor número, pretende tomar la posición por él defendida y que logra rechazar.

El 13 de agosto, iniciados los bombardeos por parte de los buques de la Armada norteamericana, se le ordena retirarse sobre Manila. Tras recibir la orden, de forma voluntaria, se queda al mando del último escalón donde permanece cuando se el comunica que debe recuperar una trinchera, ocupada por los norteamericanos, con el fin de proteger el repliegue de las Fuerzas propias.

Recibida la orden, ataca con tal ímpetu y bravura la posición americana que logra desalojarlos, dejando en la huida varios muertos. El mismo sufre su segunda herida de guerra al recibir un balazo en el labio inferior, manteniéndose, pese a todo, al frente de su Unidad que, con un nutrido fuego de fusilería, apoya la retirada de nuestros Soldados hasta las mismísimas puertas de Manila donde recibe la orden de rendirse ya que la Plaza lo había hecho con anterioridad.

Concluida esta brillante acción es felicitado personalmente por el General Green del Ejército norteamericano quien, poniéndose al frente de sus hombres, le rinde honores de guerra por su valeroso comportamiento. Por esta acción recibió, por R.O. de 19 de abril de 1899 la Cruz de 1ª clase de María Cristina y por R.O. de 24 de julio del mismo año la Cruz de Carlos III.

Repatriado a la península, pasa destinado a la Comisión liquidadora de los Cuerpos de Filipinas.

En 1900 recibe su quinta Cruz de 1ª clase del Mérito Militar, con distintivo rojo y pensionada, por las acciones derivadas de la defensa de Manila. También ese año se le concede la Medalla de la Campaña de Filipinas con los pasadores de Luzón y Mindanao.

Su vida transcurre en diferentes destinos como la Zona de Reclutamiento de Gijón, el Batallón de Cazadores de Ibiza nº 19 hasta su ascenso a Capitán, por antigüedad, que se produce el 18 de diciembre de 1906. 

En estos años recibe la Medalla de Alfonso XIII; la Cruz de San Hermenegildo y la Medalla de Plata de los Sitios de Gerona.

En enero de 1911 pasa destinado, como Capitán, al Cuerpo de Seguridad de guarnición en Barcelona donde permanece hasta 1917 en que es ascendido a Comandante por antigüedad.

Destinado en Barcelona, en su Zona de Movilización, más tarde Regimiento de Infantería de Reserva Barcelona nº 32, recibe en 1916 la Placa de la Orden de San Hermenegildo.

Con fecha 31 de mayo de 1919 es ascendido al empleo de Teniente Coronel en la reserva y en 1925 pasa a la situación de retirado donde le perdemos la pista.  

Lamentablemente no hemos logrado su historial como Oficial del Cuerpo de Seguridad que, a buen seguro, estará igualmente jalonado de hechos dignos de ser mencionados para evocar su recuerdo. Por lo poco que podemos descubrir en su historial militar, creemos que durante su permanencia en el Cuerpo de Seguridad tan solo estuvo destinado en Barcelona, no pudiendo precisar en las Unidades en que prestó sus servicios.

Lo cierto es que nos encontramos ante uno de esos personajes, la mayoría de las veces anónimos, que con su trabajo diario escriben, con letras de oro, las páginas más brillantes y gloriosas de los Cuerpos de los que forman parte. Tal vez, Faustino Ovide se hizo merecedor a ser recompensado con la Real y Militar Orden de San Fernando, máxima condecoración militar que se concede en España, sin embargo no fue así y su heroica estela se pierde en la nebulosa de la Historia de la que hay que rescatarlo entre legajos y libros con sabor a viejo.

Digamos, por último, que una buena iniciativa para afianzar un poco más nuestro espíritu de Cuerpo, como herederos de las tradiciones e historiales de la Policía Española, sería recuperar para la memoria colectiva cuantos hombres, integrados en nuestras filas, han sabido escribir, como Faustino Ovide, páginas de gloria para la Historia de la patria.

COMENTARIO UNIFORMOLOGICO:


En la foto que ilustra el presente trabajo, el Capitán Faustino Ovide, aparece con uniforme del Cuerpo de Seguridad en su modalidad de invierno, de color tina oscuro, con tresillos a la granadera en sus bocamangas. El uniforme es igual que el de Infantería diferenciándose por las cifras con las iniciales del Cuerpo que lleva en cuello y frontis de la gorra, este orlado de laureles, así como por el color de las divisas, botones e hilo de las hombreras que son de color blanco, todo ello en aplicación del Reglamento de Uniformidad de 1908 y las modificaciones habidas en 1911.

En cuanto a la condecoración que luce en su pecho y que se reproduce en dibujo, se trata de la Placa de la Orden Militar de María Cristina de 1ª clase, para Oficiales. Esta Orden fue instaurada en 1889, en Ley Adicional a la Constitución del Ejército de 19 de julio de dicho año. La condecoración, que lleva en su interior la leyenda “al mérito en campaña”, constituía la segunda en importancia tras la Real y Militar Orden de San Fernando al no haberse instaurado todavía la denominada Medalla Militar. En la fecha en que le fue concedida al protagonista del presente trabajo tan solo se otorgaba a Generales, Jefes y Oficiales, 3ª, 2ª y 1ª clase respectivamente; a partir de 1913 comenzó a otorgarse a Suboficiales y no fue hasta 1925, tras su reinstauración ya que dejó de concederse entre 1918 y el año citado, en que por R.D. de 9 de julio, se concedió también a Tropa, apareciendo igualmente la figura de Cruz colectiva. Esta condecoración dejó de concederse con el advenimiento de la II República, siendo restablecida en 1937 con el nombre de Cruz de Guerra.

Esta Cruz de 1ª clase se representa mediante una Placa de ráfagas de color plata, de unos 9 cm. de diámetro, sobre las que se superpone una cruz, rodeada de laurel, y cuatro espadas que se unen en el centro, todo de bronce mate, con lises de oro en los brazos inferior y laterales y una corona real y un rectángulo, de oro brillante los dos, en el superior. Sobre la cruz un escudo rodado y cuartelado con dos castillos y dos leones, la granada entada y escusón borbónico con tres flor de lis, con bordadura azul con el lema “al mérito en campaña”.   

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:


Archivo General Militar de Segovia
Manual del Cuerpo de Seguridad. Madrid 1908
Los Uniformes del Reinado de Alfonso XIII. L. Grávalos y J.L. Calvo. Quirón Ed. 2000
La Guerra del 98. A. Rodríguez González. Ed. Agualarga 1998
Buques de Guerra Españoles 1885-1971. Aguilera y Elías. Ed. San Martín 1972
El Buque de la Armada Española. Ed. Silex 1999
La Construcción Naval Militar Española 1730-1980. M. Ramírez Gabarrús. E.N. Bazán 1980
José Eugenio Fernández Barallobre,
(artículo publicado en la Revista "Policía")

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